Otras miradas

Dónde hay que mirar para encontrarnos

Andrea Momoitio

Hay un gran mal que nos persigue a las mujeres en los medios de comunicación, en la historia, en todas las disciplinas y las estructuras políticas, sociales, culturales. Suelo contar en los talleres y en las charlas, un poco en clave de broma y otro poco en clave de cabrero, que si llegase a la tierra alguien de otro planeta podría creer que también las mujeres acabamos de aterrizar aquí. A pesar de los esfuerzos de las periodistas, las de hoy y las de ayer, nuestra presencia en los medios sigue siendo anecdótica. La necesidad de representación, sin embargo, sigue siendo una vieja demanda a pesar de que algunas caigamos en la tentación de creer que se nos ha ocurrido a nosotras poner este temita sobre la mesa.

Por si el o la extraterrestre tiene dudas: hemos estado aquí siempre.

Si buscas, encuentras, pero el problema es que nos faltan herramientas para buscarnos y para encontrar cuáles han sido nuestras aportaciones, nuestras reivindicaciones, nuestras historias. Lo veía claro al tratar de analizar, por ejemplo, qué presencia habían tenido las mujeres en la Coordinadora de Presos Sociales en Lucha (COPEL). Si buscamos mujeres tragándose muelles en las cárceles de la Transición es probable que no encontremos nada, pero ¿y si buscamos huelgas de hambre, mujeres que se prenden fuego o mujeres que deciden dejar de hablar? Es más: ¿Si buscamos en otros lugares de encierro? ¿Qué tipo de protestas y qué tipo de resistencias podríamos encontrar entonces? En esa línea, el trabajo de la antropóloga Itxaso Martín arroja mucha luz sobre nuestros silencios. Su tesis, Eromena, azpimemoria era isiltasuna(k) idazten: Hutsune bihurtutako emakumeak garaiko gizartearen eta moralaren ispilu [Escribiendo la locura, la submemoria y el/los silencio(s): mujeres devenidas vacío como espejo del orden social y moral], analiza cómo fueron represaliadas durante la dictadura las mujeres que se saltaron las normas. Porque callarnos, a pesar de los pesaros, ha sido también una herramienta de resistencia.

 Hay muchos ejemplos.

Si buscamos en los expedientes de Peligrosidad y Rehabilitación Social no encontramos a muchas mujeres, pero las encontramos a todas en los archivos del Patronato de Protección a la Mujer o en los psiquiátricos franquista, espacios de encierro por excelencia que sirvieron para someter a miles de mujeres españolas al férreo control de la moral católica, ¡oh¡ ¡Sorpresa! La psiquiatra jubilada María Huertas Zarco denuncia en su libro Nueve nombres que la mayoría de las mujeres que encontró al llegar al Hospital de Bétera, en Valencia, procedentes del antiguo manicomio, no tenían razón alguna para estar psiquiatrizadas. Algo similar explica Celía García Díaz, profesora en la Facultad de Medicina, psiquiatra y psicoterapeuta, en su tesis Mujeres, locura y psiquiatría: La sala 20 del Manicomio Provincial de Málaga (1909-1950). Busca y encuentra historias de mujeres  que no tienen ningún tipo de enfermedad, que era simplemente una cuestión de trasgresión de roles. En Pikara Magazine se pregunta: "¿Hasta qué punto la incomprensión familiar o social de esa transgresión genera también de alguna manera problemas psicológicos?". Asegura también que "el tiempo medio de estancia de las mujeres es relativamente corto. Les aplicaban los tratamientos y salían a la calle. Era una reconducción de conducta, una especie de castigo".

Claro. A nosotras nos hace tanta falta entrar presas para ser castigadas. A veces, de hecho, no necesitamos ni salir de casa.

Hay más.

Las periodistas Teresa Villaverde e Itziar Pequeño contaban otro ejemplo en su reportaje Mujeres en el agujero, en el que trataban de explicar qué papel habían jugado las mujeres en la minera vasca. La tendencia de muchas investigadoras y de muchos investigadores ha pasado por tratar de encontrar la excepción en la mina. Cuentan que "picaban, lavaban minerales, producían dinamita", pero su trabajo se extendía más allá del agujero. Hablaron con la historiadora feminista Pilar Pérez-Fuentes porque estaba estudiando la minería vasca y algo no le cuadraba. Sin ampliar la mirada, sin buscar en qué ámbitos andaban trabajando las mujeres, la subsistencia de la población minera parecía inviable: "Si los salarios eran esos,  todos se habrían muerto". Nadie había analizado hasta entonces la mano de obra sumergida de las mujeres en torno a la industria de la mina. Dedicadas muchas de ellas al pupilaje, al trabajo doméstico para hombres que llegaban solos a Bizkaia y se alojaban en otras casas o pensiones, sus aportaciones habían sido indispensables para el sostenimiento de sus familias.

Para encontrarnos a nosotras hubo que buscar más allá de la mina, hay que buscar más allá de la cárcel, quizá sin darle tanto protagonismo a las hemerotecas y a los archivos. En este caso, mirar adquiere una dimensión muy distinta. Pero miramos y... nos reconocemos. ¡Qué remedio!

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