Otras miradas

Los españoles que no amaban a sus mujeres

Luis Moreno

Profesor Emérito de Investigación en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC)

Manifestantes portan una pancarta durante una concentración frente al Ministerio de Justicia para protestar por el repunte de asesinatos machistas este mes, a 29 de diciembre de 2022, en Madrid (España). -Fernando Sánchez / Europa Press
Manifestantes portan una pancarta durante una concentración frente al Ministerio de Justicia para protestar por el repunte de asesinatos machistas este mes, a 29 de diciembre de 2022, en Madrid (España). -Fernando Sánchez / Europa Press

Referenciando el título de la célebre novela del malogrado Stieg Larsson, se ilustra el fenómeno de los feminicidios en España. Uno de los últimos, con el asesinato de la madre y del hijo que llevaba en sus entrañas pocos días antes de nacer, ha conmocionado a la opinión pública. Sucede que las estadísticas son tozudas y muestran un nivel parejo de muertes en España, si no ligeramente mayor, al de años pasados (47 en 2022 y a 1.180 desde 2003). Seguimos asesinando a nuestras mujeres y nos sentimos impotentes para detener este macabro festival de muerte por el 'simple' motivo del sexo. Como han hecho en EEUU respeto a los afroamericanos, habría que aplicar en España aquello de 'women's lives matter'.

Se dice en ocasiones que los españoles somos más proclives en las relaciones humanas a la supremacía machista y al sometimiento de lo femenino según la cultura árabe. Ello se traduciría en situaciones del día a día para imponer la voluntad del 'ordeno y mando', o del permiso conyugal para realizar tareas funcionales básicas (Por ejemplo, los talibanes impiden a las mujeres recuperar sus diplomas universitarios y en Arabia Saudita se necesitaba hasta hace poco el permiso marital para poder conducir un coche).

Pero los asesinatos femeninos también se producen en los países más desarrollados con Estados del bienestar comprehensivos y solidarios, como es el caso de Finlandia o Bélgica en la UE. Ambos países, y de acuerdo a sus estadísticas en Europa, encabezan las listas de feminicidios europeos. Los rusos (europeos geográficos) son lo que más asesinan a sus mujeres según la ratio de feminicidios por cada 100.000 habitantes. No podría alegarse que España por sus circunstancias de desarrollo humano y social fuese un caso especial de propensión a los crímenes de género en términos comparativos.

Si acaso España ha sido líder en las campañas de concienciación, especialmente desde tiempos de Rodríguez Zapatero. Ahora incluso contamos con un Ministerio de Igualdad que, recientemente, impulsó la aprobación de la Estrategia Estatal para combatir las Violencias Machistas 2022-2025.

Tampoco es plausible achacar al furor tempranero en las relaciones sentimentales entre hombres y mujeres como el factor determinante en la causa de los asesinatos. Los mayores y representantes del antaño denominada tercera edad también pueden matar a sus compañeras con igual saña . Estos quizá podrían estar más condicionados por su educación y socialización durante la larga dictadura franquista de sumisión de las mujeres. Pero no debería considerarse como la variable interviniente principal.

Menor clarividencia numérica parece aportar la explicación sicologista de achacar los asesinatos a la pérdida de la racionalidad momentánea o pasajera del feminicida. Concretamente en el caso español, la mayoría de los asesinos saben lo que hacen de acuerdo a su código racional de conducta posterior: el suicidio en la mayoría de los casos.

Quizá deberíamos buscar explicaciones que van más allá del horrendo acto de matar a las mujeres recurriendo a útiles epistemológicos provistos por la filosofía moral, la sociología del desviacionismo o hasta la economía política. La malicia de aquellos financieros que provocan adrede una recesión económica es un ejemplo 'canónico' de explicación sociodicea.

La maldad mata.

Con harta frecuencia suele asociarse que el 'buenismo' binario de la relación diádica entre progreso y modernidad conlleva la prosperidad sin límites y la ausencia del mal. Sería como si lo seres sociales 'malos' desapareciesen en el decurso de la vida social. El maestro de sociólogos Salvador Giner nos recordaba en sus trabajos sobre la sociodicea que la justificación social de la sociodicea posee un doble sentido. En el más amplio de los posibles, la sociodicea es también la justificación de la sociedad tal cual, es decir, la aceptación de que el mundo es así, y que éste es su orden natural y posible: 'siempre habrá pobres', 'siempre habrá hampa', 'siempre,  sinvergüenzas', 'siempre, desigualdad  injusta' y 'feminicidas'. Según Giner, esta  versión no excluye el reformismo ni es necesariamente cínica, ni fatalista, pero plantea cuestiones ciertamente vastas sobre el orden general de la sociedad. Para la segunda acepción, la más circunscrita, la sociodicea es la justificación de un mal determinado, que se juzga necesario.

Conviene recordar, en el terreno de la acción política, los efectos que la monótona repetición de la ideología del "daño necesario" ha impuesto en cuantos movimientos políticos han querido acabar con una situación indeseada. Produce no poca perplejidad comprobar la tozudez con que gentes responsables la ignoran. Piénsese, a modo de dramático episodio, cómo el régimen de los Khmer Rouge, encabezado por el tirano Pol Pot, en Camboya, quiso corregir los males que asolaban el país asesinando y torturando entre uno y tres millones de seres humanos.

Los feminicidas también creen en el "daño necesario" de hacer desaparecer a sus mujeres, aunque ello conlleve su propia desaparición como seres vivientes o pensantes. No pensemos que el feminicidio desaparecerá completamente por la implementación de políticas públicas y aplicaciones científicas a la vida social, como nos recuerda Eloísa del Pino, presidenta del CSIC, cabal combatiente del negacionismo y la emergencia climática. Necesarias son y deberíamos optimizarlas todo lo que sea posible. Pero no olvidemos que la maldad persistirá. Como la vida misma.

Feliz año.

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