Otras miradas

Poco hombre, mucho Lemebel

Daniel Jiménez Vaquerizo

Pedro Lemebel durante una entrevista
Pedro Lemebel durante una entrevista

Hay que agradecerle al estallido social chileno de estos años pasados al menos dos cuestiones: hemos mirado de nuevo al país latinoamericano con cierta ilusión, y el nombre de Pedro Lemebel ha volado por encima de los Andes para extenderse por todos los rincones del planeta.

Este año, el boom Lemebel sigue creciendo y la editorial Las Afueras ha tenido el buen tino de reeditar Poco hombre (2022) una recopilación extraordinaria de algunos de los mejores textos del escritor chileno: relatos que son la crónica real de un Chile vivido a pie de calle y en carne propia, y que plasma todas las facetas que componían a Pedro Lemebel.

Pedro Mardones Lemebel, nació un 21 de noviembre de 1952 a la orilla del Zanjón de La Aguada, río que también da nombre a uno de sus textos más importantes. Un cauce oscilante que conoció la pobreza que marcó y estuvo presente en cada una de las palabras del autor chileno.

Lemebel construía una forma de escribir desde la homosexualidad, desde lo proletario, desde la urgencia de expresar un deseo político, como él mismo repetía en una entrevista en el año 2011 en el popular Mercado de la Vega Central, el lugar idóneo para entrevistar al mejor cronista de la calle chilena.

En las mismas calles santiaguinas que Lemebel recorrió subido a sus tacones negros conoció el amargo sabor de la derrota, que la dictadura pinochetista se encargaba de estamparle en la cara en los aniversarios del golpe cada mes de septiembre.

Gladys Marín, ex secretaria general del PC y amiga íntima de Lemebel, fue uno de los motivos para que el escritor no se alejara del entorno militante y se sumara a su campaña presidencial, lo definía como "un rayo transgresor".

El propio Pedro Lemebel cuenta en una de sus últimas entrevistas –cuando su potente voz era ya solo un recuerdo por las operaciones a consecuencia del cáncer de laringe que sufría– que cuando algunos militantes comunistas le echaron en cara a la histórica dirigente su estrecha relación con él, ella ni les dejó terminar su homófobo discurso y sentenció: "¡Qué revolución están armando ustedes si se permiten descalificar así a la gente!". La que fuera secretaria general de uno de los mayores partidos comunistas del cono sur, participó en la primera manifestación del Orgullo LGTB celebrada en Chile. Era el año 2000 y, del brazo de Lemebel, marcharon juntos.

Al cumplirse un año de la muerte de Gladys, Lemebel escribe un epitafio, tan duro como hermoso, bajo el título La ternura insolente de tu mirar (o Carta a Gladys Marín). Más adelante, la editorial Seix Barral recopilaría todos los textos que fue escribiendo Lemebel entre 1998 y 2008 sobre Gladys y su amistad en Mi amiga Gladys (2016), libro que, hasta hoy, es casi imposible conseguir en España.

Famosas eran las performances a lomos del colectivo de las Yeguas del Apocalipsis, junto al poeta Francisco Casas, escapando de los disparos de agua de los pacos. Tampoco se amedrentó cuando, en 1986, utilizó por primera vez sus famosos tacones y, con una gran hoz y martillo dibujada en su rostro, llegó a una reunión de los partidos de la izquierda a leer su manifiesto Hablo por mi diferencia ante una audiencia perpleja, dejando para la posteridad una de las imágenes más reconocidas del escritor.

Ni la marchita oleada de muertes a su alrededor a causa del sida lograron desmoronar su afinada ironía. Con el título La noche de los visones (O la última fiesta de la Unidad Popular) despide a una de sus compañeras, La Chumilou. Engalanado de dignidad, enfrenta la avalancha de muertes de tantas amigas que no llegaron a ver la caída del dictador. Tantas "maricuecas" con sobrenombres para sobrevivir, extraídos de la homofobia recopilada en sus cuerpos, de tantos chismes en la escuela, del odio en los callejones nocturnos.

La visión crítica de Pedro Lemebel sobre el devenir de la homosexualidad refleja en su Crónicas de Nueva York (El Bar Stonewall), la impresión que le causaba compararse con los perfiles de los activistas gays de la ciudad de los rascacielos, incrustados ya en las dinámicas del capitalismo norteamericano. Lo plasma así: "Uno lleva esta cara de chilena asombrada frente a este Olimpo de homosexuales potentes y bien comidos que te miran con asco".

Lemebel también le guarda un espacio a la Memoria en sus crónicas. Destacan varios relatos, algunos que nos trasladan a otros protagonistas de la represión, fuera del foco, como La payita («La puerta se cerró detrás de ti») un perfil de Miria Contreras, secretaria de Allende defenestrada por la derecha. Lemebel narra cómo tuvo que exiliarse a Cuba tras el golpe de Estado con la sombra persecutoria de haber sido, además, la amante del mandatario, a quien acompañó hasta que este cerró la puerta de su despacho bajo los bombardeos de la aviación aquel septiembre de muerte. O también el hermoso recuerdo de Ronald Wood, alumno de arte de Pedro Lemebel, a quién dedica A ese bello lirio despeinado. Este joven que con solo 19 años es asesinado por una bala militar que le atraviesa la cabeza en medio de una manifestación estudiantil en 1986. La mirada de su alumno quedó grabada en su retina: "Creo que hasta hoy no me convenzo de su fatal desaparición, y lo sigo viendo florecido en el ayer de su espinilluda pubertad. Tal vez nunca logre borrar la sombra de culpa que me nubla el recuerdo de sus grandes ojos‚ pardos".

Hoy, cuando en Chile el rostro de los desaparecidos todavía contempla el insoportable paso de los años, vale la pena releer a Lemebel en su texto El informe Rettig (o "recado de amor al oído insobornable de la memoria") donde dice: "Nuestros muertos están cada día más vivos, cada día más jóvenes, cada día más frescos, como si rejuvenecieran siempre en un eco subterráneo que los canta, en una canción de amor que los renace, en un temblor de abrazos y sudor de manos, donde no se seca la humedad porfiada de su recuerdo."

Lemebel es todo un universo: complejo, bello y ácido. Adentrarse en él es un viaje sin opción de retorno. La destreza con la que amasaba y manejaba la palabra era única. Consiguió sacudir a un país que parecía dormido tras una intensa y asfixiante fiesta neoliberal. Leer a Pedro Lemebel es, además de un ejercicio de satisfacción, un acto de justicia y coraje.

"Hay tantos niños que

van a nacer

con una alita rota

Y yo quiero que vuelen compañero

Que su revolución

les dé un pedazo de

cielo rojo

Para que puedan volar"

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