Durante días no han dejado de publicarse artículos sobre el impacto de El juego de calamar. La serie de Netflix levantó ciertas alertas en algunos centros educativos, donde algunos menores replicaban agresiones que sufrían los protagonistas durante el juego. Desde entonces se recuerda que los menores de 16 no deben ver la serie.
Esto no es un análisis del punto de vista técnico o audiovisual. Todo el mundo sabe que es un producto calculadísimo. Posee todas esas cositas que enganchan al espectador: la lucha por la supervivencia, las recompensas, la atención, la estrategia y esos juegos infantiles que van directos a la parte más emocional. Si engancha a adultos en un cerebro aún inmaduro y en desarrollo... se convierte en una esponja. También están todos los tipos de personajes, de arquetipos: el bueno, el malo, el villano, el tonto, el loco o el traidor. Posee todos los ingredientes para el éxito.
Quiero ir a las reflexiones de algunos padres que, tras este debate, manifestaban que sus hijos nunca caerían en ningún peligro por ver esta serie. Ellos están salvados... Y me gustaría llamar a la prudencia porque muchos otros triunfalistas han visto, al final, sorpresas. Juzgamos lo que ven los menores desde nuestra mente ya adulta y en un contexto que no nos ha tocado vivir como juventud. Hay quien dice: "Yo de pequeño jugaba a los vaqueros y no mataba". Pues muy bien, pero dejemos de medir el mundo por lo que a ti te pasa, y pensemos en la sociedad de ahora, bombardeada de pantallas e imágenes las 24 horas. "Es que mi hijo no ve la serie", dicen. Es que es igual, porque en el Tik Tok de tu hijo o en otras redes se mostrarán como cebo trozos de esta producción. Y tendrán curiosidad por saber más.
Recomendar a los menores de 16 no ver la serie ni es censura ni es moralina. La ética se nos olvida. ¿Qué tipo de sociedad es la que queremos construir? Lo digo porque hemos asistido a debates y tertulias sobre este tema, que lo merece, pero nada comparado con otras cuestiones que tienen mucha menor repercusión mediática y que sí que están generando una violencia directa, sino de forma inmediata, sí a medio o largo plazo. Y la vemos a diario aunque parezca tabú cuando llega a una familia.
¿Hacemos tertulias sobre la violencia que ven los menores o qué aprenden a través de contenidos pornográficos o que incitan a la ludopatía? No. Está normalizado, forma parte del día a día, pero en secreto. Son referencias y modelos a seguir porque es lo guay y divertido. Luego, vas a hacer un reportaje a un centro de adicción de no sustancias y te encuentras menores, que empezaron a engancharse al juego y al dinero como una bobada y no pudieron cortar. Esos videojuegos o esas salas de juegos que han crecido en muchos barrios han sentenciado a una parte de la juventud. Sus padres jamás lo pensaron.
Tampoco veían porno los hijos de otros padres, hasta que una noche los llamaron diciendo que vinieran en su busca tras ser acusado de violación grupal. Menores que con 13 o con 11 o incluso con 8 años están accediendo a contenidos de pornografía, entre risas, dónde están aprendiendo cómo hay que tratar a una mujer de forma totalmente deshumanizada. A falta de educación sexual ellos interpretan que lo que ven en la pornografía es el sexo. Eso genera no solamente que cometan delitos como agresiones sexuales mientras están de ocio, sino problemas que hay que solucionar como prácticas sexuales no deseadas o disfunción a muy temprana edad. Luego, viene las manos a la cabeza viendo noticias de menores que agreden a otros, o que violan o que se hacen adictos o que hay violencia de género en menores. ¿Sorpresa? Ninguna. Una gran parte de los mensajes que reciben les marcan el camino.
Esto no significa que todos tengamos que ser castos o que dejemos de ver series como El juego del calamar o no echar una partida con tus amigos. Esto significa que no nos creamos que dominamos todo. Y que al final todo radica en una educación que está ausente. Que los efectos negativos de El juego del calamar se combaten con la alfabetización mediática. Que frente a la pornografía hay que enseñar educación sexual y afectiva. Que frente a la ludopatía hay que prever otras alternativas para la sociedad. Que no todo es hacer caja, sino crear valores que nos sostengan. Así luego no nos lamentaremos poniendo la tirita cuando es demasiado tarde. Más vale prevenir y escandalizarse menos.
Comentarios
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