Otras miradas

Elon Musk contra 'Toy Story': aventuras en Sunnyside

Guillermo Zapata

Guionista

Elon Musk contra 'Toy Story': aventuras en Sunnyside
Lotso en 'Toy Story 3'

"Han nombrado a un niño pequeño director de esta guardería que es Twitter". Así se expresaba el crítico cultural y ensayista Noel Ceballos, autor de El Pensamiento Conspiranoico (Arpa. 2021) sobre la adqusición de Twitter por parte de Elon Musk. Inmediatamente me vino a la cabeza Sunnyside.

Sunnyside es la escuela infantil en la que recalan los protagonistas de la saga Toy Story en su tercera entrega, una de las mejores películas de animación de la historia y, bueno, una de las mejores películas de la historia. Debido a que su antiguo dueño -Andy- ha cumplido 17 años y se va a ir a la universad, Buzz Lighyear, Woody, el señor Potato, Jessie y algunos otros viejos conocidos terminan donados a Sunnyside.

Sunnyside es la cara misma de una falsa utopía. Una escuela preciosa, con enormes espacios de juego al aire libre, aulas bien iluminadas y, probablemente, un modelo educativo de primer nivel, un sitio de ensueño. El asunto es que es un sitio de ensueño lleno de pequeños seres hiperactivos y dirigido por un tirano de rostro amable: el oso Lotso.

Lotso es un oso de peluche de color morado y retórica siempre afable y comunitaria que asigna a los recién llegados el peor lugar posible para vivir: el Salón Orugas, donde son sistemáticamente golpeados, mordisqueados y babeados por el equivalente a un troll o un bot de internet. Por supuesto, el acceso al "Salón Mariposas", donde vive Lotso, está vetado. Bajo la mirada cariñosa y cuidadora del peluche se esconden toneladas de amargura y narcisismo contra los juguetes y sus dueños. Sunnyside es una trampa y Toy Story 3 una película de fugas, pues eso es lo que hacen los protagonistas, huir.

Una semana después de la adquisición de Twitter por parte de Elon Musk sabemos que el plan maestro de este genio consiste en lo siguiente: despedir a unos 3.500 empleados, lo que supone la mitad de la plantilla, recortar en servidores, cerrar la sede y convertir el sistema de autentificación de perfiles de la misma en un sistema de pago. La autentificación es un sistema de seguridad y confianza. A través de un pequeño símbolo azul junto al nombre del usuario sabemos que quien nos habla es quien dice ser. Que cuando Stephen King, Pedro Sánchez, una periodista cubriendo la guerra de Ucrania, una líder comunitaria colombiana, o una ONG trabajando con refugiados en Siria publican algo, son ellos quienes lo hacen realmente. Elon Musk pretende privatizar ese mecanismo de confianza, de tal forma que si no se pagan 8 dólares al mes se perderá ese distintivo azul. Quien lo pague tendrá alguna ventajas más como mayor visibilidad de sus tuits en búsquedas y menciones. Atención pagada. Digamos que la propuesta de Musk es "Voy a convertir Sunnyside en un enorme 'Salón Orugas' y cualquiera de los que ahora están en el 'Salón Mariposas', que era bastante accesible, y no pague, será expulsado.

¿Por qué hace esto Musk? Probablemente porque ha pagado por Twitter muchísimo más de lo que vale, seguramente porque su plan original no era comprarlo y, quizás, porque no se le ocurre nada mejor. Al fin y al cabo no ha hecho nada muy original si pensamos en cualquier otra fusión o adquisición: despidos y privatizaciones.

El resultado es una enorme cantidad de gente preocupada y otra cantidad enorme pensando en hacer lo que hicieron Buzz Lightyear, Woody y los suyos: largarse. La plataforma ha perdido ya un millón de usuarios. Algo similar pasa entre los anunciantes que suponían una parte fundamental de la propuesta económica de Musk. El problema de la fuga es... ¿A dónde?

Esto plantea un doble problema. Uno es: ¿Qué tipo de infraestructura digital puede absorber esa cantidad de usuarios/tráfico de repente? El otro es: ¿cómo irnos juntos? Por supuesto que hay alternativas. Pero, ¿cómo coordinar los cerebros, los cuerpos y la atención para no perder las comunidades formadas? En fin, cambiar de sistema informático no se llama "migración" por nada.

Uno de los problemas más serios que tenemos en ese sentido es que los Estados han decidido que ellos son reguladores (en el mejor de los casos) y nada más. Parece que no tienen nada que decir sobre las infraestructuras, o peor, que asumen que las infraestructuras son un asunto de la economía privada.

Toy Story 3 ofrece una respuesta -quizás la más importante de la película- que explica tanto las dificultades para esa fuga coordinada como las resistencias que está encontrando Musk a su plan. Algo que tiene que ver con el valor de cambio y el valor de uso.

La saga Toy Story habla, fundamentalmente, de identidad y singularidad. Sus personajes protagonistas tienen auténticos problemas existenciales en cada una de sus entregas: ¿Quién soy yo si hay un muñeco como yo en cada casa? (Toy Story 1) ¿Quién soy yo si la maquinaria de producción de novedades me ha dejado obsoleto y lo único que puedo ser es un objeto de colección Vintage? (Toy Story 2) y finalmente ¿Quién soy yo si quien me daba sentido –Andy, el chico que jugaba conmigo desde pequeño– ya no me quiere?

La respuesta siempre es que la singularidad, lo que somos, está en el vínculo con los demás. En Toy Story 3 eso llega hasta el extremo literal de que es mejor morir acompañado que vivir solo (si has visto la película, querido/a lector/a, sabes a qué secuencia me refiero. Si no la has visto... ¿A qué esperas?) En Twitter, como en Toy Story, el valor es el uso. El valor es el vínculo.  Deshacer ese vínculo destroza el valor. Veremos qué pasa, pero es posible que entre buscar una alternativa solo ahí fuera y morir dentro mucha, mucha, mucha gente elija lo segundo.

Más Noticias