Otras miradas

Trece años sin Nagore

Ana Bernal Triviño

Trece años sin Nagore
La madre de Nagore Laffage durante la concentración celebrada en Pamplona en 2009. (EFE)

Siempre digo que el feminismo no es nada sin memoria histórica. Sin ella se repiten los errores. Esa memoria no es solo de referentes feministas sino de víctimas que han pagado con su vida los errores de toda una sociedad machista. Ayer el Consejo de Ministros aprobaba el proyecto de la ley de libertad sexual justo en unas fechas que recuerdan a situaciones dramáticas y a víctimas que se podrían haber evitado si las instituciones hubiesen respetado y escuchado lo que asociaciones feministas ya apuntaban desde hace tiempo. 

La historia más reciente nos recuerda al caso de La Manada en las fiestas de San Fermín en Pamplona. Mucha gente no entendía aquella primera sentencia judicial donde una violación era considerada abuso y mucho menos aquel voto particular de un magistrado que insinuaba que aquello era un acto de jolgorio. Mucho se habló de aquello y sin el feminismo en las calles y en las asociaciones no se hubiese llegado hasta aquí. Pero precisamente aquella injusta sentencia se produjo porque los errores en la justicia parecen no tener memoria, para que no se volvieran a repetir.

Conocemos el caso de La Manada y su víctima por ser una violación grupal y por su amplio desarrollo mediático, pero hay cientos de víctimas por las que no hubo manifestaciones, que apenas tuvieron minutos de televisión y que también tuvieron que soportar ser revictimizadas y juzgadas, pasar por psicólogos y equipos forenses para demostrar que lo que denunciaban no era un invento.

Estos días, con razón, nos llevamos las manos a la cabeza con el respaldo de la Audiencia Provincial al cartel de Vox sobre los menores inmigrantes. Lamentablemente, no sorprende. El feminismo está repleto de denuncias sobre cómo la interpretación de magistrados y magistradas deja indefensas a las víctimas. Y así, con tantas otras. Ahora las mujeres afectadas por violencia sexual serán consideradas de igual forma que quienes sufren violencia de género. Habrá que tener en cuenta que las unidades que se encarguen de ello tienen que ser reforzadas en personas y en formación. Hace falta dinero. Demasiadas mujeres han pasado por la soledad, la humillación y la incomprensión. 

La sentencia de La Manada se produjo porque antes hubo otras que no interpretaron asesinatos o violaciones. En esa búsqueda de memoria siempre tenemos que recordar a Nagore. Conoció a un compañero de trabajo en una noche de San Fermín. Él no aceptó su rechazo a tener relaciones sexuales. José Diego Yllanes Vizcay la violó y la mató a golpes y estrangulada, además de querer descuartizarla. Fue un día como hoy de 2008. Hasta 38 heridas tenía en su cuerpo. Durante años, su madre, acompañada de asociaciones, ha peleado porque su caso no caiga en el olvido. 

Un jurado popular lo condenó por homicidio, no por asesinato, a solo 12 años y medio de cárcel. Las asociaciones pedían 20 años. Le aplicaron cuatro atenuantes: confesión del delito, arrebato, intoxicación etílica y reparación del daño. Insisto por si no se leyó bien: intoxicación etílica como atenuante. Si habláramos de un accidente de tráfico, sería considerado un agravante. Lo que sí se consideró como tal fue el reconocimiento del abuso de superioridad, hombre de 1,80 metros y 80 kilos. 

La sentencia de La Manada se produjo porque en la interpretación de la justicia, aún, en demasiadas ocasiones siguen perdiendo ellas. Lo de ayer no significa que la ley entre ya en funcionamiento. Queda todo el trámite parlamentario. Pero, cuando finalmente ocurra, habrá que ver su alcance y realidad. 

Porque al igual que en otras leyes anteriores, nuestros derechos no se blindan y las mujeres que sufren violencia machista se encuentran siempre con resquicios donde se cuelan estereotipos e interpretaciones machistas. Resquicios que demuestran la distancia entre teoría y realidad. Resquicios por donde entra el machismo para que seamos siempre nosotras las "locas", las del "algo habrá hecho", las de "las madres que manipulan a sus hijos" o las responsables del hecho. Resquicios donde muchas mujeres a día de hoy se siguen sintiendo solas aunque le digamos que no lo están.

Será que estoy sumamente agotada y enfadada ante una sociedad que avanza casi impasible ante nuestras asesinadas y violentadas, como una realidad cotidiana. Pero yo aún no quiero lanzar las campanas al vuelo hasta que todo no termine. Quizás porque, aunque avancemos, siempre siento que, en parte, seguimos estando vendidas. Quizás porque algunas tenemos memoria.

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