Otras miradas

Tumulto en Twitter o una nueva oportunidad para las redes que queremos

Marta Cambronero

Periodista e investigadora predoctoral en Tecnopolítica

Tumulto en Twitter o una nueva oportunidad para las redes que queremos
Imagen de Kevin Phillips en Pixabay

Este artículo fue publicado previamente en el Instituto de Estudios Culturales y Cambio Social

La experiencia cotidiana de las redes sociales a menudo parece poco más que una repetición de instantes mediáticos propulsados por los mecanismos de la viralidad, en la que todo lo que se puede esperar de ellas, en el mejor de los casos, es que nuestras visiones del mundo salgan bien paradas en las refriegas multitudinarias. Sin embargo, esta sensación de decadencia y superficialidad podría ser solo uno de los efectos de un simulacro fallido. ¿Todavía es posible que se mueva algo por debajo de las representaciones, ahí en la capa de la (infra)estructura tecnológica?

Asistimos estos días a una transformación en Twitter gracias a la narración de los hechos por parte de sus principales protagonistas. Entre otros, el magnate Elon Musk, quien recientemente ha comprado la plataforma y ha ejecutado de inmediato varios cambios, empezando por el despido de los equipos de desarrollo encargados de dar forma a la selección y moderación de contenidos. Otra de las medidas que está suscitando polémica es el pago de ocho dólares al mes para acceder a la verificación de cuenta, lo que se premiaría además con mayor visibilidad. Habrá que ver si esta implementación ha llegado para quedarse tras la huida de anunciantes y la migración iniciada por usuarios hacia otros lugares virtuales ante la previsión de que aumente en la plataforma el discurso de odio, la desinformación y los ataques orquestados en nombre, falsamente, de la libertad de expresión. Otro de los protagonistas de estas narraciones es Jack Dorsey, cofundador de Twitter y CEO de la empresa hasta 2021, quien trabaja en la versión beta de una nueva red social, BlueSky, con la que dice pretender popularizar el modelo de redes interoperables y descentralizadas, opuesto al centralizado de la mayoría de las plataformas actuales.

Más allá de la retransmisión en tiempo real de los vaivenes de los multimillonarios, se abre un momento propicio para observar nuevas grietas de posibilidad que hasta hace poco tiempo parecían impensables. ¿Podría ser que la fe ciega de los ricos en la ideología neoliberal, que no entiende de límites del planeta ni de límites de lo social, deje lagunas de seguridad en sus planes de dominación? Las cantidades astronómicas de dinero que arriesgan son calderilla en su mundo, pero ¿puede ser que sin quererlo favorezcan movimientos que pueden ser leídos desde nuestra escala como una renovación de las oportunidades? Nuestra tarea aquí sería la de evitar que el culebrón del Mark Zuckerberg de turno colonice el campo de visión que ofrece nuestra perspectiva y estar, en cambio, atentas a los posibles flujos emancipadores que se derivan de los márgenes de error de sus cálculos.

¿Y si las plataformas y su modelo de explotación basado en la extracción de datos hubieran sido solo un impasse en el proceso de construcción del Internet que finalmente se estabilizará en el futuro? Sin voluntad de caer en una lectura excesivamente naive, hay algunas razones para, por primera vez en mucho tiempo, dibujar un horizonte relativamente optimista en este sentido.

El Fediverso, término con el que se denomina a la red de servidores federados e interoperables utilizados para publicar en la web, ya está ahí. Funciona y está resistiendo la avalancha de nuevos usuarios. Mientras las comunidades políticas contemporáneas erosionan sus energías en la batalla por ganar visibilidad e interacciones en la carnicería de las plataformas comerciales, el mundo de los servidores libres va creciendo y ganando adeptos poco a poco. A cada pequeño error de Musk le sigue una fracción de pérdida de credibilidad entre los usuarios y una oleada de migración parcial hacia lugares como Mastodon o a cualquiera de los otros servidores federados e interoperables entre sí que funcionan con el mismo software libre. En las últimas semanas este movimiento parece haberse intensificado. Esta red de microblogging, desarrollada por una entidad sin ánimo de lucro y sobre el protocolo estandarizado impulsado por el World Wide Web Consortium, lleva meses acogiendo a una amalgama de usuarios críticos y descontentos con Twitter y a otros simplemente curiosos sobre las posibilidades que el nuevo espacio puede ofrecer.

La primera sensación al entrar en Mastodon es la de una quietud excesiva en comparación con la agitación permanente de Twitter. No sabes bien por dónde empezar. No ves a nadie y da cierta pereza rehacer desde cero la red de contactos que llevas años construyendo. Una vez que das con alguna cuenta activa desde hace un tiempo y que ha ganado cierto nivel de interacción con otros usuarios, puedes empezar a seguir a cuentas de interés y a llenar el feed. Poco a poco vas viendo que también, como en otras redes sociales, se puede buscar contenido por palabras clave y por hashtags, aunque solo vas a encontrar aquel contenido que ya ha pasado por la "instancia" en la que una está dada de alta. "Instancia", ese nuevo concepto con el que pronto te familiarizas. En este espacio federado los usuarios pueden elegir crear su cuenta en diferentes dominios, llamados instancias, que normalmente dan cobijo a distintas comunidades de intereses. Esto no impide que usuarios dados de alta en instancias diferentes interactúen entre sí. Incluso existen mecanismos para seguir interactuando con usuarios de Twitter y para encontrar en Mastodon a tus seguidores y seguidos, en el caso de que tengan una cuenta allí.

Pese a todas las ayudas que los usuarios están poniendo en marcha para facilitar el proceso, la arquitectura distribuida de los servidores federados, opuesta a la centralizada que actualmente abunda en las plataformas comerciales, genera dudas sobre cómo proceder entre las comunidades que quieren irse y reencontrarse al otro lado. Están siendo semanas de ensayo y error, de incertidumbre, pruebas y serendipias; también de recuperación de la sensación de que Internet es (o debería ser) una red de redes tejida por las personas que la componen. Las visiones nostálgicas de quienes echaban de menos el primer ciberespacio que conocieron en los años 90 conviven con otras más pragmáticas de quienes huyen de una recomendación algorítmica que consideran tóxica, el frenesí de contenido 24/7 y la gresca generalizada de plataformas como Twitter.

Es importante recordar que ni Mastodon ni ninguna tecnología, por muy libre que sea, será capaz por sí misma de frenar riesgos como el de la entrada de intermediarios que quieren comercializar el espacio, la exposición a ataques orquestados o el posible incremento de efectos relacionados con la potencial fragmentación del espacio público, como las cámaras de eco. La federación de instancias de Mastodon, e idealmente sus propios usuarios, tendrán que encontrar la manera más adecuada de atajar en sus dominios éstas y otras amenazas recurrentes en la esfera pública digital. De hecho, ya se conocen buenas prácticas sobre cómo excluir de la red a instancias que promueven mensajes de odio. Más allá de esto, las redes de Mastodon son lo más parecido que existe ahora mismo a unas redes sociales de valor y uso públicos en las que la actividad del usuario no está orientada a la extracción de datos para uso comercial y sí a la garantía de derechos relacionados con la participación segura en la vida pública, como el acceso a la información veraz, la libertad de expresión o la privacidad. En este sentido, cabe destacar la apuesta de la Unión Europea que, a través de un proyecto piloto impulsado por el Supervisor Europeo de Protección de Datos, ha creado dos instancias: una de Mastodon, que contiene perfiles de los principales organismos europeos, y otra de Peertube, la alternativa del Fediverso a Youtube, para compartir vídeos oficiales.

Mastodon difícilmente reemplazará la función que tiene Twitter en el sistema de medios, al menos no lo hará de manera inmediata. Es posible que ambos espacios convivan y acaben sirviendo a propósitos distintos, quizá complementarios. Sin embargo, es momento de focalizarse en entender (y empujar, si se quiere) las potencias que presenta la situación. Si Mastodon logra aglutinar cierta cantidad y variedad de usuarios activos en sus redes y, con ello, logra desplazar allí la conversación de comunidades y personajes públicos influyentes (políticos, periodistas, académicos, celebrities...), aumentarán las posibilidades de que la propuesta de Mastodon se imponga como estándar y, con ello, de retomar cierto control público-comunitario sobre una parte, aunque sea limitada, de las infraestructuras digitales. Lo que ya, de seguro, se ha inaugurado con las actuales migraciones es una nueva oportunidad de renovar la manera de estar en y de hacer las redes, también de cambiar los estilos y las agendas de las conversaciones que las comunidades quieren tener en el espacio público digital.

En este escenario cambiante, cada día surgen nuevas preguntas en relación a lo que puede pasar en cada uno de los espacios y en el sistema de medios en general. ¿Podrá una red de redes sin ánimo de lucro como Mastodon contar con los suficientes recursos para luchar contra problemas típicos de espacios interactivos concurridos como la desinformación y el acoso en línea? ¿Qué pasará con Twitter? La pérdida de credibilidad que actualmente acumula, ¿se estabilizará en el tiempo? ¿Seguirá siendo una fuente de información relativamente fiable para periodistas? ¿Tendrá éxito el modelo de pago por verificación y visibilidad de cuenta? De ser así, ¿qué efectos tendría sobre la libertad de expresión? ¿Se extenderá el modelo de pago a otras plataformas? Teniendo en cuenta que BlueSky previsiblemente contará con más financiación que Mastodon, ¿serán las sucesivas olas migratorias a Mastodon capaces de desencadenar un efecto red suficiente como para que la alternativa de microblogging del Fediverso se sitúe por encima de BlueSky como referente del modelo de redes descentralizadas? ¿O, en cambio, la interoperabilidad que las caracteriza hará que convivan en relativa igualdad? Vista la apuesta de la UE por Mastodon, ¿se animarán las instituciones europeas a crear una instancia pública en la que cualquiera usuario pueda darse de alta? Y por aventurarnos un poco más allá: ¿sería deseable que Mastodon contara con un modelo de financiación pública y gestión comunitaria que le permita adquirir los recursos suficientes para resolver los retos que presenta su crecimiento y asegurar así que esta alternativa sin ánimo de lucro logra imponerse en un futuro cercano como estándar y referente de las redes sociales descentralizadas e interoperables? Estas y muchas otras preguntas son las que está abriendo el tumulto de estos días en Twitter. Nos vemos en las redes para (intentar) responderlas entre todas.

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