Al final del libro de 1990, que le dio fama mundial (El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad), la filósofa Judith Butler resume que la pregunta que le ha guiado es: "¿Cómo desestabilizar y devolver a su dimensión fantasmática las «premisas» de la política de la identidad?". Y ello especialmente referido a la política feminista, ya que también concluye que "este tipo de crítica cuestiona el marco fundacionista en que se ha organizado el feminismo como una política de la identidad".
No es tarea fácil hablar del pensamiento de Butler como no sea moviéndose en su propio lenguaje. Pero, tratando de traducirlo, puede decirse que la crítica a la política de la identidad en esta filósofa parte de un supuesto: que toda identidad es normativa y excluyente y, por lo mismo, es algo a desestabilizar. ¿Por qué? Porque toda identidad establece unas normas a las que hay que ajustarse para pertenecer a esa identidad (y, por tanto, es normativa) y deja fuera lo que no se ajusta a esas normas (y, por tanto, es excluyente). Y esto se aplicaría también a la identidad "mujeres", que como toda identidad es normativa y excluyente y es algo a desestabilizar.
En Butler, por seguir su propio lenguaje, la identidad de género no es nada, no tiene estatuto alguno y es solo la "performatividad", la puesta en acto, de las propias normas de género. Y tampoco hay nada así como el "sexo natural" o precultural, pues no tenemos acceso a esa supuesta sustancia dada si no es justamente a través del discurso o el lenguaje con el que nos referimos a esta (y el discurso o el lenguaje ya son algo cultural). Son las normas de género reiteradamente repetidas o "performadas" las que nos hacen creer en la ilusión de que hay fundamento natural (el sexo).
Con estas tesis, Butler carga contra la línea de flotación del feminismo contemporáneo, que ya desde los años 70 del siglo XX había resignificado la dicotomía "sexo-género" para sus propias elaboraciones críticas. Y había entendido que el sexo es la base material, la diferencia biológica, sobre la que luego se superpone la diferencia cultural o el género (estereotipos, roles, ...en fin: la jerarquía socio-política construida entre lo masculino y lo femenino).
Supongamos como mera hipótesis que aceptáramos la idea butleriana de que el sexo es tan construido culturalmente como el género. La pregunta inmediata que surge es muy simple: ¿Y qué? O, en otras palabras utilizando el estilo de Butler de las preguntas retóricas, ¿quiere esto significar que no se siguen reproduciendo las desigualdades y las opresiones de un sexo/género sobre otro en nuestro planeta? ¿Acaso no pervive ese sistema de dominación que el feminismo ha llamado "patriarcado"? ¿Suponer -alejándose de un sano materialismo- que el sexo no es nada material y/o biológico, sino algo también cultural, nos permite vivir en una realidad pospatriarcal?
Supongamos también como hipótesis que aceptamos que toda identidad es normativa y excluyente, que es permanentemente inestable, que es mera puesta en acto de las normas de género, que es en fin una no-identidad y por lo tanto algo a desestabilizar. Pero, entonces ¿cómo explicar el discurso para afianzar las identidades sentidas? ¿Cómo tratar de "desestabilizar y devolver a su dimensión fantasmática las «premisas» de la política de la identidad" sin entrar en contradicción con una política de reafirmación de toda autoidentidad de género?
Refiriéndose a la violencia en nuestro tiempo en su último libro (traducido al castellano como Sin miedo. Formas de resistencia a la violencia de hoy), Butler escribe al hablar de los feminicidios: "Las mujeres son asesinadas, podríamos decir, no por nada que hayan hecho, sino por lo que otros perciben que son. En cuanto que mujeres, son consideradas propiedad del hombre, es el hombre el que ostenta el poder sobre sus vidas y sus muertes". Y en el último párrafo de este mismo libro reclama "un futuro en el que las mujeres y las minorías no vivan con miedo". Y este encomiable deseo parece volver sobre "las mujeres", que no son fundamentalmente un acto del discurso performativo ni una mera posición en el lenguaje siempre por resignificar: como la crítica feminista lo sigue manteniendo, las mujeres en nuestro planeta seguimos padeciendo la dominación patriarcal en tanto que mujeres. Y es una dominación muy real, tan real que llega a materializarse como violencia feminicida.
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