Desde el 31 de octubre se está celebrando en Glasgow la COP26, conferencia de Naciones Unidas sobre el cambio climático. Escriben los periodistas en los grandes medios de comunicación que esta reunión, cuya duración son dos semanas, tiene el propósito de debatir y esclarecer acciones para hacer frente al "cambio climático".
Hay un escepticismo generalizado en la opinión pública sobre los aportes o cambios sustanciales -incluso radicales, puesto que se hace necesario actuar urgentemente para revertir esta crisis- que este tipo de reuniones de grandes políticos e instituciones puedan tener en la praxis. Además, muchos grupos activistas y militantes se cuestionan la posibilidad de un cambio real, esto es, radical y estructural, desde un sistema cuyos mandatos de producción y consumo van contra natura.
Uno de los puntos importantes a los que atender en aras de entender la problemática en la que estamos insertos, es el lenguaje con el que expresamos dicha realidad. Parece importante atender a las palabras con las que describimos la realidad a la que hemos llegado: crisis ecológica. ¡Basta ya de hablar de "cambio climático"!
J.L. Austin, filósofo del lenguaje, en su obra How to do Things with Words critica una idea clásica en nuestra tradición intelectual: que la única relevancia de un enunciado sea describir algún estado de cosas o enunciar algún hecho. El motivo de la crítica es que hay enunciados que son un acto en sí mismo, o una parte de la propia acción. Por ejemplo, el enunciado "te prometo" es en sí mismo una acción ya que enunciando la promesa, la promesa adquiere realidad.
Así, decir también es hacer, las palabras nos comprometen con las acciones, porque forman parte de las prácticas. De aquí la importancia del lenguaje que utilizamos, porque las palabras que usamos pueden ser una herramienta de transformación de la realidad. Recordemos la relevancia que ha tenido el movimiento feminista y los cambios conceptuales en los medios de comunicación a la hora de hablar de violencia machista. Hay un cambio significativo en un titular que enuncia "encontrada una mujer muerta a manos de su marido" a "encontrada en la localidad de Teruel una mujer asesinada a manos de su marido". El cambio es sustancial, ya que la segunda afirmación pone el foco en la raíz del problema.
Con la emergencia climática debemos emprender el mismo camino. Un cambio de paradigma lingüístico, un cambio en la forma de expresar el colapso ecológico que estamos viviendo, pasa por señalar y remarcar la importancia de poner el foco en la responsabilidad y la acción concreta y particular de grupos, empresas, estados e instituciones.
Un ejemplo de este cambio lingüístico en los medios de comunicación es The Guardian que ha cambiado en su libro de estilo palabras como "cambio climático" o "calentamiento global" por otras como "emergencia climática" o "crisis climática". Pero ¿qué problema hay con estas palabras? Es decir, ¿por qué cambiarlas? En primer lugar, la locución cambio climático no hace referencia a la situación de emergencia que vivimos y puede malinterpretarse como una situación natural y que forma de la estructura cíclica de la naturaleza ("cambios climáticos ha habido siempre"). Esta es una de las razones que dan en The Guardian: "Queremos asegurar que estamos siendo científicamente precisos y mientras también que estamos comunicando con claridad a los lectores este tema tan importante (...) La expresión cambio climático, por ejemplo, suena más pasivo y educado cuando lo de lo que los científicos están hablando es de catástrofe humanitaria". En su lugar, dicen, deben usarse términos más adecuados como emergencia climática, crisis ecológica o desastre ecológico.
En estas líneas queremos proponer un nuevo lenguaje para generar marcos que faciliten la acción. Esto está en sintonía con la declaración de emergencia climática que firmaron en 2019 un grupo de organizaciones (entre ellas Extinction Rebellion) y que "exige el reconocimiento de que el planeta, así como los seres vivos y los ecosistemas, se encuentran en grave peligro". Este reconocimiento exige ponerle nombre y darle realidad a los problemas devastadores que está teniendo esta indiferencia mundial hacia la crisis climática que está sucediendo. "En ese sentido -sigue la declaración- se insta a que se acepte la realidad de la crisis climática". En nuestra opinión, tanto la aceptación de esta realidad como su reconocimiento -que viene una de la mano de la otra- implica un cambio sustancial de las palabras de las que se hace uso para referir a este problema que se está convirtiendo en una crisis irreversible.
En referencia a las personas que nieguen la validez y/o veracidad de los datos científicos de esta crisis ecológica se propone abandonar el uso del término "climatoescépticos" o simplemente escépticos. El escéptico es el que, ante la falta de certezas decide abstenerse de pronunciarse a favor o en contra. Como los datos científicos no presentan tales problemas epistémicos debido a su abordaje a través del método científico, el uso de este término pone en duda los resultados de la comunidad científica y sus conclusiones. En su lugar, proponemos otro como "negacionistas" que recoge el rechazo a las tesis científicas sin cuestionarlas.
En lo que respecta a la extinción masiva de especies, otros movimientos han mostrado la imprecisión que supone definir un proceso a partir de la cuantificación de los resultados ("hallada muerta una mujer..."). Como consecuencia, se obvia el hecho de que esa acción fue cometida por un actor y por eso son necesarios términos que pongan el foco en la responsabilidad ("... una mujer ha sido asesinada..."). En el contexto de la crisis ecológica que vivimos, el término extinción debe dar paso a otro que cumpla estos requisitos como "ecocidio" o "crimen contra la vida". Estos términos no sólo permiten cualificarla jurídicamente, es decir constituirla en delito, sino que también permite designar responsabilidades penales de personas físicas: jefes de estado o responsables de empresa.
En esta línea -de señalar responsabilidades en la emergencia climática- debe abandonarse también términos igualmente genéricos como "prácticas contaminantes" por no distinguir entre las prácticas contaminantes que conllevan ecocidio y aceleran la emergencia climática y las que, por ser ínfimas, no lo hacen. En su lugar, es necesario hacer esta distinción a través de términos como "terrorismo ambiental" o "terrorismo ecológico". Cuando vamos en metro contaminamos, sí, pero no es ese viaje de metro el responsable del desastre ecológico que vivimos.
De igual manera, se deberían reformular las palabras que designan las políticas tanto públicas como privadas para luchar contra la crisis ecológica. El término de uso común "sostenible" o ecofriendly es inadecuado en este sentido por suponer que, de alguna manera, hay alguna forma de mantener este sistema de producción -que nos ha traído a esta crisis- y evitar el desastre ecológico. También son términos que se utilizan mucho en el llamado marketing verde como una forma de lavar la cara de las empresas o suavizar las prácticas abusivas de estas con el medio ambiente. En su lugar, creemos más correcto utilizar términos como no-contaminante -en referencia a que no genera ningún impacto ambiental- o el genérico prácticas respetuosas con la vida.
Esto implica exigir una comunicación más transparente y honesta a las empresas, una comunicación que haga justicia con la realidad. Así, empresas realmente comprometidas con el cuidado del medio ambiente y el abordaje de esta crisis ecológica habrían de dejar de utilizar estas expresiones (ecofriendly o sostenible) -que se utiliza como forma de llegar al consumidor y mostrar una imagen bondadosa y social- y optar por un lenguaje más directo y claro en cuanto a su compromiso con esta emergencia como: 0% contaminante.
Este cambio de paradigma lingüístico es un paso crucial a la hora de abordar la urgente problemática que, además, nos interpela como sujetos activos responsables del cuidado del mundo que habitamos. Pero, además, es un punto clave a la hora de desmarcarse de las prácticas abusivas y contaminantes, esto es, de los crímenes contra la vida que llevan a cabo muchas empresas, pero que esconden tras un marketing verde y "friendly" con el medio ambiente a través de los departamentos de responsabilidad corporativa.
Atender a la crisis climática y entender la importancia y la urgencia de esto pasa por visibilizar no sólo la dimensión de la problemática, sino poner el foco en quiénes son los responsables y, por tanto, los que tienen la capacidad de intervenir para revertir la situación y -sobre todo- la obligación de hacerlo.
Comentarios
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