Otras miradas

Gobernando el malestar

Pablo Arangüena

Diputado del PSdeG-PSOE en el Parlamento de Galicia, y exdiputado en el Congreso

Hace ya una década que el politólogo Peter Mair dejó constancia de las dificultades por las que atravesaba la democracia con su libro Gobernando el vacío, en el que diagnosticaba la progresiva bancarrota del sistema de partidos y la creciente irrupción de formas de representación política banalizada. A ese diagnóstico se añaden hoy problemas difíciles de pronosticar en aquel entonces.

La sucesión inusitada de crisis que se ha producido en los últimos tres años complican aún más en España y en todas partes eso que en los años 90 empezó a llamarse gobernanza. Cuando parecíamos ir dejando atrás el shock económico de la Gran Recesión,  una inesperada pandemia (lamentablemente aún activa) obligó a la mayor parte del mundo a confinarse durante meses, para dar paso también a nivel global a una inflación que se creía un vestigio del pasado (de hecho hasta hace muy poco se consideraba que el riesgo era la deflación) espoleada por una absurda, sangrienta y atroz guerra en Ucrania que va acompañada de una crisis energética global con incidencia especial en Europa. Todo ello mientras la emergencia climática va dando zarpazos cada vez más afilados en forma de incendios sin precedentes, olas de calor récord en intensidad y duración o una sequía que va convirtiendo grandes ríos como el Rhin, el Po, el Loira, el Colorado o el Yangsé en arroyos que pueden cruzarse con unas chanclas,  incrementando las pérdidas en las cosechas de medio mundo con el granero ucraniano aún cerrado.

Son fenómenos de un mundo interdependiente que afectan a España como al resto de los países y que le ha tocado gestionar a un Gobierno salido del Parlamento más fragmentado y atomizado de la actual democracia, formado por dos partidos que suman 153 escaños, lejos de los 175 necesarios para sacar adelante sus leyes. Un Gobierno al que la oposición más cerril que se recuerda le ha negado el pan y la sal democrática desde su inicio, en dura competición radical entre el PP -que parece haber renunciado a cualquier aspiración de derecha europea civilizada para entregarse del todo a una especie de trumpismo light- y VOX, de inspiración indisimuladamente trumpista desde su origen.

Ningún Gobierno de nuestra democracia ha tenido que hacer frente a retos tan difíciles con una aritmética parlamentaria tan complicada y una polarización política tan grande pero, a pesar de todas esas dificultades, ha gestionado la situación de la mejor manera posible. España, muy afectada económicamente por la pandemia a causa de su elevada dependencia del turismo y los servicios, ha estado entre los países más rápidos del mundo en vacunar a su población y ha conseguido negociar con Europa un histórico paquete de ayudas (los fondos Next Generation) que duplica su peso demográfico en la UE (con el 9% de la población, a España le corresponde el 18% de las ayudas). Ha evitado que se produzca el enorme aumento de desempleo de la crisis anterior (26% en 2013, 13% en 2022) con un gran esfuerzo de protección social (ERTES y ayudas a autónomos) y ha llevado a cabo una acertada reforma laboral con el consenso de los agentes sociales por primera vez desde 1980.  Ha mantenido el poder adquisitivo de las pensiones. Ha subido el SMI de 735 € en 2018 a 1000 € en 2022. Ha organizado cumbres internacionales de primer nivel (COP25 y Cumbre de la OTAN). Ha negociado con éxito junto al Gobierno socialista de Portugal una excepción energética que permite –junto con la diversificación de fuentes de energía y proveedores- que los precios de la energía (aún muy altos) sean hoy casi tres veces menores que los de Europa. Ha eliminado el llamado impuesto al sol y liberado el potencial en energías renovables que tiene nuestro país, fundamental para afrontar la transición energética y ecológica y también para bajar progresivamente los precios de la electricidad. El crecimiento del PIB casi duplica ahora mismo al de la Eurozona y la previsión de la comisión europea para este año es que España crezca al 4% frente al 2,7% del conjunto de la UE. Este Gobierno ha sido también capaz de sacar adelante una agenda legislativa intensa con más de 150 leyes tramitadas, que han exigido un esfuerzo especial de diálogo dada la ausencia de una mayoría parlamentaria. Entre ellas algunas tan destacadas como la Ley de regulación de la eutanasia. Finalmente, pero no menos importante, ha conseguido sin necesidad de grandes concesiones que el independentismo catalán se relaje después de años (los de Rajoy) desestabilizando y monopolizando la política española.

Frente a ese cúmulo de logros e indicadores positivos, la oposición se centra en lo que –inevitablemente- va menos bien: la inflación y la deuda pública. Respecto a la deuda, hay que recordar que los gobiernos de Rajoy la elevaron desde aproximadamente el 70% del PIB (2011) hasta el 100% (2017), años en los que predominó el crecimiento, mientras que el actual Gobierno la ha incrementado hasta el 117% no por capricho ni mala gestión sino para compensar entre otras cosas la mayor caída del PIB desde la guerra civil, asociada a la pandemia y a nuestra gran dependencia de turismo y servicios, y para hacer frente a una inusitada acumulación de crisis evitando mayores consecuencias sociales. En cuanto a la inflación, siendo ligeramente superior en España (10,8%) que en la UE (8,9%), achacar ese diferencial en un momento determinado a las políticas de un Gobierno es enormemente simplista porque se trata de un fenómeno de causas complejas, entrelazadas entre lo macro y lo microeconómico, y sobre las cuales ni siquiera se ponen de acuerdo las distintas corrientes del pensamiento económico. Históricamente, España ha tenido un problema de inflación diferencial con respecto a sus vecinos. Guillermo de la Dehesa analizaba ya a este tema en 1999 –cuando gobernaba Aznar y la inflación española duplicaba la europea- refiriéndose a él como "el dilema de la inflación diferencial española" porque la inflación, cuando representó un problema en España (años 70, 80 y hasta 90) y antes de moderarse o casi esfumarse con el nuevo siglo para reaparecer en la actualidad, fue siempre mayor en España que en Europa, por motivos estructurales muy díficiles o imposibles de atajar en el corto plazo. Y su solución pasa probablemente por un pacto de rentas al que se opondrá en cualquier caso la derecha.

En resumen, hay un Gobierno progresista que desde la precariedad parlamentaria  ha afrontado y afronta la mayor acumulación de crisis sobrevenidas que hemos tenido como democracia, tratando de gobernar todo ese malestar sin arrugarse, con vocación modernizadora y con un acento social que incluye hacer frente a eléctricas y banca. A esa vía política se le enfrenta una derecha echada al monte, que paraliza cada vez que está en la oposición temas de calado constitucional como la renovación del CGPJ (por una clara vocación de manipular la justicia, plasmada en aquel guasap de Coisidó: "controlaremos la sala segunda desde detrás") y se opone a cualquier medida que se adopte, incluso en situaciones excepcionales (ya fuese el estado de alarma o sea ahora un plan de ahorro energético exigido por la UE y avalado por Ursula von der Leyen). Una derecha que se debate entre el gris oscuro de Feijóo, cuya endeblez como líder y falta de ideas se ponen de manifiesto cada día que pasa lejos de su zona de confort gallega, y la psicodelia de Ayuso, mezcla delirante de trumpismo y esperpento con abundantes gotas de orujo.

La única idea que anima hoy a esa derecha va siendo ya la misma que la que está aún más a su derecha: canalizar los malestares que se han ido formando en la sucesión de crisis exógenas sumándose a las heridas aún no cicatrizadas que dejó la Gran Recesión en forma de desigualdad, precariedad y menores expectativas. Canalizar la sensación de desánimo, el hastío de mucha gente ante situaciones   inesperadas que ponen sus vidas patas arriba. Acrecentar la sensación de amenaza e incertidumbre ante el futuro, que va unida a una pulsión autoritaria. Convencer a la población más predispuesta de que todos sus problemas, cualquier problema de cualquier índole aunque tenga su origen más allá de nuestras fronteras, es culpa de Pedro Sánchez y del "socialcomunismo". Para conseguirlo están dispuestos a exacerbar la emoción, omitir cualquier razón,  falsificar la realidad, decir una cosa y su contraria en la misma entrevista, pronosticar el Apocalipsis varias veces al día y celebrar íntimamente cualquier revés colectivo, porque para ellos parte del plan es que cuanto peor mejor. Si llegase a triunfar ese plan, comprobaríamos que el vacío de la derecha ante los problemas de nuestro tiempo es total pero su predisposición a representar los intereses de los poderosos es mayor que nunca.

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