Otras miradas

Algunos aprendizajes sobre redes, opinión pública y el “asunto macrogranjas”

Guillermo Zapata

Algunos aprendizajes sobre redes, opinión pública y el “asunto macrogranjas”
El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, durante la visita que ha realizado hoy a una explotación ganadera de extensivo en Las Navas del Marqués (Ávila).- EFE / Raúl Sanchidrián

Contexto

El ministro de Consumo, Alberto Garzón, hace unas declaraciones al periódico The Guardian defendiendo la ganadería extensiva frente a las macrogranjas. La noticia pasa desapercibida para la opinión pública española hasta que es rescatada por una web ligada al lobby de las macrogranjas, que la "pone en circulación" mintiendo sobre su contenido. Se inicia entonces una campaña contra el ministro por parte del PP, Vox y Ciudadanos. Días después el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, desautoriza la opinión de su propio ministro. De nuevo, días después, el PSOE intenta que la noticia desaparezca y se empiece a hablar de otra cosa. De fondo el inicio de la campaña electoral de las elecciones autonómicas en Castilla y León.

Ha pasado algo

Podríamos decir que lo sucedido con la polémica de las macrogranjas y los ataques al ministro Garzón no es nuevo. Podríamos decir, incluso, que es la tónica habitual en los últimos dos años. Una estructura mediática, organizada en torno a la dupla "guerra cultural" y "bulos", inicia una campaña contra el gobierno a través de un entrecomillado manipulado. Sin embargo, en esta ocasión lo sucedido es diferente a anteriores. Por eso, más que encontrarnos ante lo de siempre tenemos indicios de que estamos ante algo distinto (no nuevo, distinto).

Los contornos de "eso que lo hace distinto" son a la vez una buena y una mala noticia. La mala noticia es que el uso de un bulo cuya refutación ha sido masiva ha incluido a varios presidentes autonómicos de signo distinto (PP y PSOE) y al propio presidente del gobierno. La buena noticia es que una mezcla de autoorganización digital, periodismo y política de comunicación institucional ha peleado contra el bulo, socializado y amplificado la discusión sobre las macrogranjas y construido un espacio político a la ofensiva para Unidas Podemos, colectivos ecologistas, ganaderos y sociedad civil, desbaratando el marco construido por el bipartidismo sobre el asunto.

Dato mata a relato cuando crea relato

Desvelando la verdad de las palabras de Garzón o trazando el camino del bulo hasta su origen no estaremos más cerca de resolver el problema. La verdad no es suficiente, hay que atender al menos otros dos factores. El primero es por qué la verdad prende en algunos lugares y, sobre todo, desplaza la atención en otra dirección. No nos sirve saber "cómo nos gana el bulo", sino defender la verdad y abrir con ella un campo de atención nuevo, "habitable" por el mayor numero posible de personas.

El dato sobre el funcionamiento del bulo puede quedarse en la autopsia de una impotencia, mientras que los datos sobre lo que ha sucedido realmente son los que deben circular constantemente, sin parar. Eso es lo que ha pasado estas semanas con las declaraciones de Garzón. Que el bulo saliera de una web ligada a las macrogranjas, que el PP, Vox o Ciudadanos lo usaran para atacar al gobierno o para tapar los últimos datos sobre el paro es lo de menos; lo que marcó la diferencia fue la circulación masiva de las declaraciones de Garzón y la defensa no sólo de lo dicho, sino sobre lo que esto significa. 

Guerra de posiciones multicapa

Para que las posiciones iniciales se hayan modificado ha sido necesario que la pelea por el marco de comunicación se haya dado en diferentes capas comunicativas y canales. No habría sido suficiente con la "opinión de Twitter", por ejemplo.

La gran cantidad de entrevistas realizadas por Garzón en esos días es uno de los elementos claves, pero también toda una serie de periodistas y medios que han ampliado la explicación del ministro y la información sobre las macrogranjas. Digamos que Twitter ha funcionado como un estado de ánimo flotante y conectado que produce una predisposición para la circulación y amplificación de los mensajes, pero los mensajes que han podido circular agarraban allí o iban de ida y vuelta a los medios de comunicación.

Ese estado de ánimo ha producido también revelaciones interesantes en torno a las figuras de la tribuna y la opinión pública. Al entrar un tema nuevo que se percibe como tal era más fácil identificar quién estaba opinando desde una verdadera posición de experto/a y quién estaba reproduciendo una línea ideológica que, de pronto, era ridiculizable.

Otro de los elementos útiles para abrir aún más ese campo ha sido la construcción de una contradicción entre el mensaje público de los partidos del bipartidismo sobre las macrogranjas y ciertas opiniones y actuaciones políticas que han tenido en el pasado inmediato. Digamos que en un contexto de impunidad de la opinión, la contradicción entre discurso y políticas reales no se ve sometido a tensión, pero en un contexto donde la verdad se pone en discusión (por ser un bulo) esa contradicción entre palabras y hechos se hace más problemática. Podríamos añadir también que la situación ha llegado de las redes a la capa de calle, aunque de una manera quizás más minoritaria a través de algunas movilizaciones.

Una conclusión importante en este caso es medir las dificultades para abrir temas de discusión si sólo operan en el interior de una capa. Es a través de la reverberación de las mismas como alcanzan marcos de relevancia. Pero eso también nos permite salir de la posición de victimización constante en torno al dominio absoluto de los medios de comunicación tradicionales para producir opinión pública. Mucho más cuando hablamos de nuevos campos de conflicto y estos afectan de manera directa a los propios profesionales de la comunicación, que pueden salirse, digamos, de su posición como repetidores de información de terceros (fundamentalmente periodismo de declaraciones que vienen de los gabinetes de comunicación de la clase política) y ampliar las investigaciones y los sujetos que toman la palabra.

La opinión pública ya no es consensual

Una de las cosas que hemos visto estas semanas es que mientras las "nuevas fuerzas sociales y políticas" (sin importar su signo) desarrollan su comunicación en entornos fragmentados y de burbujas, el viejo bipartidismo sigue operando en términos de opinión pública tradicional. Dicha noción de opinión pública opera como una suerte de "centrismo". Existiría entonces una especie de "ciudadano cero" que representaría un sentido común anterior al debate y que no debe ser molestado. Lo que piensa ese "ciudadano cero" es una construcción política basada mucho más en el miedo de los propios grupos políticos que en nada que haya investigado realmente. ¿Este "ciudadano cero" permanentemente temeroso de los cambios existe realmente? Existe en la medida en que la opinión pública, tal y como las hemos entendido históricamente, sigue teniendo un papel en nuestra sociedad, pero ya no podemos decir que dicha idea de opinión pública sea la única. El espacio es más fragmentado, monstruoso y mestizo, y sobre todo más volátil.

Es cierto que ahí hay una diferencia que tiene que ver con ciertos accesos a tecnología y con dónde se produce nuestra socialización fundamental para formar una opinión (vía tele o vía redes), pero la tendencia es la de que la "deriva monstruosa" es la dominante. Digo monstruosa porque tampoco es cierto que la "generación de internet" se haya escapado por completo de otros dispositivos de opinión como la televisión, sino que la televisión se ha "bastardizado" y vuelto un poco monstruosa, medio tele, medio Twich, medio batalla de hashtags en redes. La cabeza de puente de este proceso son lo que hemos conocido históricamente como "programas del corazón", probablemente los formatos televisivos que más están jugando con estas mezclas, pero en dirección contraria tenemos a Ibai apropiándose de formatos televisivos para Twich.

Por tanto, cuando el presidente del Gobierno habla para una audiencia que en su cabeza es el temeroso ciudadano cero, ya no está hablando para el conjunto de una opinión, sino para una parte tendencialmente menor y por eso entendemos que le "hace el juego" al bulo, porque lo que hace es ampliarlo para ese sector de la población que sí puede estar escuchando con ese sentido. Y por eso es importante pelear en planos muy diversos de la expresión de información y opinión y no encerrarse solo en uno, entender que la tendencia es a la desaparición de ese ciudadano cero informado sólo de una forma.

Cuidado, esto no es algo acrítico o sin problemas. Precisamente porque no hay una opinión publica consensual, que represente al conjunto, digamos, de una forma inercial (la inercial ya no es que la opinión tiende a uno, sino que tiende a varias comunidades), lo que tenemos son opiniones fragmentadas que no puede agarrarse a una noción de verdad que antes solía coincidir con la de la opinión publicada. Esto explica también las derivas individualistas y narcisistas de la opinión y el debilitamiento de los hechos sobre las opiniones. El bulo crece mejor en territorios donde la opinión vale más que los hechos o donde un determinado prejuicio cultural no tiene que medirse con datos objetivos. El problema es pensar que dicha noción de opinión pública sí es en realidad la que opera, o que la forma de resolver el problema es volver a un estado anterior tan injusto como imposible. No hay máquina del tiempo ni tanta gente que quisiera usarla.

Una atención distinta

Un efecto colateral interesante es que durante unos días nuestros timelines no estaban llenos de la habitual toxicidad de extrema derecha ni del esfuerzo por ignorar la misma. Tampoco circulaban los constantes recordatorios a no picar el anzuelo y socializar como opinión pública general lo que no es más que un fragmento de la misma diseñado para mantener unida a una base de votantes. No, de pronto lo que recorría la red era una corriente de energía informativa nueva que desplazaba nuestra propia atención hacia otros lugares y que construíamos en conjunto.

El escritor de ciencia ficción y hacker Cory Doctorow dice que el problema de la red, como todo problema político, es el problema de la cooperación y la sincronicidad. Donde existe sincronicidad y cooperación la atención se transforma, escapa, se fuga. Sincronizar no es más que ocupar el mismo vector en el interior de las redes en un mismo espacio/tiempo. Es decir, que cambiar la atención es habitar la red de otra manera. Creo que este es el aprendizaje más importante. Ni siquiera podremos desplazar la importancia que la "infoesfera" tiene en nuestra vida particular desde nuestro individualismo. Tendrá que ser en común con otras personas.

El desafío, entonces, pasa mucho más por pensar formas de persistencia de dicha atención distinta. Como volverla norma y no excepción.

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