Una izquierda reaccionaria e identitaria gana espacio en el debate público. No lo hacen desde los clásicos márgenes ideológicos, sino que medios estrictamente conservadores —sumada a alguna excepción progresista— les han abierto sus puertas. No se trata de una conspiración contra la progresía española y la izquierda transformadora, pero sí es una consecuencia lógica del momento histórico actual. Desde la anterior crisis, todas las certezas vitales y profesionales de las generaciones más jóvenes se quebraron, provocando una incertidumbre constante y una crisis de expectativas.
Esto está propiciando que determinados sectores miren y reivindiquen el pasado ante un modo de vida que consideran en riesgo de extinción por la decadencia actual y la degeneración de la familia como institución. En realidad, es un simple intento de rechazar la evolución de la sociedad. Un deseo de volver a esa España en la que algunos crecieron con todo tipo de certezas sobre lo que iban a ser, pero que en realidad eran reflejo de la generación de sus padres. El problema es que ese país ya no existe.
Este anhelo del pasado se realiza en un contexto determinado, el de la herencia de los años más duros de la Gran Recesión, que convergen con la reacción centralista y conservadora de «la España de los balcones». Un cóctel embaucador perfecto. Nostalgia y aspiración de clase a la que estos colectivos pretenden sumar una ligera capa de un izquierdismo que reniega de la diversidad territorial, la descentralización del Estado o la presencia de otros movimientos cuyas demandas definen el argumentario y los programas de las fuerzas progresistas.
Una mezcla construida en base al anhelo del hogar familiar, la tierra —en un momento de auge de reivindicación de lo rural—, la tradición, la patria, la familia biológica y las relaciones duraderas. En esta narrativa ficticia del pasado se omiten o se romantizan las adversidades sufridas por las generaciones anteriores —el rol de la mujer, la desigualdad social o la situación laboral— para acabar encontrando en esa foto fija lo que debe ser nuestro futuro. Un miedo constante a la diversidad, a la pluralidad ideológica y al mundo globalizado.
Para este grupo, la patria se asocia a la identidad españolista y no a la defensa del Estado del Bienestar. La reivindicación de los servicios públicos nunca es el eje central de sus discursos. Se trata de un producto acorde a los tiempos en los que desarrolla su acción, carente de pretensión transformadora —la indignación no cambia las condiciones existentes sobre las que se asienta su anhelo del pasado—, que casualmente no es más de lo que critica, un postulado dentro de la batalla cultural sin ambición material.
Hasta aquí todo normal, incluida una forma de actuar «políticamente incorrecta», rasgo que, casualmente, se comparte con actores —tanto políticos como mediáticos— de la derecha radical. Esto también ha llevado a que ambos subgrupos encuentren acomodo en medios de comunicación que viven en constante crítica a los sectores progresistas de este país.
Sin recorrido electoral, al menos hasta el momento, esta heterogeneidad que se agrupa bajo la etiqueta de «izquierda reaccionaria» juega un papel concreto, que pasa por la contaminación del discurso. Es decir, la introducción en el debate público de todos los elementos citados genera la obligación al resto de sectores de la izquierda de rebatir sus postulados y ponerlos en cuestión. Es ahí donde desarrollan su labor esencial los medios de comunicación pertenecientes a los sectores ya citados. Su función contribuye a amplificar los mensajes y peticiones de quienes hasta entonces contaban con mucha menos repercusión mediática.
Los intereses, como siempre, son variados, pero uno destaca por encima de todos: contribuir a que los posicionamientos reaccionarios compartidos se vuelvan transversales. Esto vendría a propiciar marcos discursivos en los que el conjunto de la izquierda tendría que competir con altas probabilidades de fracaso.
La construcción discursiva es idéntica a la utilizada por los sectores más conservadores. La esencia compartida en ambos casos se nutre de componentes cotidianos y emocionales que forman su particular leitmotiv: la búsqueda de certezas en el pasado sin ofrecer soluciones para el presente (negando a su vez el mismo tiempo).
Frente a las tentaciones reaccionarias que son un mero caballo de Troya, el conjunto de la izquierda tiene el deber de dar respuestas a las preocupaciones y frustraciones de los sectores progresistas de clase media, la clase trabajadora o el precariado desde la defensa de los valores democráticos del presente. También, de forma destacada, a las generaciones que ya han sufrido dos crisis y que son clave para el fortalecimiento del Estado del Bienestar y los derechos ciudadanos. A todos ellos tienen que ofrecerles un futuro que sea mejor que el pasado idílico que otros sectores se encargan de relatar.
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