Desde el inicio de la reforma en China se sugirió la inevitabilidad del tránsito liberalizador desde la economía a la política. Hoy se reconoce esto como un error de interpretación. Ahora también se señala que el retroceder en la reforma económica, que se atribuye a Xi Jinping, nos lleva de vuelta a la "vieja era". ¿Pecamos entonces de optimismo y ahora de pesimismo y en ambos casos sentenciamos demasiado categóricamente y con poco fundamento?
Cierto sentido de la perspectiva es siempre esencial para aprehender cualquier acontecimiento relativo a China, entre otras razones porque nos aleja de nuestra tendencia a confrontar unas tendencias con otras ignorando la fuerte impronta de las constantes que habitan su política contemporánea. Por otra parte, más allá de la retórica, cabe reivindicar el valor declarativo e interpretativo de los documentos que inspiran el proceder de los dirigentes chinos pues en ellos podemos encontrar enunciados prospectivos de alto valor.
En esa línea, ahora que se acerca el XX Congreso del PCCh, cuyo inicio está previsto para el 16 de octubre próximo, echar la vista atrás no es una pérdida de tiempo.
Al inicio de los años ochenta, el PCCh afrontó, como ahora, un decisivo congreso. Hay claves en ambas citas que revelan un importante hilo de continuidad a pesar de todos los cambios acaecidos tanto en el orden interno como internacional. La más importante, sin lugar a dudas, es el énfasis señalado entonces por Deng Xiaoping en la idea de construir "un socialismo con peculiaridades chinas", es decir, impulsar la modernización a partir de la propia realidad sin copiar ni trasplantar de forma mecánica otras experiencias. La síntesis de la experiencia histórica del PCCh vino a decir que "China debe seguir su propio camino".
Se puede confrontar a Deng y Xi Jinping en más de un aspecto de la política interna o exterior pero no debiéramos pasar por alto que tanto uno como otro, nacionalistas y marxistas los dos, comparten la necesidad de que el estilo, los métodos y las soluciones que deben inspirar al PCCh deben diferenciarse de los occidentales. En verdad, lo que Xi ha hecho en esta última década es acentuar esa visión denguista, plasmada en el XII Congreso (1982), de que la vía china es y debe ser una vía separada de la liberal occidental.
En el último congreso del PCCh, celebrado en 2017, el nacionalismo con base en esas "características chinas" se impuso de nuevo como la idea clave del cónclave. Esa es hoy, como ayer, la columna vertebral del pensamiento político del PCCh. Argumentando sobre la dificultad de definir criterios de gobernanza estándar aplicables a todas las culturas, es decir, enfatizando más el hecho civilizatorio que el ideológico, el PCCh considera interesado aquel punto de vista según el cual el mejor desarrollo en China sería necesariamente el que más se acercara a los modelos occidentales, mientras que los que se desvían de ellos son sistemáticamente reprobados.
Esta idea goza de un consenso amplio no solo en el PCCh sino más allá de su base militante, por más que haya matices.
El rechazo a los valores liberales entendidos como máxima expresión de los "valores universales" culminan esa divergencia, de la que por cierto también participaba Deng Xiaoping que a raíz de aquel XII Congreso no dudó en promover una intensa campaña contra lo que llamó la "contaminación espiritual" y reivindicándose ya entonces "el papel orientador del marxismo". Xi insiste en ello.
Estas diferencias incrementan la brecha ideológica y política entre China y el Occidente liberal. Nuestros valores, para el PCCh, no son más que un sistema construido en torno a criterios aceptados por las sociedades occidentales directamente en línea con la promoción excluyente de sus intereses.
Dirección colectiva.
Siguieron a ese congreso años complicados en la gestión de la economía que hicieron aflorar discrepancias internas que culminaron con la destitución de Hu Yaobang en 1987. Hu fue obligado a renunciar con el argumento principal de "violar el principio de dirección colectiva".
Esa dirección colectiva es otra peculiaridad del sistema político chino en la que Deng insistió para conjurar el muy doloroso efecto interno del maoísmo. Hoy vive horas bajas y los mismos que reclaman el derecho a transitar por una vía propia, se alejan de ella cuando parecen ansiar el protagonismo individual en el ejercicio del poder, hábito extendido en la gobernanza occidental.
Fue en este congreso que al ser reconocido como núcleo de la dirección colectiva, Deng fue elegido presidente de la Comisión de Veteranos y de la Comisión Militar Central, alentando la renovación de las más altas instancias para poner fin a la práctica de la perennidad en el poder, algo que Xi también parece cuestionar.
Reforzada por su acelerado crecimiento económico y su desarrollo ininterrumpido, una China moderna más confiada y segura de sí misma se ha convencido de que su vía, con características nada liberales, la llevará con seguridad al éxito.
Comentarios
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