Otras miradas

Las viudas, primero

Octavio Granado

Secretario de Estado de Seguridad Social de 2004 a 2011

Octavio Granado
Secretario de Estado de Seguridad Social de 2004 a 2011

Que las pensiones de muerte y supervivencia (viudedad y orfandad) necesitan un replanteamiento, no lo discute nadie. Que el Gobierno, después de haber deprimido salarios, gestionado pésimamente la recaudación de cuotas y devastado el Fondo de Reserva tiene que buscar alguien que pague el estropicio cuando se acaben los fondos que dejó el malvado Zapatero, tampoco parece motivo serio de discusión. Otra cosa son las implicaciones de cómo se haga esto, y conociendo de quien viene la propuesta, es razonable temerse lo peor.

Venimos de una sociedad, la de nuestros abuelos y padres, en la que todavía votaban solo los "cabezas de familia",  las mujeres no tenían autonomía para gestionar su patrimonio (ahora pasa lo mismo pero a las adolescentes y referido a su maternidad) y a las mujeres casadas se las despedía, eso sí, con "dote" cuando se casaban. No estoy hablando del siglo XV: esto le pasó a mi madre. En este sentido, las paradojas de una viudedad en una sociedad de patrimonios personales, divorcio y trabajo de las mujeres son evidentes. Un cónyuge puede cobrar toda la vida una pensión generada por un accidente de circulación la noche de bodas; un viudo rico mejora su nivel de renta si fallece la esposa con menor salario; un huérfano ven depender la cuantía de su pensión de cuando llega a la mayoría de edad su hermanastro a quien no conoce. Antes incluso una persona divorciada podía pasar con el fallecimiento de su anterior pareja de la condición de pagador de una pensión indemnizatoria a receptor de una pensión de viudedad, lo que ciertamente era en sí mismo criminógeno.

Pero la pensión de viudedad en la legislación española tiene también sus ventajas. La primera y fundamental, que no discrimina el trabajo de la mujer, que en este sentido sabe que trabajar no perjudica la cuantía de su protección social, y con una legislación basada en un modelo tributario y no contributivo, tendrá incentivos a la economía sumergida, como si ya no hubiera suficientes.

En este sentido, sería muy razonable que la pensión de orfandad se financiara con impuestos, excluyendo de sus beneficios a una reducida minoría de grandes patrimonios, y garantizando una cuantía mínima que librara de la miseria a muchos huérfanos con ingresos exíguos. También podría discutirse que la pensión de viudedad tuviera una cofinanciación tributaria, que permitiera también que se cobrara en cuantía reducida siendo diputada, alto cargo de una Administración o de una empresa, o simplemente propietaria de una empresa media o grande, a la vez que la pensión mínima mejorara.

Pero como ya hemos visto que  en este país las pensiones mínimas suben también un 0,25%, es decir, un euro y medio al mes, es de temer que la reforma se haga simplemente para incompatibilizar pensiones y trabajo de las viudas (que siguen siendo el 90% del colectivo),  como una forma de ahorrar el dinero que la Administración regala a los empresarios en forma de bonificaciones, e impide que  llegue a la Seguridad Social disminuyendo la protección y las cotizaciones de los desempleados. Y si esto es así, no se entiende la relativa complacencia de algún sindicato con una medida que puede estallar en las narices a sus afiliadas.

Para terminar, tres preguntas sencillas: Si las pensiones de viudedad hay que pagarlas con impuestos ¿Por qué razón acabamos de imponer a la Seguridad Social que sean sus fondos quienes retribuyan mayores  pensiones a quienes tuvieron hijos hace 50 años y se queden viudas el año que viene? ¿Por qué razón no pagamos con fondos del Estado los dos mil millones que le cuestan a la Seguridad Social bonificaciones de cuotas para las empresas? ¿Por qué no incrementamos la parte de cotización que va a pensiones, abonando con cargo al Estado la formación de los trabajadores, por ejemplo, acabando así con los problemas de corrupción?

Gobernar un sistema de protección social es algo más complicado que buscar medidas milagrosas. Esta última recuerda las películas de naufragios, en el momento en que se decía "Las mujeres y los niños, primero". Pero en este mar no hay lanchas, sino tiburones.

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