Desde la primera edición, hemos descrito cada COP como una cumbre crucial, un punto de inflexión desde donde iniciar las transiciones socioecológicas necesarias para evitar el desastre climático. Pero, seamos francos. Ninguna COP ha cumplido estas expectativas. Ninguna COP ha planteado soluciones a la altura de las circunstancias. Cumbre tras cumbre, hemos sido testigos de cómo la presión lobista ganaba el pulso al deber social e ignoraba las evidencias científicas. Prueba de ello es la situación en la que nos encontramos hoy: la extinción vertiginosa de nuestra biodiversidad, la dependencia insostenible del carbono, la pérdida de ecosistemas, desastres climáticos... Y, sin embargo, estas palabras ya han perdido su impacto. Es una realidad a la que nos hemos acostumbrado, a la que muchos se han vuelto indiferentes. Pero más bien, nuestra realidad ecológica es una distopía ecológica. Y, sus consecuencias, más distópicas aún si caben. Vivimos en una realidad insostenible, en un momento sin futuro. ¿Podrá la COP26 devolvérnoslo?
En esta ocasión buena parte del sector activista llega sin ilusión. En las últimas semanas previas a la cumbre, hemos sido testigos de cómo se retiraban permisos y financiación de forma arbitraria a distintas iniciativas ciudadanas y científicas. Excusándose en las condiciones sanitarias y en evitar una "politización excesiva de la cumbre", lo que ha ocurrido es una corrupción narrativa: ciertas voces se silencian mientras otras se financian para conformar así un tono ficticio. ¿Quién representará a los jóvenes africanos cuando un gran número de sus delegados carecen de financiación para viajar a Glasgow? ¿Quién denunciará la naturaleza política del problema si toda perspectiva política fuera del canon dominante es silenciada? ¿Quién defenderá ciencia? ¡Sí, hasta han querido quitarnos la ciencia! Un par de semanas antes del inicio de la cumbre, se publicaron filtraciones de lobbies presionando para enmendar el último informe del IPCC. Sí, quieren negar la evidencia, cegarnos ante la realidad. Y, como de costumbre, a esta COP llegamos con promesas incumplidas: fondos insuficientes, programas de acción que perpetúan la inacción o compromisos del todo desconectados con una crisis que es cada día más y más acuciante...
Pero, ante todo, llegamos a esta COP sin excusas. La ciencia se ha mostrad más contundente que nunca: o asumimos ahora nuestra responsabilidad histórica de reformar radicalmente nuestro modo de vida; o las vidas de millones de personas quedarán arruinadas por la Crisis Ecosocial. Cuanto más tiempo perdamos en responder a esta disyuntiva, más drásticas y reducidas serán nuestras opciones. No cabe duda de que la COP es una batalla crucial y que debemos de poner todo lo que esté de nuestra parte por conseguir en ella los acuerdos necesarios. Pero debemos recordar que no es una batalla esencial.
Tras la pandemia, los movimientos ecologistas hemos demostrado que la Crisis Ecológica no es un problema temporal, parcial o subjetivo; sino que se trata de una crisis estructural, empírica e histórica. Solo hay una salida de ella: justicia ecológica y justicia social. La COP26 puede enderezar el rumbo de nuestras sociedades hacia estos ideales. Pero si fracasa, no podrá evitar que continuemos caminando en esta dirección. Las transiciones comienzan con cada persona y con cada comunidad. Nuestra misión radica en movilizarnos por nuestro futuro independientemente de lo que ocurra estos días bajo la lluvia de Glasgow. Podremos ser víctimas de un nuevo fracaso diplomático, pero jamás cómplices.
El futuro se encuentra en nuestras reflexiones, el cambio en nuestras acciones, las transiciones en nuestros movimientos. Nunca debemos olvidar esto.
Comentarios
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