Hace unos días moría una mujer en Polonia a consecuencia de la complicación de un embarazo. Era una muerte evitable, porque una simple interrupción del embarazo hubiera salvado su vida. No obstante, los médicos decidieron aplicar la nueva ley puesta en marcha por el Gobierno de extrema derecha polaco, que sólo permite practicar abortos en caso de incesto, violación o riesgo para la salud de la madre. Pero en este caso, al tratase de una malformación del feto no cumplía con ninguno de ellos. Fue entonces cuando antepusieron el cumplimiento extremo de la ley a la tarea inapelable de tratar de salvar una vida. Algo que terminó con el peor de los desenlaces: la muerte de la mujer y del feto.
Por desgracia, esta historia forma parte de la nueva narrativa que se está imponiendo en los países gobernados por la extrema derecha. Los mejores ejemplos son los de Hungría y Polonia, donde los gobiernos de Orban y Jansa, han aprobado unas nuevas reglas para un nuevo marco de "convivencia". Ese marco hoy está forjado sobre el miedo y la inseguridad que se encargan de alimentar desde todos los frentes. Desde el institucional, el comunicativo o el judicial. Y requiere de la construcción previa de un enemigo imaginario frente al que desplegar su proyecto reaccionario, un otro sobre el que edificar los nuevos consensos.
Décadas de precariedad y desigualdad provocadas por las políticas neoliberales, han abonado el terreno. Ahora, los nuevos fascismos, la extrema derecha, sólo necesitan señalar un enemigo imaginario que le permita demoler el marco que se forjó tras las Segunda Guerra Mundial en torno a los Derechos Humanos. Ahí es donde opera de nuevo la retórica por el control de los cuerpos de las mujeres, que como ya nos anunciaban desde hace décadas muchas pensadoras feministas, es un elemento imprescindible, desde el punto de vista material, para garantizar la reproducción del sistema económico y, desde el punto de vista cultural o ideológico, para fraguar nuevos consensos restrictivos.
Pero también se convierten en enemigas las personas migrantes, en un giro delirante de criminalización de quienes buscan refugio de las guerras, la miseria o el cambio climático. Algo que, en muchas ocasiones, genera el propio modelo económico europeo. Y, por supuesto, las personas LGTBI, convirtiendo en categoría ideológica la orientación sexual y el derecho a amar libremente e iniciando una persecución y señalamiento público. Finalmente, cualquier persona que exprese un posicionamiento progresista, también es un enemigo al que abatir.
Y de pronto nos encontramos en una pugna constante en la que cristaliza una idea peligrosa: todo lo señalado es enemigo. De pronto, el objeto central de esa batalla de la extrema derecha queda despejado. Es una guerra para fraguar un nuevo consenso, es una guerra contra los Derechos Humanos.
Quizá convenga explorar de forma más profunda esta cuestión. Vivimos un momento de crisis ecosocial, en el que la escasez de recursos materiales y energéticos es un hecho, y en el que el cambio climático ejerce de espada de Damocles de toda una nueva generación que ve en riesgo no sólo un proyecto de vida, sino la vida misma. En ese contexto, el capitalismo, -además de reorganizarse para controlar los recursos disponibles en el planeta- necesita un dispositivo político que vuelva a ejercer de forma funcional a sus intereses, una fuerza contraria a quienes exigen decisiones audaces y equitativas para afrontar este cambio de paradigma
Frente a los avances del feminismo más antipapista, que no sólo exige derechos, sino que cuestiona la organización social, política y económica del binomio capitalismo-patriarcado y plantea una refundación de las sociedades en torno a valores de cuidados, de reparto y de justicia, el neoliberalismo necesita esa fuerza reaccionaria que erosione la organización feminista.
En definitiva, se trata de demoler aquello que forma parte de nuestro sentido común. En este caso los derechos humanos, para sustituirlo por un nuevo sentido en el que sea aceptable que el acceso a determinados recursos, a determinados derechos, sólo estén reservados a unos pocos. Y ahí reside seguramente el eje de esta ofensiva cultural e ideológica de la extrema derecha que requiere de una extirpación completa de cualquier conato de libertad, justicia y fraternidad.
Por eso, mientras su proyecto consiste en cuestionar los derechos como condición donde se asientan sus proyectos políticos y siguen alimentado el miedo, la inseguridad y las falsas banderas, a nosotras nos toca dar la pelea elemental de defensa de los Derechos Humanos. En cada plaza, en cada lugar. Porque, en el fondo, todas las que vivimos de nuestras manos y no estamos dispuestas a renunciar a la justicia, la fraternidad y la libertad nos va la vida en ello. En que no metan a las personas refugiadas en jaulas y campos de concentración en las fronteras exteriores de la UE; en que las mujeres polacas mantengan el control de sus cuerpos y puedan abortar con seguridad; en que haya libertad de prensa; en que "solas y borrachas" podamos llegar a casa; en la demolición de las reglas fiscales austericidas; en pelear legislaciones laborales que mejoren las condiciones de trabajo; en la defensa de un modelo energético justo y renovable; en la cuestión esencial de amar libremente; y en todo aquello que se cimienta en el ejercido innegable de los derechos. Nos va la vida en ello.
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