David Simon y Ed Burns son, seguramente, los guionistas contemporáneos que mejor retratan la ciudad. Su primera serie, The Corner y la venerada The Wire se ambientan en el barrio de West Baltimore. Ambas abordan las problemáticas socio-económicas del barrio, fundamentalmente la pobreza, la venta de drogas y los problemas de seguridad asociadas a ellas.
La serie de Entrevías, último producto mediático del grupo Mediaset, lejos de realizar un retrato del barrio donde dice ubicarse, construye una imagen irreal jalonada de clichés y que destila prejuicios como solo alguien que no conoce ese barrio podría imaginar.
En el primer caso nos encontramos con dos series que abordan la complejidad de los conflictos urbanos retratando con crudeza un contexto en el que el racismo, la miseria y la adicción convierte los lugares en sistemas cerrados de los que huir es casi imposible. Espacios liminales donde las reglas del juego operan a modo de fronteras invisibles atando a sus habitantes a esas calles y la diferencia entre la vida y la muerte depende de la esquina donde te sientes a descansar. Baltimore, en el estado de Maine, es una de las ciudades de Estados Unidos donde las políticas urbanas segregacionistas más se impusieron.
La llamada política del redlining, consistente en la parcelación racista de la ciudad para separar las zonas blancas y prósperas a las que irían destinadas los paquetes de inversión para mejora y ayuda a la vivienda y que estuvo presente desde finales del XIX y hasta mediados del XX, hizo de las ciudades segmentos urbanos conectados apenas por grandes avenidas, donde cada unidad funcionaba de forma independiente, condenando a determinadas áreas a niveles insoportables de miseria mientras hacía de otras guetos para la clase acomodada blanca. La deslocalización industrial de los años sesenta y setenta terminó de dibujar el mapa de la desigualdad de dicha ciudad. Baltimore perdió más de 300.000 habitantes en la última mitad del siglo XX y comienzos de XXI.
La conocida como white flight que despobló los centros urbanos en favor de los suburbios residenciales es la cara B de los modelos urbanos segregacionistas. La acumulación de problemáticas sociales en determinados territorios tiene un efecto multiplicador, la pobreza, el aumento de la desinversión, los problemas de seguridad, la falta de expectativas y el abandono de la esperanza de mejora de dichos territorios se convierten en elementos endémicos que son difíciles de subvertir con políticas parciales y cortoplacistas. La oficina de política y planificación urbana de Baltimore realizó en el año 2011 un estudio de salud desagregado territorialmente y concluyó que en los barrios de West Baltimore la esperanza de vida era menor que la Bangladesh, mientras que el North Baltimore, la zona blanca, era similar a la de Japón. Apenas cinco kilómetros separan una de otra.
Tanto The Corner, como sobre todo The Wire, huyen del trazo superficial para centrar el foco en los problemas de un sistema estructuralmente desigual. Su retrato no es el retrato criminalizante de un barrio, es la denuncia de un modelo que persiste en políticas racistas y segregadoras, tanto en lo formal como en la corrupción instalada en el mismo que condena a mayorías sociales a cárceles urbanas determinando su futuro antes de que si quiera hayan aprendido a cruzar la calle.
Entrevías sin embargo es una ficción que poco tiene que ver con el barrio del que toma el nombre. Es la operación contraria: ficciona un territorio que no existe y lo ubica en una zona que sí existe. De manera pretendida o no, contribuye a una imagen falsa que, amparada por los discursos de una derecha también plagada de lugares comunes y relatos tramposos, pretende convertir a determinados barrios populares del sur en los guetos que nunca fueron. La historia de Entrevías es la historia de una conquista. Un barrio forjado por la gran migración interna que experimentó nuestro país durante la segunda mitad del siglo XX y que tuvo en estas zonas al mejor de los ejemplos de organización, solidaridad y mejora de las condiciones de vida de sus vecinas y vecinos. Lo que en un primer momento serían chabolas autoconstruidas en mitad del barro, se nos presenta hoy como uno de los barrios más diversos, tanto en población como en trazado urbanístico y donde más fuerza continúan teniendo los movimientos de solidaridad y vecinales.
En los años de la dictadura la autoorganización de las vecinas y vecinos y la participación de figuras claves como el Padre Llanos, pusieron en práctica una de las luchas vecinales más heroicas que se recuerdan. Heroicas por el contexto en el que se dieron, pero también por las victorias que consiguieron. Hablar hoy de Entrevías sigue siendo hablar ese tejido asociativo que aún soporta las terribles crisis, como la del 2008 o la reciente de la covid-19 con los mejores ejemplos de resiliencia y coordinación vecinal. La parroquia de San Carlos Borromeo o la red vecinal de apoyo mutuo y solidaridad Somos Tribu, que obtuvo el premio ciudadano europeo concedido por la Eurocámara, son algunos de los ejemplos de los que deberíamos sentirnos orgullosas, pues demuestran la importancia del accionar colectivo en la construcción de nuestros entornos y la mejora de nuestras condiciones de vida.
Si lo que querían los guionistas era contar una historia policíaca de buenos y malos, profundamente racista y donde las armas, la heroína y la prostitución son las señas de un barrio, bien podrían haberlo llamado Macondo o Raticulín, eso ya va en gustos. Mientras que si prefieren optar por un retrato crudo de delincuencia y corrupción hay barrios al norte de nuestra ciudad que tienen el dudoso honor de acoger una gran cantidad de vecinos acusados por estos delitos. No se equivoquen porque las ficciones de guante blanco venden incluso más que las de inseguridad ciudadana.
Comentarios
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