El síndrome de Estocolmo es una reacción psicológica en la que la víctima de un secuestro o retención en contra de su voluntad desarrolla una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo con su secuestrador o retenedor.
A veces siento que algo así le ocurre a la ciudadanía de la Comunidad de Madrid. A pesar del maltrato, del expolio de lo público, de ser la Comunidad Autónoma donde más fallecidos por la covid-19 hubo y donde se negó la asistencia a miles de ancianos, a pesar de todo eso y por extraño e imposible que pueda parecer, Ayuso fue la vencedora y lo seguirá siendo si nada cambia. A veces pienso que aunque Ayuso apareciera devorando un bebé como Saturno con sus hijos, no pasaría nada, y ella saldría vencedora. Quizá con mayoría absoluta.
No parece que Andalucía vaya a correr mejor suerte a juzgar por las encuestas que dan una amplia mayoría al PP, una ultraderecha que dobla su número de escaños y una izquierda buscándose a sí misma y trasladando un mensaje de división eterna. Al PSOE le va a pasar factura la pandemia y la guerra, el empobrecimiento de los españoles y la incertidumbre laboral, y una población con cada vez mayor desigualdad. Cabe recordar que de los diez barrios con menor renta, siete están en Andalucía y que de las diez ciudades con mayor tasa de paro, ocho están también en el sur. Todo ello, bajo la gestión del PP de la mano de la ultraderecha, que en estos últimos cuatro años de mandato no han mejorado la vida de la gente sino que los datos del INE y de Eurostat revelan que la Comunidad está, al mismo tiempo que el resto del país, perdiendo el tren de la convergencia con Europa.
Nuestro país se ha convertido, si no lo era ya, en una suerte de súbditos que no se preocupan por sus intereses de clase, no se movilizan, dan por perdido el combate, se han resignado a que ganen los de siempre a cambio de una bajada de impuestos que les perjudicará cuando tengan que ir al hospital o a llevar a sus hijos a un colegio público sin maestros. No les culpo, son víctimas, como tú o como yo.
El PP es un partido que maltrata a los ciudadanos cada día, recortando y cerrando los servicios públicos y sin embargo muchos ciudadanos se lo devuelven renovando su confianza cada cuatro años. No puede ser solo estupidez ciudadana, algo se me escapa, no podemos tratar a la gente como idiota por mucho que ese sea nuestro primer pensamiento. La mayor parte de la gente es víctima de la manipulación, de un constante machaqueo por parte del cuarto poder, de un continuo bombardeo de fake news, bulos, y ataques a la izquierda con inventos, denuncias que terminan en archivos, y ataques constantes.
Algunos ciudadanos votan a la derecha por odio a la izquierda, a Venezuela, a los rojos que comen niños, al coletas que ya no está en política, pero poco importa ya, los grandes medios se han afanado en manipular de lo lindo en ese sentido. Vivimos en suerte de impunidad que sostiene a una panda de delincuentes sin que nunca pase nada. El bribón Borbón ha dado buena prueba de ello, campando a sus anchas, mientras una manda de vasallos le vitoreaba y peloteaba.
La realidad es que muchos trabajadores pobres no confían en que su sino cambie, los autónomos viven con el agua al cuello, y no ven que los gobernantes actuales sofoquen sus problemas. Por eso, mucha parte del voto es un voto que castiga la falta de medidas concretas que hagan su vida algo más fácil. La realidad es que ha faltado valentía para llevar a cabo una reforma fiscal, que paguen más impuestos las grandes fortunas o las empresas eléctricas, que se llenan las manos de ganancias, mientras vacían las de los de siempre.
Mis sentimientos se mueven entre el enfado, la tristeza y la incomprensión. Observo los rostros de mis vecinos y gente cercana cansados, haciendo malabares para llegar a fin de mes. Jardineros, limpiadores, obreros, reponedores, electricistas, fontaneros, cuidadoras, trabajadoras del hogar, empleadas de ayuda a domicilio... Imagino que algunos de ellos votaron a la derecha y me estremezco, me da un vuelco el corazón, ¿cómo puede ser? No es posible votar en contra de los intereses de clase y, sin embargo, las estadísticas dicen lo contrario. Muchos de ellos no se sienten representados por líderes y representantes sindicales que les han dado de lado, algunos han perdido la esperanza y simplemente malviven, sobreviven, llegan a fin de mes a duras penas.
La falta de tiempo fruto de la precariedad apenas da para poder informarse, escuchar lo que proponen quienes dicen representarles, organizarse, movilizarse. El activismo es un lujo, requiere de tiempo y salud. No hay tiempo, el sálvese quien pueda ya está aquí y vino para quedarse, qué difícil va a ser articular una lucha con tan pocas herramientas, con las fake news y los bulos atizando a todas horas, los mass media bombardeando mentiras 24 horas... Qué complicado va a ser, por eso es necesario bajar a los barrios, implicarse directamente, meter las manos en el barro, aunque cueste mucho más, aunque se tarde más en conseguir la victoria. Vamos despacio porque vamos lejos, decía una de las pancartas de ese 15M lejano ya.
Comentarios
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