Otras miradas

Cuando yo era becaria

Ana Bernal Triviño

Cuando yo era becaria
Una joven ingeniera en un laboratorio de robótica- EFE

Leo que el Gobierno prepara un Estatuto del Becario con cambios importantes como cobrar una cantidad mínima suficiente, tener derecho a vacaciones, acceso a áreas de descanso o limitar su número en función del tamaño de las empresas. Ahora puedo escribir esto, porque ya tengo cuarenta años y tengo ya mucho callo. Mi vida de becaria es una de las etapas más dolorosas y oscuras. Quizás pudo ser que me tocó en un sector, el de los medios de comunicación locales, donde la precariedad era una realidad aplastante en aquella "España, va bien", que sería para los demás, pero no para mí y mis proyectos de vida que se paralizaron. Y estoy segura que lo que aquí escribo otras personas también lo podrían firmar.

También es cierto que otras compañeras y compañeros disfrutaban de otras condiciones con prácticas integradas en máster privados de empresas muy solventes que luego garantizaban una plaza de trabajo. Pero cuando no había dinero para pagarse ese máster ni padrino ni madrina que avalase, la única opción era solicitar las pocas plazas de becas que salían en la universidad y cruzar los dedos. Yo, ilusa de mí, pensaba que lo que aquella solicitud pedía como requisitos (desglosar las calificaciones obtenidas en el curso), sería tenido en cuenta. Daba igual las notas o si cometía alguien aún faltas de ortografía, lo importante era sustituir a la falta de personal de la redacción. 

Las primeras prácticas fueron en RNE en Marbella. Yo, sin vehículo propio, tuve que rechazarlas porque aquello suponía un gasto en casa que no podíamos afrontar y, además, no recibía nada en compensación. Las segundas prácticas fueron en una televisión local de un grupo de comunicación que tenía su primera sede en unas instalaciones muy precarias, un piso nada cuidado en pleno centro de Málaga y donde los derechos para quienes teníamos becas eran casi nulos. Aunque yo era redactora tuve que cargar con el peso de una cámara y un trípode que casi pesaba como yo por entonces. Y, dado que como becaria no se nos abonaban los gastos de transporte y había que ir andando a todos sitios con ese peso, tuve al final un accidente laboral que me provocó una lesión que arrastro desde entonces. Unas secuelas que, además, provocaron que otros proyectos previstos tuvieran que ser suspendidos para siempre. Ni siquiera en la universidad asumieron parte de aquel accidente laboral porque, como era becaria "no se considera como tal" y que, al fin y al cabo, "tenemos familiares en común" entre el responsable del área y esa televisión. Por supuesto, no tuve ni una palabra de aliento de los principales responsables, salvo ciertas amenazas veladas donde me pedían silencio o comentarios como "son gajes del oficio" o "es lo que hay".

Luego, vino otra etapa donde la jornada de ocho horas era día sí y día no, para suplir la falta de personal, y donde el sueldo era, prácticamente, una limosna. Pero tan perverso era ese sistema que o estabas dentro en esa precariedad absoluta o quedabas fuera para siempre en un futuro contrato posible. Ese contrato llegó, después de mucho tiempo sentirme casi nada. Y de aquellos barros, los nuevos lodos, con solo trescientos euros más y donde la precariedad era casi la misma. Y, como había estado antes trabajando de becaria, algunos consideraban que podía hacer de todo. Desde limpiar los vasos de los invitados de informativos (que era tarea de mujeres) o hacer funciones de secretaria porque "eso se te da mejor que redactar", me dijeron un par de ellos. También comentarios jocosos de "tantas matrículas de honor en la carrera para nada" o "para qué sigues estudiando un doctorado, cuando no te servirá" o "la cámara no te quiere". Aparte de comentarios mezquinos sobre mis proyectos de vida personales o la maternidad. Luego vino la crisis de 2008, un despido con una venta de la tele al Ayuntamiento de turno y años en paro porque, ni siquiera habiendo dado todo por aquella empresa, tenía unos "méritos" internos para continuar. A la par intenté entrar de becaria durante el doctorado en la Universidad de Málaga pero de allí solo recibí una dosis de machismo que aún hoy me cuesta verbalizar.

Aquel doctorado que no serviría es el que me da de comer hoy en la Universitat Oberta de Catalunya como profesora. Y, aquellas humillaciones sobre redacción o sobre televisión se han traducido en tener columna propia en dos medios de prensa, escribir reportajes, haber pisado todas las cadenas de televisión nacionales, haber participado en un programa en prime time nacional, tener libros publicados en una editorial de referencia o tener diez premios por mi profesión. No recopilo todo esto por orgullo sino como ejemplo para todos aquellos que siempre me desvaloraron y que me dejaron de un lado para siempre, sin más oportunidades. Quizás, por eso, aún hoy me aplican allí la ley del silencio. Y puede ser que incluso esta columna o mis colaboraciones en televisión desaparezcan en un tiempo, porque en esta profesión nada es seguro y siempre estamos de paso. Pero, dure lo que dure, al menos sé que lo conseguí. Y que, frente a quienes no me valoraron, aparecieron nuevas personas que sí lo hicieron como mi jefe de departamento o como aquí, Pedro o Ana, que me abrieron las puertas de Público. Esas personas me han hecho fuerte y decidida y ser una nueva Ana.

Tardé en confiar en mí, en creer en mí, en mis capacidades. Incluso sé que cuando hoy aún dudo de mí (pocas veces pero hay algunos días al año flojos), todo viene de aquella etapa que tanto me marcó. Aquella etapa de becaria no solo fue la de mal pagada o explotada, sino la de la humillación, la inseguridad y la que dañó mi autoestima. Cuando yo era becaria hubo muchas lágrimas, al punto de decir en casa que no quería más ser periodista, que no me gustaba esta profesión. Una etapa de dolor pero, ahora, también la de la fuerza de resistir y de recomponerme. Ahora he vuelto a enamorarme de esta profesión, algo más, aunque el panorama de alrededor sea enfrentarse a una batalla continua. 

Leo que se hará ese nuevo estatuto. Tarde para muchos de nosotros porque aquellos contratos encadenados de miseria pusieron freno a muchos de nuestros proyectos personales. Pero ahora parece que será diferente. Pienso que ojalá sirva para que nadie más tenga que pasar por una situación así. Y solo respiro con alivio, esperando que no quede en un brindis al sol.

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