En tiempos post #MeToo la tentación de pedir un movimiento internacional feminista de apoyo a las mujeres iraníes es irresistible, a pesar de que, solo quince días después de rebelarse, ya no estén en las portadas.
Ellas siguen en las calles quemando sus velos, jugándose la vida contra la policía de la moral que mató hace dos semanas a una veinteañera arrestada por no llevarlo bien puesto.
¿Cómo no estar con ellas? ¿Cómo no apoyarlas sabiendo que llevan desde la Revolución Islamista de 1978 recibiendo castigos de 30 o 40 latigazos y fuertes multas por no ponérselo?
La simplificación de las cosas las suele hacer más asequibles y también más unívocas y emotivas. Sin duda, funcionan mejor para enardecer a las masas y a cualquiera que se deje llevar por las emociones. Sin embargo, a pesar de la necesidad de esquemas, de la utilidad de los eslogans para la movilización social, lo cierto es que así se dejan verdades importantes en el limbo.
Por ejemplo, en 40 años de régimen religioso en Irán el analfabetismo femenino ha desaparecido prácticamente por completo. Según Naciones Unidas, antes del 78 el 60% de sus mujeres eran analfabetas. Hoy el 98% de la población, tanto hombres como mujeres, saben leer y escribir. Además, en los últimos años, más del 60% de los universitarios son mujeres, aunque estén vetadas en muchas carreras y solo representen el 20% de la fuerza laboral.
No pretendo decir con esto que tener estudios lo cambie todo porque, obviamente, lo que han estudiado y estudian las iraníes bajo un régimen islámico, seguro que no las invita a ser libres. Sin embargo, sin duda, saber leer les da la posibilidad de alguna vez, con un poco de suerte, leer alguna otra cosa. Y saber leer seguro que las empodera de una manera difícil de entender desde nuestro presunto mundo libre. Apuesto a que leer la poesía de sus libros sagrados, aunque sea la versión que más les perjudica, les abre la cabeza, como leer nos la abre a tod@s, aunque en su caso se las abra hacia cárceles en vida y presuntos paraísos post mórtem.
La mal llamada revolución constitucionalista anterior no les dio ninguna poesía, tenía abandonada al grueso de la población, seguía vendiendo el país al mejor postor y utilizó las mismas armas de represión solo que en sentido contrario. El europeísta Sha de Persia, Reza Sha Pahlavi, que reinó de 1925–1941, llegó a prohibir llevar cualquier velo y mandó a la policía a arrancárselos a golpes a las que desobedecieran el decreto del 8 de enero de 1936 llamado "Kashf-e hiyab". Las que no querían y pudieron se encerraron en sus casas durante años. Otras se suicidaron para evitarse la humillación y cumplir con su credo.
El resultado de aquella occidentalización por cojones fue la revolución posterior que se llevó por delante también a los progresistas y más modernizados iraníes que se levantaron también contra las corrupciones y los negocios del Sha y sus gobiernos, que repartían el país entre británicos y rusos a base de privatizaciones y externalización de servicios básicos.
Así que, con todo esto junto, me da por pensar que ni Occidente puede dar lecciones, ni la hermandad feminista cambiará la situación de las mujeres de Irán ni de las del resto del mundo, donde sus derechos son la mitad de los de los varones.
La Internacional Feminista, de momento, no tiene un plan para cambiar el statu quo, solo tiene buenas intenciones y batallas ganadas en países occidentales, en dónde a pesar del patriarcado, las mujeres encuentran mecanismos con los que mejorar el sistema, sobre todo para algunas.
Lo que ocurre y sigue ocurriendo con las asistentas, con las cuidadoras de mayores, con las jornaleras, con todas las que ganan menos que ellos por el mismo trabajo, con tantas que sacrifican lo que nosotras no sacrificaríamos, es la prueba palpable de que mayoritariamente no estamos dispuestas a perder absolutamente ninguna de nuestras comodidades por mejorar las de otras.
¿Acaso no seguimos comprando moda sin preguntarnos en qué condiciones laborales fue fabricada, con qué esclavitud femenina se enriquece nuestra multinacional más estilosa? Y, ya puesta a cuestionar, no habría que cuestionar también la solidaridad de género: ¿por qué vamos a salvar a las iraníes por ser mujeres, si no salvamos a los niños del hambre sean del sexo que sean?
El internacionalismo, feminista o no, del siglo XXI sigue consistiendo solo en golpes de pecho y firmas que no llevan a ningún sitio.
Y que conste que nada de esto está reñido con que me emocione profundamente cómo las iraníes -y sus hombres que las apoyan– se están jugando la vida por un poco de libertad en serio.
Comentarios
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