Otras miradas

Atrapados entre dos crisis: jóvenes, precariedad y gestión neoliberal

Ramón Górriz y José Babiano

Fundación 1º de Mayo

En los últimos tiempos ha salido de nuevo a la palestra a través de diversos reportajes de prensa la cuestión del desempleo y la precariedad juvenil, que es una cuestión recurrente desde hace treinta años en España. Esta vez, las disquisiciones incluyen como corolario la predicción de que por primera vez la actual generación de jóvenes vivirá peor que sus padres.

La crisis financiera de 2008 y la pandemia de la covid-19 suele situarse como la raíz de esa situación crítica. Luego, claro está, aparecen los argumentos de siempre, como el conflicto generacional, la falta de formación o la dualidad del mercado de trabajo. Una dualidad, según la cual, la precariedad de los jóvenes se explicaría por el "exceso" de derechos de sus mayores. Una ocurrencia que apunta hacia el despojo de los derechos de quienes todavía cuentan con ellos. Eso por no hablar de la exigencia de una formación que nunca acaba y que conduce a un mercado de trabajo incapaz de absorber empleos cualificados, dada la estructura productiva del país. Por eso, en parte, se reactivó la emigración hacia 2010 y no ha cesado más de una década después.

En general, los análisis al uso aparecen unas veces interesados y otras lastrados por una cierta banalidad. Para empezar, hablar de los jóvenes en sentido abstracto no es decir mucho, si no se recurre a las diferencias de capital económico, social y cultural disponible en las familias. Como se nos interroga en la presentación de la última publicación de la Fundación 1º de Mayo, Vidas low cost. Ser joven entre dos crisis (página 10): "¿El código postal en el que nacemos y nos criamos no influye en nuestra renta, en el nivel de estudios alcanzados o en nuestra trayectoria laboral en la vida adulta?".

En el mismo libro que acabamos de mencionar y que representa una ruptura con los análisis más habituales de la precariedad juvenil, se analiza esta cuestión a la luz de la movilidad social intergeneracional. De manera que de persistir el bloqueo por abajo –es decir, en los sectores poco cualificados - cristalizará un "proletariado de servicios" de bajos salarios y empleo precario, alternando con el desempleo. Una suerte de nuevo "lumpen", que en lugar de apoyar a la izquierda y a los sindicatos se convertirá en un bastión del populismo ultraderechista.

Por otro lado, la precariedad juvenil ha adquirido un carácter estructural y estructurante, en la medida en que, como se señala en Vidas low cost, "condiciona y determina [los] principales aspectos biográficos, laborales y de inclusión social" de las personas jóvenes, lastrando  así los procesos de emancipación y autonomía (pp. 111-112). Por lo tanto, si la precariedad juvenil ha adquirido un carácter tanto estructural como estructurante, debe abordarse en su conjunto; es decir, actuando tanto desde el lado de la oferta como del de la demanda de fuerza de trabajo. Sin embargo, las políticas públicas han puesto el acento en del lado de la demanda, lo que a menudo culpabiliza a los jóvenes de sus propia situación, apelando a cuestiones como la escasa empleabilidad, la subcualificación o la falta de emprendimiento, ese concepto que no termina de saberse en qué consiste exactamente, más allá del discurso.

Como decimos, del lado de la demanda se precisan medidas sustanciales para combatir la precariedad. En primer lugar, resulta imperativo un cambio en la estructura productiva, esa estructura que ha convertido a España en un país de servicios de bajo valor añadido. Recuperar el peso de la industria y del sector público en la economía resultan fundamentales para la creación de más empleos y de mayor calidad. Si esto no sucede, la precariedad juvenil se cronificará.

En segundo lugar, hay que remover dos grandes dogmas de la gestión neoliberal que, aplicados año tras año, han conducido a la juventud a la ciénaga de la precariedad. El primero es el de la desregulación. Desde 1984 se han sucedido en torno a medio centenar de reformas laborales. Todas ellas en sus preámbulos se viene justificando por la necesidad de crear empleo. Desde este punto de vista su fracaso resulta palmario. Lo que sí han hecho estas reformas es abaratar y facilitar el despido. Los jóvenes, junto a las mujeres y la fuerza de trabajo inmigrante son las víctimas principales de la desregulación.

El otro dogma de la gestión neoliberal con el que es preciso acabar es el de la desfiscalización que año tras año ha colocado al estado de bienestar en una situación anémica. Porque el estado de bienestar es un dispositivo político que permite corregir esas diferencias de cuna de las que hablábamos más arriba a la hora de acceder a la educación, a la vivienda o a la sanidad.

En suma, para empezar a abordar la precariedad juvenil se necesita una vuelta de tuerca en el análisis del diagnóstico, así como salir del bucle neoliberal a la hora de formular respuestas que no se sustenten en la culpabilización de las personas jóvenes. En ese sentido, las propuestas de Vidas low cost significan un paso adelante

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