Otras miradas

¿Quiénes llevaron al Ateneo de Madrid a la miseria?

Luis Arroyo

Presidente del Ateneo de Madrid

Respuesta de Luis Arroyo, actual presidente del Ateneo de Madrid, al artículo de Miguel Pastrana, cinco veces elegido secretario del Ateneo (2008-2017) y candidato a presidente en las elecciones de 2021, que fue publicado el 31 de agosto en Público. 

Entrada del Ateneo de Madrid. E.P.
Entrada del Ateneo de Madrid. E.P.

Aún me sorprende que una institución de la belleza inmaterial y material del Ateneo de Madrid pudiera llegar al abandono en que se encontraba hasta hace unos meses. La sociedad privada más importante de la cultura española, con 200 años de historia, de la que fueron miembros todos y cada uno de los premios Nobel de nuestro país, que frecuentaron los hombres y mujeres más ilustres de las ciencias, las artes y la literatura. El edificio del barrio de las letras que cobijó los mejores debates y conferencias, las tertulias más inspiradoras y la música más excelsa desde finales del siglo XIX. La Docta Casa de Valle Inclán, Unamuno, Azaña, Clara Campoamor, Buero, Rosa Chacel, Ortega y cientos más.

Si los retratos de los fundadores, que rodean el imponente salón de actos, el más bonito de Madrid junto con el del Colegio de Médicos de la calle Atocha, pudieran escuchar y ver lo que sucede en juntas generales (las asambleas mensuales de socios), esos hombres caerían al suelo de la pena y de la vergüenza.

Un millón y medio de euros de deuda con el Ministerio de Cultura por unas subvenciones no bien justificadas. Una obra de rehabilitación que lleva un año de retraso esperando la entrega. Un contencioso ridículo con el concesionario del restaurante que prometía enquistarse y mantenerlo cerrado otro año y medio más con un resultado legal muy incierto y una grave pérdida de ingresos derivada del cierre. Un abandono alarmante de la extraordinaria biblioteca. 18 empleados desmotivados. Pérdidas anuales que superan los cien mil euros. Un listado de socios que pasó de los más de seis mil de la Transición, a los 1.800. Subvenciones de la Comunidad de Madrid y del Ayuntamiento menguantes y ausencia total de otros fondos públicos o privados para mantener la actividad cultural de la casa. La decadencia de la institución era tal, que incluso se autorizó a la Falange Española (la misma que secuestró la sociedad durante la Dictadura) a que celebrara allí su reunión anual. Los brazos en alto y las camisas azules en la sede de la libertad, del pensamiento crítico y de la democracia fueron quizá el mejor certificado de la muerte cerebral de la institución.

Habríamos sido capaces de perdonar todos esos desmanes si la programación cultural del Ateneo hubiera brillado en algún sentido, pero lo cierto es que, con algunas excepciones notables, esa actividad se reducía a conferencias y conciertos vespertinos a las que asiste una media de 21 personas. Y a algunos acontecimientos casi surrealistas, como una representación teatral de payasos de cumpleaños un domingo por la mañana (para un total de 22 niños asistentes), en el mismo lugar donde estrenaban Falla o Granados, un alquiler casi gratuito para que unos cuantos dieran clases de yoga, o un pretendido homenaje a Lorca en el que al escritor se le mezcla con la bandera y la causa palestina, dando por hecho que él habría aprobado esa identificación (pobre Federico, que en una carta escribía a su madre que en el Ateneo completaba las tardes de su estancia en Madrid).

Hace ya casi dos años, un grupo amplio de personas, la mayoría anónimas, algunas de renombre, jóvenes y mayores, de la derecha y de la izquierda, sólo unidas por el amor a las artes, las ciencias y la cultura, a nuestro país y a nuestra ciudad, nos unimos para devolverle la luz al Ateneo de Madrid. Para que las y los mejores volvieran a habitar sus estancias, para generar allí el lugar más inspirador y más vibrante de Madrid, para limpiar el polvo de las estanterías y la mediocridad de los programas.

La llamada fue tan eficaz – por la brillante historia de la institución – que ganamos las elecciones casi con mayoría absoluta, con una participación histórica. Desde que empezamos, hemos levantado la curva de afiliación - ya somos más de dos mil socios- y hemos logrado que en las reuniones mensuales ya no haya dos decenas de participantes, sino centenar y medio. Desde que hemos ganado, hace solo tres meses, con el verano en medio, hemos resuelto el contencioso del restaurante, estamos en conversaciones con las administraciones para la pronta entrega de la obra y estamos ya mejorando a marchas ligeras pero incesantes, la vida cultural de nuestras salas.

Sabíamos que no sería fácil, porque allí hay desde hace unos quince años dos decenas de socios y socias que habían impuesto en el Ateneo su propia ley y habían hecho de él su motivo de entretenimiento. Algunos por no tener cosa mejor que hacer, otros por pequeña vanidad personal (para que en su currículo, a falta de otros méritos, pudiera figurar que son vicepresidentes o vocales de una u otra sección, como lo fueron Manuel Azaña o Emilia Pardo Bazán o Benito Pérez Galdós). Esas veintena de consocios trató de impedir nuestra entrada y ahora boicotea las reuniones, nos insulta y nos amenaza de palabra y de obra.

Esa es la degradación de la democracia a la que me he referido en otros sitios. Una institución puede degenerar, por supuesto, por muy democrático que parezca y sea su funcionamiento interno. Por ejemplo, permitiendo que unos pocos individuos ociosos acampen en sus órganos y se conjuren para evitar el cambio y perpetuar la mediocridad o incluso la zafiedad. Es condición natural del ser humano y característica estudiada de la estupidez, empeñarse en defender la migaja de uno antes que permitir que otros engorden el pastel. La estulticia consiste precisamente en eso: en actuar perjudicándose a uno mismo y también al otro.

El Ateneo de Madrid tiene un Reglamento con origen en 1884 y ha tenido doce reformas, la última en 1998. Tiene algunas peculiaridades interesantes, propias por cierto de las sociedades decimonónicas similares. Por ejemplo, un gobierno elegido por mitades cada año y asambleas de socios mensuales. Tiene sentido para organizaciones de aquella época e impregnadas del espíritu liberal del momento; formadas y dirigidas por la alta burguesía urbana y por las élites intelectuales, temerosas además de los desmanes del absolutismo.

El problema es que en las sociedades actuales, con una afortunada extensión del conocimiento y de las clases medias y también con un acortamiento del tiempo que la mayoría de la gente puede dedicarle a las artes y la cultura, ese modelo resulta no sólo extemporáneo, sino también pernicioso. El Ateneo ha sufrido en las últimas décadas las consecuencias de esos fenómenos. Al final, solo asistían a las reuniones de socios las personas con más tiempo y menos oficio y solo llegaban a sus órganos de Gobierno quienes tenían el tiempo de sobra y las tragaderas anchas para aguantar sin inmutarse la decadencia progresiva de la institución.

Por eso queremos cambiar el Reglamento, que es en realidad, a la luz del derecho de asociaciones, un pastiche a veces incomprensible, otras anticuado y muchas contradictorio. Vamos a cambiarlo, si los socios nos lo permiten, precisamente para reforzar la democracia de la institución, la misma que nos ha permitido a nosotros ganar las Elecciones, pero que también ha provocado en la casa una inestabilidad y una decadencia inaceptables.

No es democracia que veinte socios y socias se hagan con el control de la institución y expulsen de ella a quien amenace sus mediocres privilegios. No es democracia someter a votación una cosa y si el resultado no me gusta volver a votar al mes siguiente para ver si hay suerte y el resultado es más favorable, por incomparecencia de quien tiene otras cosas que hacer. No es democracia gritar, boicotear y amenazar a tus consocios. Dicen que Azaña decía que era más difícil gobernar el Ateneo que el país, pero esa broma no debería ser justificación para que unos cuantos hagan de la bronca y el follón su modo de vida. Por mucho que les excite una vez al mes venir al Ateneo a montarla.

Trataremos de cambiar el reglamento, sí. Para dotar de mayor estabilidad a la institución, respetando estrictamente su carácter democrático y mejorando su funcionamiento para beneficio de la mayoría y no solo de los veinte que hacen vida allí como si fuera un centro de día. Hay ya una comisión trabajando en ello, que someterá su dictamen al voto libre de los socios. Mientras eso sucede, nos enorgullecemos de formar parte de uno de los proyectos culturales más interesantes de Madrid y de España, que consiste en devolver la luz a la Docta Casa. La que no supieron mantener dos decenas de socias y socios tan solo empeñados en echar la tarde en sus legendarias estancias, creyéndose la encarnación de Lope de Vega o de Marie Curie.

Por fortuna, los demás somos dos millares. Sean bienvenidos y bienvenidas quienes quieran participar de nuestro proyecto, que es altruista, democrático y abierto. ¡Larga y luminosa vida al Ateneo de Madrid!

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