Otras miradas

Marta y el apocalipsis

Guillermo Zapata

Marta y el apocalipsis
Capítulo 1 de 'Marta y el apocalipsis'

Isabel Díaz Ayuso acababa de anunciar la llegada del apocalipsis. Marta estaba sentada (bueno, en algún territorio intermedio entre "sentada" y "desplomada") en el sillón del salón y escuchó sus palabras perfectamente.

– Os deseo muy buen verano a todos, y recordad que el cuatro de septiembre será el momento de la ascensión de "Zooooooort, El Gran Profundo". Es un orgullo para Madrid y para España ser la sede del principio del fin. Habrá sacrificios a Zooooooort en la sede del gobierno en la puerta del Sol a partir de la segunda quincena de agosto y en el resto de la Comunidad desde el 28 de septiembre.  Zoooooooooooooooooooooooooooooooooort.

El último Zoooooort le había dejado los ojos en blanco y una especie de parálisis ronca. Marta había pensado que se había estropeado la televisión, pero no.

– Sin duda es inquietante.

Al habla Woke, el perro de Marta. Un bulldog con la misma cara de cansancio y falta de entusiasmo que todos los bulldogs de la tierra (He ahí su carisma) y que en ese preciso instante se estaba lamiendo sus propias pelotas.

– Al menos yo aún tengo pene. Ya nada tiene pene, Marta. Qué decadencia.

Marta no tenía tiempo para el pesimismo ancestral de Woke, pero sus palabras indicaban que él había oído lo del fin de los tiempos y el dios aquel igual que ella. Quiso pensar, ponerse nerviosa, hacer algo, pero hacía tanto calor que se quedó quieta mirando al techo con un micro ventilador ridículo conectado a su portátil dándole un simulacro de frescor en la cara. No estaba preparada para el apocalipsis.

– Ponme una película de James Bond, Marta, pero de las primeras, cuando no era marica.

– No seas pesado –le dijo.

Le había adoptado hacía ocho meses, después de que su dueño lo hubiera abandonado en una gasolinera. Parece ser que los del refugio de animales lo habían encontrado intentado suicidarse bebiendo directamente gasolina al grito de "Por qué no soy un vehículo a motor". Marta le había insistido en ir al psicólogo porque creía que había muestras claras de depresión, pero Woke no había querido, le parecía que aquello era "de maricones". Casi todo lo era, según Woke.

Sonó el teléfono. Era la madre de Marta.

– Ay, Gloria, hija mía, qué disgusto. Tú hermana otra vez sin trabajo. ¡Otra vez! ¡Y está cómo si le diera igual!

– Mamá. Mamá. Mamá no soy Gloria. Soy Marta.

Pausa inquieta.

– La que se ha quedado sin trabajo.

Silencio. Confusión.

– ¡Hija! ¡Tú no te preocupes!

– Ya.

Los trabajos no se pierden. No son como las llaves o el móvil o un mechero. De los trabajos te vas o te echan. Se pierden las oportunidades, no los trabajos. A Marta le habían echado de su último trabajo. Se había acabado el contrato y entre renovar o buscar a alguien nuevo habían decidido buscar a alguien nuevo que lo hiciera por menos dinero. Nada muy épico. La propia Marta había sido antes "la persona nueva y prometedora que lo hace por menos dinero". Nadie se lo había dicho, claro, pero estaba segura que al menos dos de los múltiples trabajos que había tenido en su vida eran por eso. Y ahora otra persona haría lo mismo que ella por menos dinero.

Al contrario que su madre, ella había decidido no agobiarse. Con ese calor el agobio era contraproducente por completo. No se podía pensar.

Sonó de nuevo el teléfono. Era su madre.

– ¡Hija! ¡Perdona que antes me equivoqué y llamé a tu hermana! ¡Que la han echado! ¡A la calle, así por las buenas!

– Mamá. Vuelvo a ser yo.

Nuevo silencio.

– ¿Estás buscando trabajo?

– Si –mintió.

– No es verdad.

– Estoy en casa. He echado curriculums, mamá.

– Hija, tienes que intentar un trabajo que tenga más estabilidad.

Claro. Y la solución a la depresión es no estar triste. Decidió cambiar de tema.

– ¿Has visto lo del apocalipsis?.

– Miente más que que habla.

A Marta no le pareció una gran idea esperar a septiembre para ver si lo del apocalipsis era cierto o no. Su madre colgó y ella decidió informarse al respecto.

– Sero –dijo mirando a la pantalla de su teléfono móvil– ¿Qué me puedes contar de Zoooooooort?

No estaba segura del número de "oes" que tenía Zoooooooort, pero a "Sero" no le importó. Al escuchar su nombre, el pequeño dispositivo tecnológico redondeado se incorporó con un zumbido. Una carita sonriente apareció en su pantalla led de bajo consumo.

– Hola Marta –dijo con su voz mezcla de teleoperadora metalizada sonriente y locutora de programa de radio de madrugada –la verdad que hay mucha controversia. Un 8% de las personas cree que Zooooooort representa la paz eterna.

– ¿Y el resto?

– La verdad que no estoy segura. ¿Puedo sugerirte un analgésico relajante de la marca Bollybolly? Las mujeres de treinta con, eh... tú peso, es lo que prefieren.

Como única respuesta, Marta fue a la cocina y agarró un bote de un litro de helado sabor "Nueces de Macadamia" y empezó a comérselo a cucharadas con el único acompañamiento de una barra de fuet. Cuando notó que la ansiedad empezaba a bajar, dijo:

– Sero, compra más helado y más fuet y dime... ¿Qué podemos hacer contra Zooooort?

– ¿Te he comentado ya que más de la mitad de los usuarios de un sistema Sero duda de que el apocalipsis sea real?

– Es lo que te he preguntado antes...

– ¿Quieres que te apunte a un programa exclusivo por 2'99 euros al mes para saber las novedades en la evolución de la Zoooortmanía? ¡Con contenidos exclusivos!

– Estoy en paro.

Sero optó por apagarse como solidaria aportación a su situación laboral.

En ese momento llamaron a la puerta. Marta se levantó muy a pesar suyo. En el sofá quedó un hueco con forma humana que fue desapareciendo poco a poco. Woke salió detrás de ella, con un entusiasmo impropio de esas temperaturas.

– No... no... No abras.

El susurro venía de la habitación de Julia, su compañera de piso. Marta se paró y volvió sobre sus pasos.

– ¿Juls?

– Seis serán seis y la tercera será enemiga a la par que aliada y el culo será movido, y la asignación se evaporará y habrá expedientes incoados y Marta se rebelará y el autor será humillado.

Volvió a sonar la puerta de la calle.

– Julia, ¿qué dices?

– Tra tra –dijo una voz al otro lado de la puerta. Una voz que traía los efluvios de bebidas espirituosas de alta gradación y la más que probable ingesta de sustancias psicotrópicas.

Marta miró a Woke, que le devolvió la mirada y explicó:

– Llegó cerca del amanecer con un individuo que portaba tatuajes, pendientes en ambas orejas y que respondía al nombre de "Migue". No Miguel, "Migue". Intente orinarle, por supuesto, pero me esquivó. Se habían conocido en un festival de "amor y ruido".

Volvió a sonar la puerta una tercera vez, esta vez con más insistencia. Marta suspiró y fue hasta allí. La abrió sin pensar mucho en lo que estaba haciendo y sin mirar. Quizás debería hacerlo hecho.

– ¿Marta Méndez Muro?.

Ante ella un hombrecillo de edad indeterminada entre los 20 y los 85 vestido con un traje negro que, nada más verlo, a Marta le dio urticaria y aumentó la temperatura ambiental en varios grados.

– Soy yo – dijo Marta.

– Es usted la elegida, enhorabuena.

Le entregó un documento para que firmara.

– ¿La elegida? ¿La elegida para qué?

– Para parar el apocalipsis y contener a Zoooooort, por supuesto.

Marta parpadeó y consideró que era una buena idea parpadear un poco más. Después se quedó callada con la boca abierta y acertó a decir.

– ¿Esto es cosa de mi madre?

– No podemos descartar a nadie, por supuesto, pero con la información de la que dispongo diría que... No.

Marta abrió la boca con el firme convencimiento de que algo saldría de ella, pero se equivocaba.

– Silencio equivale a asentimiento – le dijo el tipo.

Acto seguido le entregó un portafolio con el logo del Ministerio de Interior, Dirección General de Eventos Cósmicos no Deseados.

– Ahora es usted oficialmente "Elegida Para Salvar a las Humanidad". Puede ver los pliegos y las condiciones de su contrato en el portal de transparencia, así como en la documentación que se le ha entregado. No nos falle o moriremos todos. Este programa está financiado con los fondos NextGen.

"No, no, pero... Oiga. Que no" consiguió decir Marta una media hora después de que el tipo hubiera cerrado la puerta y vuelto a su despacho.

Todo parecía indicar que ya no estaba en paro.  Y ese era, sin duda, el menor de sus problemas.

[Continuará]

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