El uso excesivo de algunos términos devalúa su significado. Es como si perdieran elasticidad. Su manoseo termina por producir el efecto de que cada vez es más difícil que recuperen su forma original. Con los conceptos políticos pasa mucho. Algunos se ponen de moda y se manosean tanto que llegan a perder su forma hasta tal punto de resultar irreconocibles.
Esto es lo que ocurre hoy con el liberalismo en España. Quienes hoy se reclaman "liberales" en nuestro país coinciden en situarse de manera inequívoca en el "bloque conservador".
Se da la circunstancia, además, de que el "bloque conservador" en España se ha ido configurando en torno a elementos cada vez más reaccionarios, incorporando ingredientes de integrismo religioso, machismo militante, negacionismo e ideas conspiranoicas de diferente tipo y nacionalismo agresivo, asumiendo de manera progresiva el fondo y las formas de la derecha alternativa/extrema/radical.
Así, los autodenominados liberales en España se han aliado con quienes en todo el mundo constituyen el mayor desafío para el conjunto de derechos y libertades que históricamente han dado forma al programa liberal y que ha conformado el marco de consenso básico sobre los que se asentaron las democracias liberales posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Lo que algunos han designado de manera despectiva como "consenso progre" no es otra cosa que un conjunto de valores que han hecho viable la convivencia y la construcción del marco de la democracia liberal en Europa. Si en este país hemos pasado de "dar palizas a los homosexuales a que nos impongan su ley" (es decir, a que estén protegidos por la ley), como se lamentaba un conocido vocero de uno de estos partidos que se reivindica liberal, es gracias a ese consenso.
Quienes ponen en cuestión hoy esos consensos no lo hacen en el sentido de ampliar el marco de derechos y libertades haciéndolo más inclusivo. Al contrario, lo que ofrecen es un retorno a las tradiciones más excluyentes y un retroceso generalizado en materia de derechos civiles.
Lo que en realidad tienen en común las fuerzas políticas agrupadas en el "polo conservador" español es su adhesión al programa económico neoliberal asociado a la revolución conservadora de los años 80 y a unas cuantas dictaduras a lo largo y ancho del planeta (Chile, Argentina, Indonesia,...), que poco tiene que ver con el liberalismo y sí con el librecambismo más exaltado (corriente que históricamente se enfrentó al liberalismo).
En definitiva, los autodenominados liberales españoles no tienen nada de liberales. Se han apropiado de una bandera que no les pertenece y con cuyos principios chocan un día sí y otro también. Y pagando un alto precio por el efímero poder que les otorga la alianza reaccionaria que está fagocitando, al menos, a algunos de ellos y que va estrechando el marco político, reconduciéndonos al bipartidismo pero esta vez, con un polo conservador duramente escorado y radicalizado.
La ola reaccionaria no se detiene sin embargo ahí. Y eso es interesante. No son pocos (aunque afortunadamente cuentan con poco eco) los que desde la izquierdas argumentan o actúan a favor de un retorno a las esencias más autoritarias y el desprecio por los derechos civiles y el pluralismo político.
Asumiendo la caricatura de que "los trabajadores tienen cosas más importantes de las que preocuparse" ponen en cuestión la centralidad que han adquirido los movimientos que reivindican libertades y derechos individuales. Pero no solo. Incluso cuestionan la urgencia de la cuestión ecológica que conformaría con el resto del arcoíris progre la famosa "trampa de la diversidad".
Pero las clases populares y los trabajadores, además de tener que buscarse la vida en el mercado de trabajo o enfrentarse a la precariedad, forman familias, se enamoran, se divierten, sufren la violencia machista, tienen diferentes orígenes y, sobre todo, viven en un planeta que se dirige al colapso.
Nadie más interesado en la libertad que quienes se verán obligados a hacer uso de ella para pelear también por la igualdad y la mejora de sus condiciones materiales de vida. Si alguien ha luchado en nuestro país por las libertades liberales ha sido el movimiento obrero organizado.
En El Liberalismo herido, José María Lasalle nos recuerda que "el liberalismo nació como un programa de acción política asociado a las expectativas de cambio y progreso de una modernidad incipiente que luchaba contra las estrategias de poder del Antiguo Régimen".
Hoy es el mercado el que se erige como poder absoluto sobre todos los aspectos de la vida social y pasando sobre el bienestar de las personas y los límites materiales del planeta al desplegar su proyecto; desalojando la política -y por tanto la democracia- como herramienta de la colectividad para perseguir la felicidad y el bienestar colectivos.
Este nuevo absolutismo encuentra su expresión política en el neoliberalismo autoritario en torno al que parece agruparse buena parte de la extrema derecha internacional y la práctica totalidad de la derecha española que por otra parte, cuanto más se escora hacia las posiciones de la derecha más intransigente más reivindica la etiqueta liberal.
Es imprescindible la refundación de un nuevo programa contra la imposición de este nuevo absolutismo del mercado sobre los derechos individuales y colectivos.
Todavía hoy atravesamos un acontecimiento mundial que supone un antes y un después en la historia de nuestra especie. Una catástrofe que, dependiendo de la interpretación que hagamos de ella como sociedad global marcará el rumbo de las próximas décadas. Si tras la Segunda Guerra Mundial se impuso en buena parte del planeta un pacto para garantizar unos niveles de democracia y de libertad que conjurasen el resurgimiento de la tentación autoritaria, hoy se hace necesario acumular fuerzas en torno a un programa político que haga frente al nuevo absolutismo neoliberal y liberticida.
No en términos defensivos, no abandonando la audacia política y las perspectivas de cambio. Muy al contrario, ofreciendo un proyecto político transversal que pueda suscitar el apoyo de sectores mayoritarios, que señale salidas protegiendo la convivencia y la diversidad, garantizando nuestro derecho a formar parte de la sociedad en igualdad de condiciones. Por muy diversa que sea nuestra condición y que nos brinde un horizonte de estabilidad material en un contexto de combate firme y sincero por el futuro y contra la crisis climática como eje de un nuevo pacto social intergeneracional y de un proyecto de sociedad más humano.
En nuestro país la configuración de este amplio espacio político poco tiene que ver con "unir lo que hay a la izquierda del PSOE". Lejos de ello, debe aspirar a conquistar el centro del tablero político, integrando, otra vez, libertad e igualdad y dando cabida tanto a los sectores progresistas más tradicionales como a un nuevo liberalismo que reivindique una renovada defensa de los derechos y libertades individuales ante los nuevos desafíos del ciber leviatán y el mercado absoluto.
En palabras de José María Lasalle "un liberalismo autocrítico que asume que hay que dejar atrás la obsesión por blindar materialmente una libertad que se confunde con el disfrute sin obstáculos de nuestras preferencias personales, para asumir que estas deben enmarcarse dentro del respeto de vínculos morales, condicionante ecológicos y contextos culturales...Un liberalismo que reclama el derecho colectivo a la heterodoxia y el derecho individual a la diferencia...una libertad orientada a la persecución del bienestar humano".
Un proyecto que tome como eje un gran pacto social e intergeneracional orientado a garantizar el futuro combatiendo el cambio climático y sus consecuencias y propiciando un marco de derechos y libertades y prosperidad material análogo al estado de bienestar, construido en buena parte del continente europeo tras la Segunda Guerra Mundial debe tener como horizonte obligado la profundización y el avance del proyecto europeo como espacio común de prosperidad, derechos, libertades.
Desde esta vocación radical e inequívocamente europeísta debemos, asimismo, disputar la idea de España a quienes tratan de patrimonializarla desde una visión nostálgica y excluyente, reivindicándola desde su realidad concreta, diversa y plural y, sobre todo, como proyecto de futuro. La Unión Europea se ha demostrado capaz de movilizar los recursos necesarios para dar respuesta a las consecuencias económicas y sociales del coronavirus. Será también la UE el escenario en el que se articulen los recursos necesarios para hacer frente a los desafíos propios de la crisis climática y sus consecuencias.
Comentarios
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