Otras miradas

Washington y La Zarzuela, un matrimonio bien avenido

Oscar Martín García

Investigador Marie Curie en el Instituto de Estudio Avanzados de la Universidad de Aarhus (Dinamarca), donde estudia las relaciones entre Estados Unidos y España durante el franquismo y la transición

Oscar Martín García
Investigador Marie Curie en el Instituto de Estudio Avanzados de la Universidad de Aarhus (Dinamarca), donde estudia las relaciones entre Estados Unidos y España durante el franquismo y la transición

En estos días el rey Felipe VI se estrena como invitado a la Casa Blanca. Travesía al otro lado del charco que desprende algunos paralelismos con la primera vez que lo hizo su padre, también en un contexto de crisis de régimen y restauración monárquica. En enero de 1971 el entonces príncipe Juan Carlos realizaba su primer desplazamiento oficial al extranjero tras haber sido nombrado sucesor de Franco a título de rey. El destino escogido para la ocasión tuvo poco de azaroso: los Estados Unidos de América. Una elección que no extraña habida cuenta del importante papel jugado por el "amigo americano" en la progresiva rehabilitación internacional de la dictadura a cambio de bases militares en la península.

Nixon  -quien poco antes (octubre 1970) había sido el segundo presidente norteamericano  de estancia oficial en España-  acogió dicho viaje con el propósito de apuntalar la alianza defensiva y anticomunista que mantenía con la dictadura franquista, y que había sido renovada con los recientes acuerdos militares de agosto de 1970. De paso la administración republicana también quería mostrar su apuesta por Juan Carlos como principal baza para garantizar una futura transición que no comprometiese ni el status quo interior ni las prioridades geoestratégicos de la superpotencia en el escenario de la Guerra fría.

A partir de entonces Washington se convirtió en el principal valedor del casi desconocido príncipe Borbón de cara a la sucesión de Franco. Por lo que no extraña que, pocos meses después de la muerte del dictador,  el ya monarca visitase los Estados Unidos como parte central de su primera gira internacional tras ser investido Jefe de Estado. Un viaje que tuvo lugar en junio de 1976, en una de las coyunturas más críticas y convulsas de la transición. Entonces, bajo un contexto de fuerte deterioro económico y conflicto social, el apoyo prestado por los EEUU a la monarquía, como garante de una salida ordenada a la crisis final del franquismo, fue crucial. A su vez, la Corona se erigió en bastión de los privilegios militares estadounidenses recogidos en el Tratado de Amistad y Cooperación de enero de 1976.

Por tanto, no parece osado sugerir que uno de los elementos fundacionales del régimen 78, que durante los últimos 30 años ha dotado de estabilidad interna y reconocimiento internacional al mismo, ha sido la alianza estratégica entre la Corona española y la superpotencia norteamericana. En esta lógica de mutua lealtad atlantista se inscribe la mencionada expedición de Felipe VI a la capital estadounidense. Allí será recibido por Barack Obama en recompensa a la designación, el pasado mes de junio, de la base de Morón de la Frontera como emplazamiento permanente de las fuerzas armadas estadounidenses. En este intercambio de favores la administración demócrata también pretende dotar de legitimación internacional a la operación de renovación cosmética de la monarquía española puesta en marcha con la abdicación del rey Juan Carlos en 2014. Sucesión al frente de la Jefatura del Estado que representa la pieza central de un proceso más amplio de recomposición de elites, mediante el cual se  pretende salvaguardar la institución que articula y perpetúa el régimen nacido después de 1975. Al igual que entonces, hoy en día parece persistir la total sintonía entre la Zarzuela y Washington cuando se trata de taponar, desde arriba y a través de lo que algunos llaman la tercera restauración borbónica, cualquier salida rupturista a la actual crisis oligárquica que vive España. ¿La jugada les saldrá bien esta vez?

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