Otras miradas

El surfismo y la ola

Antonio Antón

Sociólogo y politólogo

La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, durante la presentación de los coordinadores de trabajo de Sumar. -A. Pérez Meca / Europa Press
La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, durante la presentación de los coordinadores de trabajo de Sumar. -A. Pérez Meca / Europa Press

En las últimas semanas he escrito varios artículos sobre las clases sociales, al calor de su revitalización por la dirección socialista en su confrontación con la derecha. Se trata de adoptar una visión más multidimensional del carácter y los conflictos de clase, considerando la existencia de tensiones irreductibles a ese marco o bien tendencias que son transversales o mixtas. La resignificación de las palabras 'clase' y 'lucha de clases' es fundamental para evitar malentendidos y clarificar lo principal, el carácter de la pugna sociopolítica de capas subalternas, con sus procesos de configuración de sus identidades colectivas y su formación como sujetos colectivos con dinámicas transformadoras y democráticas. Igualmente, hay que clarificar el significado de la llamada guerra cultural, pugna ideológica o disputa por el sentido.

Acabo de publicar el libro Dinámicas transformadoras. Renovación de la izquierda y acción feminista, sociolaboral y ecopacifista, donde desarrollo esta visión, junto con el análisis de las principales tendencias populares de cambio progresista. Me centro aquí en un aspecto particular pero que constituye un hilo conductor: la relación entre la experiencia cívica y popular y la configuración de su representación político electoral. Metafóricamente y de forma esquemática entre la ola y el surfismo.

Estamos ante cierto agotamiento de la experiencia de esta larga década en los dos aspectos fundamentales: el carácter e intensidad de la ola y la articulación político institucional de su representación, el o la surfista, junto con la incertidumbre sobre la dimensión del campo electoral alternativo que interrelaciona ambos.

Es el marco de preocupación para la renovación y la configuración del llamado frente amplio y el proyecto de Sumar de Yolanda Díaz, que habrá que valorar en otro momento. Ahora solamente señalo un aspecto general en el marco de la interacción entre, por un lado, la acción sociopolítica contando con los factores estructurales e histórico-relacionales de las mayorías populares (ola), y por otro lado, la acción discursiva-comunicativa y la gestión representativa e institucional de unas élites políticas progresistas (surfista).

He explicado en otros textos el gran acierto estratégico de la dirección de Podemos en la configuración del nuevo espacio político-electoral, junto con sus confluencias y más tarde con la alianza con Izquierda Unida, en ese periodo constitutivo de 2014/2016. No obstante, el marco estructural, a pesar de las grandes dificultades y límites, presentaba algunas ventajas fundamentales: la existencia de un campo sociopolítico progresista y diferenciado de la socialdemocracia, curtido en la experiencia popular y democrática de todo el lustro anterior.

Aunque la ola, en su gran dimensión movilizadora y expresiva había terminado (luego, a gran escala, solo habrá la cuarta ola feminista, con otras movilizaciones menores), se había formado ya ese campo sociopolítico popular y cívico de seis millones de personas. A esa activación cívica masiva, incluidas las tres huelgas generales y muy variadas movilizaciones y mareas ciudadanas, habían contribuido miles de activistas y grupos sociales de la llamada sociedad civil.

Movimiento popular y representación política

¿Qué tipo de ola, marea o, más bien, corriente sociopolítica y cultural queda? Se ha configurado una renovada cultura democrática progresista y de izquierdas con fuerte contenido de justicia social, feminista y ecologista que contribuye a conformar una cierta identificación cívico-popular diferenciada de los poderosos y las derechas reaccionarias. Es decir, se ha formado cierta pertenencia colectiva a un bloque sociopolítico de progreso o tendencia sociocultural transformadora en conflicto con el bloque de poder conservador o reaccionario.

Es lo más parecido a la realidad que expresaba la vieja terminología de la lucha o conflicto de clases. Y que podemos asociar a la polarización entre las fuerzas progresistas y las conservadoras, las dinámicas transformadoras y las reaccionarias, las izquierdas y las derechas. Así, existe una interacción de la acción sociolaboral y económico-distribuidora-protectora con las experiencias e identificaciones en los otros campos sociopolíticos o movimientos sociales que están compartidos por muchas personas subalternas con una intersección experiencial o identidad múltiple y mestiza, de lo que se ha venido a denominar un espacio morado, verde y rojo, con su vertiente territorial y democratizadora.

Hay que superar la convencional dicotomía de lo cultural, que no es solo lo subjetivo, y lo material, que no debe confundirse solo con lo económico sino que incorpora las relaciones sociales de dominación/subordinación que son hechos sociales bien materiales que condicionan los proyectos vitales y la igualdad y la libertad de las personas y grupos sociales.

La iniciativa articuladora de Podemos consistió, no en crear esa ola o campo sociopolítico crítico, formado en el lustro anterior, sino en ofrecerle un cauce electoral y una representación político institucional adecuados y, por tanto, darle más consistencia política, continuidad como agente sociopolítico y operatividad reformadora.

En ese sentido, la acción discursiva-comunicativa de divulgación de unas ideas clave y un liderazgo representativo y creíble resultaba decisivo. Lo hicieron inicialmente con éxito, a diferencia de la relativa incapacidad de Izquierda Unida, que tuvo que renovarse, y el propio Partido Socialista, que jugaba entonces en otro campo liberal y prepotente, había sufrido una fuerte desafección popular de más de cuatro millones de electores por su regresiva gestión de la crisis socioeconómica, y hasta su relativa renovación sanchista ya en 2018, con la moción de censura frente al Gobierno corrupto de la derecha, que empieza a recuperar una parte de ese espacio.

Como decía, estamos en otra etapa política con unas desventajas claras, comparativamente con la primera mitad de la pasada década. No solo por la fuerza del poder establecido con todos sus mecanismos y poderes (económico, judicial, institucional, mediático) y una contraofensiva político-cultural conservadora y reaccionaria y su fuerza legitimadora en los aparatos mediáticos, sino por las propias limitaciones y deficiencias del campo progresista, en particular en sus dos aspectos básicos: la debilidad de su activación cívica, la pérdida de fuelle de la ola, y el debilitamiento y la división interna de las fuerzas del cambio.

Existe un amplio espacio progresista y de izquierda a efectos de cierta identificación popular y legitimidad social de su representación política, pero más dividido y disperso y sin una dinámica de fondo transformadora, ilusionante y participativa. Y persisten distintas formaciones políticas, con variadas experiencias competitivas y colaboradoras, que deben contribuir a la recomposición partidaria, plural y unitaria, en el nuevo proceso renovador.

La cuestión para dilucidar es la dimensión de la prioridad a la acción comunicativa-discursiva o cultural-ideológica para conformar movimiento popular o espacios sociopolíticos, ampliar los campos electorales y ganar representación político-institucional de las fuerzas progresistas o izquierdas transformadoras.

La prevalencia en la formación de sujetos es la experiencia cívica no la ideología

Situar el problema es el primer paso para la solución. Se ha hablado mucho de las dificultades de inserción territorial (y social de base) de las plataformas políticas existentes del espacio del cambio, aunque poco (¡no era su problema!) de la pérdida de dinamismo participativo desde abajo y en los movimientos sociales. Pero la cuestión analítica más importante es del enfoque sobre las prioridades estratégicas de cómo se fortalece un espacio sociopolítico. Y siempre se ha priorizado en las direcciones partidarias la acción discursiva del liderazgo y, en todo caso, la acción legitimadora derivada de la gestión institucional reformadora en beneficio para la gente.

Esa prevalencia de lo discursivo, en esta etapa más desventajosa para las fuerzas del cambio, se muestra insuficiente. La comunicación propia, en pugna con los aislamientos mediáticos dominantes, es fundamental, y la pugna ideológico-cultural imprescindible. Muchas personas, periodistas, pensadores..., se dedican (nos dedicamos) a ello. Los intelectuales orgánicos, al decir de Gramsci, con su debida autonomía de los aparatos institucionales, son necesarios.

Pero, estamos hablando de las estrategias sociopolíticas de las organizaciones partidarias (y también sociales), con perspectivas transformadoras de progreso. Por tanto, además de la acción comunicativa o ideológica, hay un problema con la ola, con la mejora de la relación de fuerzas sociales o, si se quiere, con mayores capacidades de poder social fruto de la participación democrática de la ciudadanía. Y para ello se necesita más que un buen surfismo: una estructura articuladora, con un liderazgo unitario y una estrategia transformadora que aproveche todas las condiciones positivas para ayudar a recomponer la ola cívica, el campo sociopolítico electoral y su representación político-institucional.

Es difícil el reconocimiento de las responsabilidades, aunque el aprendizaje siempre es a partir de valorar los errores. Algunos aspectos sobre la débil conexión con las bases sociales y el arraigo territorial se van corrigiendo. Pero, al menos, se debe emprender cierta rectificación general sobre las prioridades y los enfoques dirigidos a la activación popular y a una respuesta político-organizativa unitaria e integradora.

Es la tarea que parece que intenta abordar Yolanda Díaz y su equipo: conformar y fortalecer un movimiento ciudadano, convenientemente autónomo, y articular una nueva plataforma político-electoral, necesariamente unitaria. Habrá que volver sobre ello en la medida que se avance en la clarificación de las características de ambos procesos y su relación.

En definitiva, hay que dar más relevancia a vincularse y empujar la ola (o una marea suave), conscientes las fuerzas del cambio de ser un actor complementario en procesos más complejos que dependen de diversas circunstancias sociohistóricas, estructurales y político-institucionales que median sobre la realidad social. La recomposición y el fortalecimiento de su representación política es interdependiente de su capacidad de conexión y participación con la corriente popular progresista. Se trata de superar el simple surfismo así como su división.

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