Otras miradas

Como un señor

Oti Corona

@LaCrono__

Pixabay.
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–No digo que quiera dejarte. Solo es que vas muy deprisa.

–Que no nos vamos a casar. No es más que una cena en casa de mi hermana.

Julián pulsó el botón del ascensor que les llevaba al cuarto piso. No quería perder a Sandra, y un encuentro familiar le parecía la oportunidad de oro para quedar como un señor.

–En casa de tu hermana con sus hijos y sus nietos. Te parecerá poco –murmuró ella.

–No quieres conocer a mis hijos, no quieres conocer a mi hermana. Yo tengo claro que estoy contigo porque te quiero; todavía no sé qué sientes tú.

–¿Qué siento yo? Que me llevas veinte años de ventaja y que corres demasiado.

–Ah, la edad. Tenía que salir la edad –asió a la joven por la cintura y le plantó un beso en los morros.

Ella bajó la vista y suspiró. El ascensor se había detenido y Julián abrió la puerta y le cedió el paso.

–Otro día me avisas antes de aceptar una invitación en mi nombre. Y me avisas con tiempo, que creí que íbamos a la bolera y mira las pintas que traigo.

–Tranquila, que estamos en familia ­–respondió.

Llamó al timbre y un hombre de pelo cano y aspecto bonachón les abrió la puerta.

­­­­­­–Buenas, Julián y...Sandra, ¿verdad? Pasad, pasad.

–Este es mi cuñado, Álvaro.

Mercedes, la hermana de Julián, apareció por el pasillo y se acercó a dar dos besos a Sandra, la invitó a pasar y le presentó al resto de comensales:

–Esta es mi hija Marta y este es mi hijo Rubén y su mujer, Gabriela, que tienen un niño que por aquí andará.

–¡Ayyyy, que me sueltes, tío!

–Ajá, ahí está Hugo –sonrió Mercedes, señalando al rincón en el que Julián jugaba a forcejear con el pequeño.

–Tío, no empieces –protestó Rubén, apartando a su hijo, que empezaba a llorar, de los brazos de su tío abuelo.

–Es un malcriado, llora por nada –susurró Julián al oído de Sandra.

–Vamos a la mesa, que hay que acabarse los entrantes antes de que llegue la carne –dijo Álvaro.

–¿Tú qué? ¿Ya tienes novio? –inquirió Julián a su sobrina.

–Muy gracioso, tío –respondió Marta.

–¿Te deja dormir por las noches? –preguntó Mercedes a su nuera.

–Sigue sin juntar seis horas seguidas.

–Si os ponéis a hablar de chiquillos, os mandamos a la terraza –bufó Julián, mientras se servía una copa de vino.

–Oye, qué pasa–protestó Gabriela.

–Que eso aburre a las ovejas.

–Sandra, ¿has conocido a los niños de mi hermano? –preguntó Mercedes.

–Aún no. Él quería que fuese con ellos el fin de semana pasado, pero me pareció un poco pronto.

–Hace mucho que no los vemos –dijo Álvaro– ¿Qué curso va a empezar el mayor? Lo menos estará en quinto de primaria.

–¿Marcos? Pues...No sabría decirte si quinto o sexto.

–¿No sabes a qué clase van tus hijos? Madre mía –le espetó su sobrino.

–¿Y tú?¿Tú sabes a qué curso irá el tuyo? –rebatió Julián, con sorna.

–El mío empieza P4 en septiembre y su maestra se llamará Carla –respondió Rubén, entre risas.

–Bah. Pues los míos irán a la clase que les toque, porque el primer día de colegio entrarán, se pondrán en la fila en la que estén sus amigos y listo. No hay que complicarse tanto la vida.

–¿A qué te dedicas, Sandra? –preguntó Marta, sin disimular sus ganas de cambiar de tema.

–Soy dependienta en una tienda de bisutería. También he empezado a fabricar algunas piezas y puede que me ponga a venderlas por mi cuenta.

–Sí...un hobby un poco caro –interrumpió Julián– No sé si llegará a amortizar lo que invierte en tiempo y en material.

–Preparad los cubiertos, que viene el plato fuerte –anunció Álvaro–Gabriela, tus hamburguesas vegetarianas también están listas.

–¿Hamburguesas vegetarianas? Lo que nos faltaba –gruñó Julián, mientras sacaba una foto del entrecot y la mandaba a todos sus contactos.

–¿Y a ti qué más te da? –respondió Gabriela.

–A mí nada. Si esa es la moda, adelante.

–Gabriela es vegetariana por moda y yo soy lesbiana pero ya se me pasará. Di que sí, tío Julián –rio Marta.

–Estas manías de ahora son como lo del feminismo. Perdéis la medida de todo. Están matando hombres a puñados y ni palabra. Se cargan a una tía y abren con eso todos los informativos.

–¡Han cantado violencia de género! –gritó Gabriela.

–¿Ya estás berreando y aún no estamos a los postres? Rubén, dale la pastillita a tu señora.

Sandra miró extrañada al hombre jovial y atento que había conocido apenas cuatro semanas antes. Acabó de cenar participando en la conversación lo menos posible y, antes de los cafés, se despidió de sus amables anfitriones. Julián quiso saber por qué tenían que irse tan temprano.

–Solo me voy yo, no hace falta que me acompañes –replicó Sandra– Ya he llamado a un taxi.

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