Otras miradas

Una nueva realidad climática... lo mires como lo mires

Isabel Moreno

Física y meteoróloga

Un termómetro en la calle que marca 45 grados, a 12 de julio de 2022, en Orense, Galicia (España). Rosa Veiga / Europa Press
Un termómetro en la calle que marca 45 grados, a 12 de julio de 2022, en Orense, Galicia (España). Rosa Veiga / Europa Press

El pasado 19 de julio de 2022 Reino Unido superó por primera vez los 40 ⁰C desde que hay registros. Tal vez en España puede no parecernos demasiado elevada, pero desde luego que lo es incluso para un país como el nuestro. Es mucho calor hasta para una ciudad como Madrid, por ejemplo, cuyo récord es de 40,7 ⁰C en su estación de Retiro. Esa cifra se ha alcanzado tres veces en los más de 100 años que tiene de registros: el 28 de junio de 2019, el 14 de agosto de 2021 y el pasado 14 de julio de 2022 durante la segunda ola de calor del verano en la Península. Esta última vez llegó a dicha máxima tras una noche sin bajar de los 26.2 ⁰C, la más cálida de su serie. Y no fueron los únicos datos extremos ya que a ellos se sumaron alrededor de cien más a lo largo de España durante ese periodo.

Los análisis preliminares indican que esta segunda ola de calor ha sido excepcional: se colocaría, al menos, como la 3ª en duración, extensión y, provisionalmente, como la más intensa registradas en España*. ¿Está el cambio climático detrás de este resultado? Sería difícil de entender sin él. Su huella en las temperaturas cálidas extremas alrededor del mundo es precisamente una de las más fáciles de detectar y atribuir. Actualmente, los episodios cálidos que ocurrían una vez cada diez años se están produciendo cada 2,8 en ese periodo y son 1,2 ⁰C más cálidos, y los episodios más raros aún, los que veíamos una vez cada 50 años, se han multiplicado casi por cinco. Con este contexto se explica por qué los veranos ya no son lo que eran hace unas décadas.

Pasamos más calor ahora y durante más tiempo al año, por mucho que a veces nuestra mente se empeñe en hacernos creer que las temperaturas eran más sofocantes cuando jugábamos en el patio del colegio, en el cumple de un amigo, en la boda de un familiar hace treinta años... La verdad es que nuestro cerebro no es demasiado bueno recordando fenómenos meteorológicos concretos (ni siquiera lo son los de quienes nos dedicamos profesionalmente a este campo), ni tampoco es dado a cambiar de opinión fácilmente cuando cree algo de forma fehaciente. En algunos casos no lo hará ni aunque se muestren infinitos datos o informes y, bajo mi punto de vista, termina siendo contraproducente dar visibilidad a opiniones sin base científica y caer dentro del marco que han creado dichas personas.

Ese es el motivo por el que no suelo entrar a debatir con quienes aseguran sin fundamento que "es verano y lo normal es que haga calor", pero tengo que reconocer que este año se hace difícil mantenerse al margen. Más allá de tener que desmentir como cada año portadas de periódicos de hace unas décadas donde se muestran temperaturas desorbitadas que jamás se registraron, nos estamos enfrentando a tener que aclarar cuestiones básicas. Hemos tenido que contar por qué se usan determinadas escalas de colores y no otras, mostrar que no estamos manipulando las previsiones que ahí aparecen o, incluso, explicar cómo diferenciar mapas con información distinta.

Y mientras cierto sector seguía (y sigue) defendiendo que esta situación es normal o cargando contra los mapas que se muestran, el calor ha estado impactando en la sociedad. Ha sido un factor importante para alimentar los más de 30 incendios forestales que han devorado más de 70.000 hectáreas en España en los últimos días y ha dejado huella incluso en la salud. Los medios de comunicación nos han acercado la historia de algunas personas que han fallecido como consecuencia del calor, pero son sólo algunos ejemplos. El Instituto de Salud Carlos III estima que más de 500 personas podrían haber perdido la vida por causas atribuibles a las altas temperaturas entre el 10 y el 16 de julio.

El calor es peligroso y su impacto no se debería infravalorar independientemente de los colores con los que se muestran las temperaturas en los mapas o por mucho verano que sea. Muchísimo menos hay que menospreciarlo ante las proyecciones que tenemos en nuestro país con el cambio climático: situaciones como la de esta primera mitad del verano serán más frecuentes e intensas en el futuro. Cuesta asimilar que un verano como el que llevamos este 2022 pueda ser más normal o llegar a quedarse corto respecto a alguno de las próximas décadas.

Nuestro objetivo es evitar esa última situación lo máximo posible y, por suerte, aún tenemos margen para tomar medidas. Pero, incluso si no se quiere hacer nada, se van a tener que aplicar cambios para minimizar el impacto en la sociedad. Uno de los puntos más amargos que tiene el cambio climático es la dificultad de revertir algunos procesos y estos veranos de ahora, que no son los de antes lo miremos como lo miremos, se van a quedar con nosotros durante las próximas décadas como poco. Vamos a tener que adaptarnos a esta nueva realidad climática, incluso quienes no quieren creer en ella.

 

* Debido a cómo se cuantifican las olas de calor, es probable que la que estoy llamando "segunda ola de calor" no haya terminado en el momento de publicación de este artículo. Para confirmarlo, tenemos que esperar a los estudios posteriores.

Más Noticias