Acababa de cumplir los 18 años que me permitían votar y la frase me impactó de lleno. "¿Cuándo fue la última vez que votaste con ilusión?". Era uno de los lemas escogidos por Podemos para las europeas, aquellas elecciones que iniciarían una trepidante carrera electoral que descuadraría todas las coordenadas políticas en España y a más de una persona como yo.
A esa pregunta le siguieron más lemas parecidos después, como aquella "sonrisa de un país" del 2016. Unas señales que dibujaron una estela que además de resumir la etapa de deslegitimación que sufría el sistema político, y que supo leer y aprovechar Podemos, también representó la cristalización de una nueva forma de encarar la política que llevaba la revalorización de las pasiones y afectos alegres como bandera. El domingo sobrevoló en Magariños una sensación similar, un intento de volver a sintonizarse con la ciudadanía y rimar con pasiones como la esperanza o la ilusión.
No cabe duda de que Podemos y muchos satélites electorales del espacio han sufrido un desgaste inaudito en este país. Durante años la lupa mediática y personajes siniestros en despachos oscuros han trabajado insaciablemente para diezmar el espacio político que hace no demasiado competía por la hegemonía de la izquierda y del propio país. Sin entrar en la gestión que media entre las causas y los efectos, en ocasiones deficiente, es un hecho que hoy la formación morada ha perdido esa capacidad interpelativa y representativa que antaño tenía. A nivel puramente cuantitativo (votos), pero también a otros más simbólicos (de liderar debates nacionales a anclarse en ser el partido que fuerza al PSOE). Todo ello aleja al morado-lila presente del morado-oscuro de la ilusión, el cambio, la sonrisa y la capilaridad cultural.
El domingo Yolanda echó mano de esa construcción agonística que pone el acento en verbos conjugados en positivo, reivindica lo conquistado como catapulta para lo que está por llegar y no obvia los adversarios o retrocesos posibles en el horizonte, sin que estos sean la excusa que protagonice toda la acción política de Sumar. La prueba más visual la podemos hallar si medimos el tiempo dedicado a hablar del pueblo llamado a representar y no del enemigo llamado a frenar. En el ambiente que se respiró el domingo más de uno vislumbró trazas de esa construcción añeja de la ilusión y la sonrisa de un país.
Pero más allá de percepciones, el pistoletazo de salida de Sumar pone encima de la mesa tres cuestiones que sí vale la pena remarcar y de cuyos logros dependerá su éxito. El primero es el traslado de esas pasiones alegres desde el ambiente de Magariños hasta la sociedad española. Tras años de trabajar la sociología de la coalición, o de construir el de la coalición, el protagonismo de vivir con miedo a la posible contra del adversario debe dejar paso a la de vivir con esperanza por mejorar lo conquistado.
Además, el debate de las primarias es enormemente artificial, pero esconde en sus profundidades el segundo reto. La disputa por el apellido de las primarias, bilaterales o multilaterales, resume si sigue predominando en el espacio un enfoque centrífugo a la hora de abordar las negociaciones (las grandes familias toman las decisiones en Madrid y estas son comunicadas a las familias autónomas en las periferias) o se prueba el enfoque de conjunto (con mesas amplias, acuerdos heurísticos y pesos que respeten las tradiciones). Sumar tiene la tarea de intentar que el segundo enfoque marque el nacimiento de las futuras listas electorales para que estas no sean la causa de rencores y desconfianzas cruzadas venideras. Porque una nueva amabilidad política debe emanar hacia abajo y entre iguales.
El tercer y principal reto estriba en ser capaces de construir una institucionalidad que sobreviva a los liderazgos, pugnas y posibles derrotas venideras. Un espacio con una cultura que permita no solo la coexistencia de distintas corrientes, también la convicción de que la organización sobrevivirá a cualquier eventualidad negativa. A la manera de los tradicionales partidos, constituir Sumar como casa en la que militar sin miedo a la defenestración. Una militancia de puertas abiertas que además de no pedir carné para entrar, favorezca los mecanismos para las permanencias.
Son retos que no se dilucidarán en el futuro inmediato, pero que determinarán el cariz que tome Sumar como actor en la política española los próximos meses y años. Porque la verdadera capacidad política estriba en saber conectar con el momento, no solo leerlo; en protagonizar debates, no solo introducirlos. Y la utilidad pasa por ser capaz de ajustar las ondas de los emisores (ciudadanía) con el aparato receptor (partidos). La diferencia entre ser anécdota o ser permanencia que aprendió lecciones pasadas.
Probablemente el lado opuesto a ese "¿cuándo fue la última vez que votaste con ilusión?" era el Turatevi il naso, ma votate DC! ("¡Tapaos la nariz, pero votad, DC!") de la Italia de los 70, cuando se agitó el miedo rojo para movilizar a las masas. Si es cierto que la imaginación, como sostiene Gioconda Belli, es el gran talón de Aquiles de la izquierda, la pregunta que debe hacerse es para qué la queremos recuperar. Para imaginar una hipotética España de Vox, ese voto prestado con la nariz tapada, o para imaginar una España más igualitaria y libre al alcance del voto con ilusión. Imaginar distopías o utopías. Al fin y al cabo, el derecho a la felicidad, ese artículo 13 de la Constitución de Cádiz que mencionó Díaz, requiere mucha imaginación (y esperanza) para conseguirlo.
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