Otras miradas

Sudán: hienas y chacales devorando nuestro mañana

Ignacio Gutiérrez de Terán Gómez-Benita

Estudios Árabes e Islámicos, Universidad Autónoma de Madrid

Imagen de archivo de un miliciano sudanés, a 15 de abril de 2023, en Sudán. Foto: DETROIT FREE PRESS / ZUMA PRESS / CONTACTOPHOTO
Imagen de archivo de un miliciano sudanés, a 15 de abril de 2023, en Sudán. Foto: DETROIT FREE PRESS / ZUMA PRESS / CONTACTOPHOTO

Hay un dicho africano que reza algo así como que "cuando las ovejas aspiran a un presente los chacales y las hienas se lanzan sobre su mañana". Una forma de hacer referencia a que los rebaños con muchas crías y lechales se convierten en objetivo preferente de los depredadores, en especial de los más astutos y arteros. Algo parecido está ocurriendo hoy en Sudán: hienas y chacales, representados aquí por las tropas leales al general Abdel Fattah Burhán, por un lado, y las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), del también general Mohammed Hamdán Deglo, apodado "Hamidati", por otro, llevan combatiendo desde el sábado por el control del país. Ambos afirman luchar por "devolver" el poder a los civiles y salvaguardar la unidad nacional, acusándose de traición y seguidismo a "intereses foráneos" que ninguno detalla. Como es norma, los más afectados son, precisamente, los civiles y el conjunto de la población. Desde la caída de otro militar, Omar al Bashir, en 2019, buena parte de la sociedad sudanesa aspiraba a un nuevo orden político, libre y democrático; sin embargo, las ambiciones y conspiraciones de los sucesores de aquel en el estamento militar han dado al traste con el sueño de millones de sudaneses. Los chacales y las hienas nunca han abandonado los centros de poder en Jartum.

Tanto el ejército como los paramilitares de las FAR han dominado el país a lo largo de los últimos cuatro años. Las manifestaciones que acabaron con el arresto de al-Bashir, dejando tras de sí un reguero de manifestantes asesinados y heridos, así como las iniciativas de las asociaciones y partidos políticos que han luchado con encono por elecciones libres y garantías para una verdadera alternancia de gobierno han terminado hoy en esto. En una lucha intestina entre grupos armados que se han hartado de aparentar una concordia que no existe desde hace meses. En octubre de 2021, cansados de "hacer concesiones estériles" a sus socios en el llamado Consejo Soberano, una especie de organismo político en el que civiles y militares compartían el mando, Burhán y Hamidati orquestaron un golpe de estado en aras de la "estabilidad" del país. Se trataba, en principio, de arreglar el deterioro económico, social y político de Sudán, para, más adelante, ahora sí, pasar el cetro a un gobierno civil con garantías. Muy pocos sudaneses se lo creyeron, máxime tras comprobar la contundencia con la que las fuerzas de seguridad reprimieron las movilizaciones de protesta. Controlada la disidencia de una sociedad civil que ha permanecido activa e irreverente desde 1956, fin de la ocupación británica, frente a los repetidos golpes militares sufridos por el país, Burhán y Hamidati comenzaron a pelearse entre ellos. Algo, asimismo, habitual entre hienas y chacales, siempre a la gresca por los despojos de una codiciada presa. Primero vino la polémica sobre la participación o no de sectores más o menos afines al depuesto presidente al-Bashir y su partido, el Congreso Nacional, en las deliberaciones, inacabables, para formar un nuevo gobierno e instancias legislativas. Luego, la rehabilitación de los islamistas, alguno de ellos declarados opositores del ex presidente y otros, relacionados con antiguos aliados suyos. Y, por último, la incorporación de los efectivos de las FAR, unos cien mil según determinadas fuentes, al ejército, para terminar así con la bicefalia que tanto incomodaba a un buen número de generales sudaneses. Hamidati, como es de suponer, quería alargarla en el tiempo lo máximo posible, con una serie de requisitos y garantías por añadidura. Burhán y el Estado Mayor, en un plazo relativamente breve y sin excepciones.

Pero la razón de la enemistad repentina entre los socios -hoy, los amigos de antaño se acusan de "criminales" y amenazan con llevarse mutuamente a una corte penal- debe buscarse en la codicia de ambos. Desde 2019, los de Burhán y Hamidati se han repartido los recursos económicos del país. El ejército, al igual que ocurre en la vecina Egipto, supervisa las principales fábricas y sectores productivos, el comercio exterior y los yacimientos de petróleo. Las FAR se han concentrado en el lucrativo sector de la extracción de minerales, en especial el oro. Mientras los dos anduvieron concentrados en amedrentar a los referentes del activismo civil no hubo mayores complicaciones. Ahora, la rivalidad entre los dos bandos ha quedado al descubierto ante la opinión pública mundial. Los sudaneses, para su desgracia, tenían motivos de sobra, desde hace años, para temerse un estallido de violencia de estas características.

También hay que tomar en consideración las maniobras de estados y organizaciones paramilitares que han apoyado a unos u otros, siempre en contra de los intereses legítimos de la población sudanesa. Estados Unidos tiene un protagonismo especial, con sus presiones sobre los militares para que se incorporaran a la comitiva de gobiernos árabes dispuestos a establecer relaciones diplomáticas con Israel. Siendo líder del periodo transitorio, Burhán se reunió en Uganda, en 2020, con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, en un movimiento que suscitó la irritación de la mayor parte de los sudaneses, hostiles en principio a la normalización con el régimen de Tel Aviv. Nadie se había tomado la molestia de preguntarles, como era de suponer. Washington hizo de mediador entre ambos y, a cambio del viraje de Jartum en política exterior, miró de soslayo las continuas violaciones de derechos humanos por parte de los militares y la degradación de la opción civil en Sudán. Junto con Estados Unidos, y una Europa cuyo papel en África no despierta tantos interrogantes como enigmas, debe ponerse el foco en las grandes potencias del Golfo, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, y el poderoso vecino del norte, Egipto. Las dos primeras, contrarias por naturaleza a cualquier atisbo de revolución popular en el mundo árabe, han venido apoyando al estamento militar, decantándose ligeramente por las FAR, cuyos efectivos y arsenal han financiado con generosidad. Egipto tampoco deseaba un gobierno independiente presidido por civiles y apoyó la opción militar, inclinándose hacia el ejército. En el segundo día de los enfrentamientos, las FAR publicaron imágenes de soldados egipcios que habían sido hechos prisioneros, señal de que Hamidati temía la implicación de El Cairo en los combates a favor de Burhán. A Hamidati lo han apoyado durante estos últimos años los paramilitares de la agrupación de mercenarios rusa Wagner, que se ha dedicado a custodiar las minas de oro, principal activo financiero de las FAR. Y todo esto con las autoridades de Pekín mirando con aprensión los destrozos en las infraestructuras que sus empresas han contribuido a levantar con el apoyo, también, de los líderes castrenses.

No resulta sencillo hacer pronósticos, todavía, sobre el curso definitivo del conflicto. En teoría, el ejército, con su supremacía aérea debería imponerse en un plazo breve de tiempo. Pero las noticias que llegan de Sudán son confusas y abundan en contradicciones. Las FAR, sin aviones de combate ni artillería pesada, disponen de contingentes muy bien entrenados y pertrechados, unidades móviles de gran efectividad y están desplegados por todo el territorio. Además, se han hecho fuertes en núcleos urbanos como el de Jartum y amenazan con una prolongada guerra de guerrillas. Entre bastidores, los valedores de uno y otro tratan de llegar a un acuerdo de mínimos que impida la defenestración de su hombre fuerte. Por ello es de temer un principio de arreglo temporal entre los dos bandos o, al menos, la salida honrosa del menos agraciado en este tipo de componendas tan queridas por los grandes predadores internacionales. El resultado, en esencia, va a importar muy poco a millones de sudaneses. La opción de una verdadera alternativa democrática ha recibido su golpe de gracia. Ellos ya saben bien quién sale perdiendo, y de qué manera, con todas estos alardes de pólvora recalcitrante.

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