Otras miradas

Aporta o aparta

Miquel Ramos

Una mujer sostiene un bote de humo naranja, en una manifestación contra las leyes represivas, a 16 de octubre de 2021, en Madrid, (España). -Alejandro Martínez Vélez / Europa Press
Una mujer sostiene un bote de humo naranja, en una manifestación contra las leyes represivas, a 16 de octubre de 2021, en Madrid, (España). -Alejandro Martínez Vélez / Europa Press

Una gran manifestación llenó las calles de París este pasado fin de semana para protestar por la inflación y por las medidas económicas del Gobierno de Macron. Convocados por la Francia Insumisa de Melenchón y otras fuerzas de izquierda, cerca de 140.000 manifestantes reclamaron, entre otras cosas, más políticas sociales y más impuestos a quienes más tienen. Era el arranque de una serie de movilizaciones que la izquierda ha previsto para las próximas semanas, y que ayer se extendió en forma de huelga para reclamar una subida de las pensiones, subsidios y el incremento del salario mínimo a 2.000 euros brutos al mes.

Hace tiempo que algunos tratan de extender el mantra de que la izquierda ha muerto, que las calles están vacías y que la ciudadanía agacha la cabeza ante las cada vez más vueltas de tuerca neoliberales con el trasfondo de la crisis provocada por la guerra en Ucrania. Es cierto que las calles en el Estado español no gritan como hace unos años, como durante la crisis de 2008 cuando las mareas y los mineros marchaban desde diferentes puntos del Estado y las plazas se tomaban y se transformaban en ágoras de debates y propuestas. Pero no es cierto que la izquierda esté ausente, ni que nadie proteste, ni que todo esté perdido. Ni mucho menos.

Curiosamente, algunos de estos promotores de la derrota no se cansan de promocionar cada protesta que tiene lugar en otros países, a veces incluso las de la extrema derecha, mientras omiten deliberadamente las que se dan en su país. Además de ser una clásica herramienta de desmovilización, es también el relato habitual de los del 'todo mal', de aquellos que dicen que aquí nadie hace nada, y que los fachas sí que saben protestar. Y por supuesto, que la culpa es siempre de los demás. La pregunta es dónde están ellos, donde militan y qué protestas o acciones proponen. Porque quizás ni están ni se les espera, viven instalados en las redes, en sus capillas, o simplemente sus lemas y sus marcos no llegan a convencer a una gran masa social que sí saldría a las calles bajo otras consignas y otras actitudes y proyectos mucho más constructivos.

Este mismo fin de semana, Madrid también vivió una gran manifestación para exigir la revalorización de las pensiones respecto al incremento del IPC acumulado anual y una pensión mínima del 60% del salario medio. Los pensionistas anuncian también el inicio de una serie de movilizaciones para los próximos meses, y alertan sobre los peligros de la privatización del sistema público de pensiones y las políticas fiscales que varios gobiernos autonómicos han emprendido para bajar los impuestos a los más ricos.

Ayer, los médicos de Urgencias del Hospital Infanta Sofía de Madrid anunciaron una huelga indefinida que arrancará el próximo 28 de octubre. Piden mejoras estructurales que acaben con la saturación de la sanidad pública, que según ellos lleva 'al límite' a los trabajadores y precariza el servicio de un modo alarmante. Las protestas de los sanitarios son habituales cada semana, y ya hay prevista una manifestación para el próximo 22 de octubre por una sanidad pública, universal y de calidad. También los estudiantes han convocado huelga por la educación pública para el próximo 27 del mismo mes, haciendo referencia además a la salud mental.

No es el único sector en pie de guerra. Hace una semana se canceló el XIII Salón del Automóvil de Ourense por la huelga indefinida del metal que tendrá en breve réplica en varias ciudades del Estado. Ya en 2021, Cádiz vivió una serie de protestas, también del metal, que fueron reprimidas con dureza por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, cuyas actuaciones causaron una gran indignación por el uso desmesurado de la fuerza y la exhibición de tanquetas en las barriadas populares de la ciudad.

También las calles de varias ciudades rugieron a principios de 2021 con el encarcelamiento del rapero Pablo Hasel, a pesar de la contundente respuesta del Gobierno contra estas, que llevaría a numerosos jóvenes a juicio y a algunos de ellos incluso a prisión. Como también, antifascistas de varias ciudades llevan años respondiendo a las habituales provocaciones de la extrema derecha en las calles y en las universidades. Más recientemente, miles de personas tomaron las calles de Madrid convocadas por la CNT para denunciar la criminalización de la acción sindical y exigir la absolución de las seis sindicalistas condenadas a prisión en la Pastelería Suiza de Xixón.

Extender el relato de que la gente ya no protesta es faltar a la verdad. Otra cosa es que los medios no presten la atención que deberían, lo criminalicen, o que no se den, de momento, manifestaciones, huelgas y protestas que unan todas estas reivindicaciones. Motivos para la protesta nos sobran, y los movimientos sociales y todas estas reivindicaciones sirven para presionar, para exigir, para cambiar las cosas y para reencontrarse en las calles, gobierne quien gobierne.

Cada semana, los movimientos por el derecho a la vivienda convocan movilizaciones y paran desahucios. Pocas veces salen en los medios, pero quienes seguimos sus canales de difusión somos testigos de la gran labor que realizan en los barrios de todas las ciudades, uniendo a vecinos y vecinas bajo el reclamo del derecho a una vivienda digna. También las kellys y las temporeras del campo en Andalucía han dado grandes lecciones de lucha estos últimos años denunciando la precariedad y la explotación a la que son sometidas, y ganando múltiples batallas a sus patronos. Como los riders, los taxistas y muchos otros sectores que, lejos de rendirse, combaten día tras día en sus pequeñas trincheras, lejos demasiadas veces de los grandes focos mediáticos.

Nos espera un otoño caliente, y todo apunta a que los contendientes en las guerras actuales (con o sin bombas) no tienen intención de sentarse a hablar ni a arreglar nada. Esto provocará todavía más crisis, que acabarán pagando los de siempre, y que, bajo el manto del patriotismo y la excepcionalidad del momento, nos tratarán de hacer comer a cucharadas. Los motivos para salir a la calle se multiplican conforme avanza la precarización de la vida y el autoritarismo. Promover el relato de la derrota, instalarse en el sectarismo y en el 'todo mal', solo causa desánimo y rechazo, y es totalmente contradictorio con el objetivo que se presume querer conseguir.

Hay mil frentes de lucha, miles de pequeñas revoluciones en marcha, llenas de gente buena y de causas justas. Como dijo una vez alguien en una asamblea, "aporta o aparta. Aquí se viene a construir, a generar sinergias y proyectos, a aportar soluciones y deseando de verdad ganar". Visibilizar que hay lucha, que hay motivos, debería ser el primer objetivo de quien pretende que cada vez más gente se sume. Promover la derrota es lo que haría quien quiere que de verdad nada cambie.

Más Noticias