Otras miradas

Más allá del capitalismo creativo

José Angel Bergua

Doctor en Sociología

Más allá del capitalismo creativo
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

Una razón de que la creatividad sea una noción tan común en varias ciencias, duras o blandas, que intervenga en ámbitos tan distintos como la educación o el urbanismo y que se acuda a ella para analizar, entre otras cosas, desde las propiedades de la acción social a las clases pasando por el aprendizaje y el propio bienestar personal, podría ser que el capitalismo, principio de realidad de nuestra época, la ha convertido en el factor productivo principal y en objeto de explotación preferente, lo cual ha provocado que sea también un importantísimo componente de la reflexión científica, una fuente muy relevante de inspiración ideológica y el estímulo más poderoso para hacer aparecer una nueva agencia encargada de canalizar las disidencias o los deseos de transformación social, tan necesarios como urgentes en este mundo que hace aguas por tantos flancos.

En el capitalismo industrial que se inicia a finales del siglo XVIII, el factor productivo que se convirtió en el principal productor de valor y, por lo tanto, en el más apetecido objeto de explotación, fue el trabajo, en torno al cual se congregó la clase obrera, agencia conminada a impulsar distintas clases de reformas o revoluciones, todas ellas basadas en reflexiones científicas, interpretaciones ideológicas y formas organizativas que, además de remitir al trabajo como arkhé, fundamento u origen de todo, se articulaban a partir de conceptos inspirados en la lógica de los sólidos, tal como ocurre cuando se habla de "estructuras", se utilizan expresiones bélicas (caso de la "lucha de clases"), se crean instrumentos políticos extremadamente jerárquicos, como el partido y el sindicato, o se implementan rígidos dispositivos disciplinarios que ya habían probado su eficacia en cuarteles, escuelas, manicomios y hospitales.

Luego, sin que desapareciera el anterior, vino el capitalismo de la información y del conocimiento, factores productivos principales de la denominada sociedad postindustrial, reconocida como tal a mediados del siglo XX en Estados Unidos y que fue acompañada por distintos dispositivos biopolíticos que ganaron protagonismo frente a los disciplinarios, si bien su origen es muy anterior, pues tiene como principal antecedente el campo de concentración, un invento español aplicado en Cuba en los años 70 del siglo XIX. En este nuevo tipo de capitalismo se tomó como objeto de explotación la vida ordinaria de las multitudes, en la cual se inscriben las habilidades sociales, comunicativas y las sociabilidades que el capital explota tanto en la esfera de la producción (para ello están los departamentos de recursos humanos) como en la del consumo (con estrategias de marketing y publicidad que envuelven los bienes y servicios en los contextos sociales más deseables). La multitud será el agente sobre el que se depositarán las nuevas expectativas de cambio social y que sostendrá a un nuevo actor político, los nuevos movimientos sociales, alejados de la órbita de los partidos políticos y del propio Estado, tan importantes para las disidencias anteriores. Por otro lado, en este nuevo estadio se utilizarán análisis, interpretaciones y formas organizativas que hunden sus raíces en la lógica de los líquidos, como ocurre cuando se implementan toda clase de redes y se fomenta o justifica la conectividad y circulación de sujetos, objetos, signos y líbidos. En la actualidad, tanto la bioeconomía como la biopolítica, intensifican la explotación y control de la vida ordinaria a base de algoritmos que están preparando el tan deseado desembarco de la inteligencia artificial.

Finalmente, sin que los capitalismos anteriores hayan desaparecido, desde el 2014, año en el que la nueva clase creativa superó en tamaño a las otras en Estados Unidos, la imaginación se ha convertido en el objeto de explotación preferente del capital, ya que es el factor productivo que en la actualidad añade más valor a través de su manifestación más palpable, la creatividad, que hace referencia a la capacidad de alumbrar ideas. Aunque no hay mucha investigación sobre esto, no es arriesgado asegurar que el agente que sostiene este nuevo arkhé, origen o fundamento de la nueva realidad, no puede ser otro que el espíritu, pues desde antiguo y en todas las civilizaciones se reconoce, aunque luego las ciencias y políticas lo hayan olvidado, que la imaginación tiene su residencia en el pneuma. En cuanto a las teorías, interpretaciones y formas organizativas que dan recorrido científico y político a esta nueva agencia, ahora son gaseosas. La importancia de climas, atmósferas y ambientes e igualmente el cultivo de la confianza, tanto si hablamos de la influencia de una marca como de la estabilidad política o del correcto funcionamiento de la economía, parecen apuntar en esa dirección.

Aunque la hipótesis de que es el capitalismo quien otorga importancia a la creatividad parezca plausible, no puede resultar del todo satisfactoria, pues esta criatura nació mucho antes que esta modalidad de economía y apunta más allá de la realidad que es capaz de producir el capital. En efecto, la creatividad se menciona por primera vez en el ámbito del arte a finales del siglo XVII y en la primera mitad del siglo XX, con la explosión de las vanguardias, cada una con su propio manifiesto, rompió todos los códigos, razón por la cual hoy resulta extremadamente difícil definir qué es el arte, hasta. Tanto que algunos hasta lo dan por muerto. Por otro lado, que la creatividad excede el marco del mundo capitalista es obvio si aceptamos que la característica principal de la creatividad es su capacidad para traer consigo una novedad, la cual, para ser realmente tal, ha de ser imprevisible para los dispositivos de reflexión (caso de la ciencia) y de control (caso de la política o del management). El capitalismo, aunque tienda a ello y alabe las disrupciones, no acepta ni impulsa tal grado de novedad, pues pierde el interés en ella si no permite elevar la curva de beneficios. De modo que, a diferencia de lo que ocurre en el arte, hace un uso blando de la creatividad.

Aceptar la novedad en su sentido fuerte exige que los dispositivos científicos de reflexión y los políticos o el management, encargados del control, reconozcan que no saben o que son inoperantes. En el plano científico han alcanzado esta ignorancia positiva (sabe que no sabe), entre otros "avances", todos ellos bien conocidos, el principio de incertidumbre de Heisenberg, el teorema de incompletitud de Gödel, el relativismo cultural de la antropología y la importancia que el psicoanálisis adjudica al inconsciente. En el plano político, participan de la ignorancia positiva los activistas de los nuevos movimientos sociales, que saben encabalgarse a las imprevisibles explosiones de actividad sociopolítica, como el 15M, y asumen los incomprensibles periodos de latencia o desaparición de "sus" gentes.

Las ciencias que no reconocen su ignorancia (no saben que no saben) exhiben una ignorancia negativa. De ella participaba Laplace cuando, tras la revolución impulsada por Newton, sugirió que, conociendo la posición y velocidad de los astros, podríamos predecir y retrodecir cualquier estado del universo. En la actualidad piensan de un modo parecido quienes depositan tanta confianza en los algoritmos y la Inteligencia Artificial. Igualmente participan de la ignorancia negativa los políticos profesionales que nutren las filas de los partidos políticos, aspirantes a ocupar el Estado o a influir en él y cuya razón de ser es aspirar a saberlo y controlarlo todo. Si bien es cierto que tales políticos reconocen en privado sus limitaciones, no lo es menos que simulan poder tener todo bien atado, por lo que no son exactamente ignorantes sino más bien cínicos. Gran parte de la ciencia actual participa también de esta característica. Un buen ejemplo de ambos cinismos lo tuvimos con la COVID 19.

Pero que la creatividad tenga que ver con la novedad y sea imprevisible e incontrolable quiere decir también que emerge de un fondo en el que ningún suceso es más probable que otro. Dicho fundamento o arkhé es lo indeterminado (el apeiron del que hablaba Anaximandro), de modo que en el origen no hay otra cosa que un an-arkhé o anarquía desde la que cualquier cosa es posible. Dicho más claro, no hay ningún Ser (sea este dios, la humanidad, el progreso o cualquier otro referente igual de solemne) ni ningún No Ser (sea el demonio, los otros, la decadencia, etc.) que sostenga o amenace la realidad en la dirección que sea, pues tras ella no hay nada. Acerca de esa indeterminación han hablado de sobras las ciencias naturales (ahí está la noción de entropía) e igualmente las ciencias sociales (caso de la pulsión de muerte en el psicoanálisis). También se ha llegado a reconocer que abarca nada más y nada menos que el 95% de las realidades física (ocupada por materia y energía oscuras), genética (repleta de ADN "basura" -no funcional o codificante-), social (gran parte de la vida colectiva es tan enigmática e invisible como la materia-energía oscuras y tan inútil como el ADN basura) y virtual (pues la red "profunda" esconde información a la que los navegadores no llegan y en la "oscura" la propia navegación no deja rastro).

El problema es que las ciencias, aunque puedan tomar nota de esa nada, no son capaces de explicar la creatividad o novedad que emerge de ella. Sin embargo, antes del logos (que primero inspiró la filosofía, luego la ciencia y hoy los algoritmos, haciendo que el mundo se haya vuelto cada vez más pequeño y previsible con cada "avance") sí que se podía explicar la convivencia de la nada con la novedad. Lo hacía un modo de conocer que el logos debió apartar o subordinar y que es el mythos. En concreto, los mitos de muerte y renacimiento, presentes de muy diferentes modos en todas las civilizaciones antiguas, incluida una muy nuestra, como es la griega. Es lo que ocurre con el periódico descenso al Hades que realiza Deméter para visitar a su hija Perséfone, encarnando así los ciclos de muerte y renacimiento de la naturaleza. Es también el caso de Adonis, despedazado tras la embestida de un jabalí y cuyos trozos fueron colocados por Afrodita en una hoja de lechuga para que luego se elevara a los cielos. Del mismo modo, Orfeo hechizó al Hades con su música para recuperar a Eurídice, símbolo de su propia alma. Y lo mismo ocurrió con Psique, que debió visitar los horrores del infierno para recuperar a Eros.

Tampoco debemos olvidar que, para adquirir la condición de chamán, el neófito debe llevar el cuerpo hasta los límites mismos de la vida para luego renacer, tal como también hicieron ciertos personajes griegos para adquirir la condición de iatromantes o sanadores (tanto de los individuos como de la propia polis), caso de Parménides y Epiménides, pero también de Pitágoras, Zalmoxis y el propio rey Minos de Creta, que incubaron sus habilidades pasando largos periodos en la famosa cueva de Ida. Por otro lado, en general, más allá del chamanismo, los mismos ritos de paso, en los que un sujeto pasa de una condición a otra, exige el tránsito por una situación intermedia o liminar en la que el sujeto no es nada, pues se disuelve en el mero estar-uno-con-otro. Finalmente, en la actualidad, todavía gran parte de nuestro imaginario participa de esta cosmovisión mítica y ritual a través de series, filmes, cómics, novelas etc. que tratan de héroes cuyo periplo no difiere mucho de los de antaño, ya que, según Campbell (en quien se inspiró George Lucas para para alumbrar La guerra de las Galaxias) pasa por hasta 12 fases que incluyen la pérdida de todo y el destierro, así como la vuelta con un trofeo que puede ser un cargo, cierto poder, el amor, etc.

Pero el modo como mejor se hace experiencia de la muerte y el renacimiento que parece exigir la creatividad es con el consumo de enteógenos, importantísimos en todas las civilizaciones (en los Vedas se menciona el soma, en el Avesta el haoma y en Grecia la ambrosía, bebidas todas ellas extraídas de la amanita muscaria), muy populares también entre las clases creativas y, en general, allá donde está presente el nuevo espíritu del capitalismo (distinto del "viejo" -descendiente directo del ascetismo protestante-), influido por la contracultura de los años 60 y 70 del siglo pasado. De hecho, Steve Jobs, el más reconocible CEO del capitalismo creativo confesó en la única entrevista concedida que una de las dos o tres cosas más importantes de su vida fue haber consumido LSD en su juventud. En la actualidad no es ningún secreto que las microdosis de psylocibes o LSD y que tanto el MDMA como el consumo ritual de ayahuasca son muy habituales no solo entre los tekkies y psiconautas de California, sino también en Europa, incluida España, especialmente Cataluña, tanto para resolver traumas o adicciones como para crecer espiritualmente. En las comunidades originarias el consumo de wachuma, iboga, ayahuasca, yakaona, etc. tiene muchas más finalidades, incluidas las políticas. Por ejemplo, en las sierras y selvas de sudamérica se usan para luchar contra los agresivos proyectos de extracción de minerales, petróleo, madera, etc.

Lo que provocan los enteógenos (etimológicamente "dios adentro") es alcanzar estados expandidos de conciencia que exigen, como es obvio, la disminución e incluso aniquilación o muerte del ego, base del orden social que tenemos, pues del mismo modo que necesita restringir el conocimiento al ámbito del logos también requiere individuos confinados en su yo. La muerte del ego, está acompañada de dos sensaciones. Primero, la vergüenza, porque el yo interior que se revela y tanto atrae al neófito desde que lo descubre ha sido escamoteado por el yo exterior o ego para hacerse dominante. Y segundo, el terror, porque dicho yo interior se descubre que, en realidad, no es de "uno" sino que está disuelto en la propia intimidad del universo, así que donde antes había un ego luego no hay nada. Esa nada que aterra a la vez que atrae (y que por esa razón no es arriesgado identificar con lo sagrado -mysterium tremendum y fascinans-) se atraviesa tan fácilmente como la niebla y descubre una quietud, silencio y oscuridad (otras veces luz) absolutos, algo que todas las espiritualidades no cesan de afirmar que forman parte del camino, vía o tao. Ahí no hay nada que hacer. Tan solo se trata de estar.

Lo que, en definitiva, enseñan los enteógenos es que hay más mundo fuera del círculo vicioso del logos, formado por las ignorancias (negativa/positiva) que se retroalimentan mutuamente (universalismo/relativismo, objetivismo/constructivismo, etc.). En efecto, desde la ignorancia negativa sale un pasadizo oscuro que se recorre a tientas y que lleva a la creatividad, caracterizada por activar un conocimiento inconsciente (no sabe que sabe) pero con el que los creativos saben tener trato, lo cual les reporta un estado fluido o de paz más gratificante que las propias creaciones y el éxito obtenido con ellas. La creatividad forma parte de otro círculo, esta vez virtuoso, que es el de Sofía. En el otro polo de este segundo bucle está la sabiduría, caracterizada por haber adquirido una conciencia plena (sabe que sabe), si bien este saber no es en absoluto el del logos (ni el de la ciencia, ni el de los algoritmos, ni el de la inteligencia artificial). Este saber no lleva a ningún sitio. Se limita a saber estar. En la Creación. Quienes lo logran no se exhiben a través de ninguna clase de obras y pasan desapercibidos.

Este es, en último término, el arkhé con el que "juegan" el capitalismo contemporáneo y la sociedad que ha contribuido a construir. La duda es si es dicho capitalismo, así como su sociedad, son las que están tratando con la indeterminación para sacar provecho de ella o si es la propia nada quien se está haciendo valer, provisionalmente a través del capitalismo, que en este caso solo estaría cumpliendo el papel de provocar la muerte del mundo que tenemos, para facilitar así el renacimiento, pues para renacer, como nos cuentan los viejos mitos, hay que morir. Quizás estén sucediendo ambas cosas a la vez. En cualquier caso, va siendo hora de tomarse en serio, al menos, que en estos tiempos en los que tanto se habla de creatividad la agencia ya no puede ser la clase ni tampoco la multitud, sino el espíritu.

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