Otras miradas

Black Friday, el mejor momento para hablar de alternativas

Luis Azorín

Comisión de Consumo de Ecologistas en Acción de Madrid

Luis Azorín
Comisión de Consumo de Ecologistas en Acción de Madrid

Vivimos tiempos de desencanto y desconcierto. Y las previsibles imágenes que vamos a ver durante el Black Friday de consumidores corriendo despavoridos por los grandes almacenes estadounidenses tampoco ayudan.

Son muchos los análisis que, entre otras causas, apuntan al descontento generalizado como causa de fenómenos como el de Donald Trump, recientemente elegido presidente de Estados Unidos. O del auge de los movimientos xenófobos y ultranacionalistas en Europa. Durante esta larga crisis, la merma en la calidad de vida y el empobrecimiento de la ciudadanía de los países del norte económico ha aumentado la vulnerabilidad de las clases populares y su capacidad de consumo. Y eso, a pesar del mercado low cost que cada vez cobra mayor relevancia y que no hace más que forzar un círculo vicioso en el que las ofertas continuas o precios bajos conllevan la reducción de costes laborales y por tanto de salarios. En todo caso, esta situación de precariedad está haciendo que cale hondo un sentimiento de desamparo frente a un sistema globalizado en el que el interés por mantener el nivel de beneficios de las grandes corporaciones se impone sobre el de una población impotente. Y eso hace muy atractivo un discurso nacionalista, a la vez que xenófobo, que apuesta por el proteccionismo económico como forma de recuperación del empleo. No como método para alcanzar unas relaciones comerciales más justas entre estados, o de relocalizar una economía extremadamente dependiente del petróleo cada vez más escaso. Más bien como una manera de frenar los intereses comerciales de sus competidores económicos y de reducir la competencia por el empleo más precario mediante el cierre de fronteras a los movimientos migratorios y la expulsión de aquellas personas que no se encuentran en situación legal.

Si nos fijamos en los países del sur económico, ese mismo sentimiento no es percibido como coyuntural, sino que es asumido por sucesivas generaciones, que en muchos casos optan por emigrar como única salida para subsistir. Allí se fabrican la mayor parte de los productos por personas que no podrán disfrutar de ellos. Y es que aunque en estos territorios el discurso político gira en torno a atraer mayor inversión extranjera, la deslocalización de la producción global no ha supuesto una mejora generalizada en la calidad de vida de la población. Y nunca será así porque el modelo requiere que, para recibir dicha inversión, compitan en el abaratamiento de la producción entre fábricas, entre regiones o entre países, para que una población del norte económico cada vez más empobrecida pueda mantener el nivel de consumo que cree que le corresponde y para que este modelo siga funcionando enriqueciendo a las élites económicas.

Justamente el mejor exponente de este modelo no es otro que el Black Friday,  un día de despilfarro y sobreconsumo. Pero es que además de injusto, se trata de un modelo en decadencia que no ofrece soluciones para la grave crisis económica, social y ambiental en la que nos encontramos, pues no puede seguir funcionando sin aumentar las desigualdades sociales, el sufrimiento humano y el deterioro del planeta.

Vivimos tiempos de desencanto y desconcierto, y lo fácil es dejarnos arrastrar por esa deriva, que da lugar a pasividad y frustración, o da cabida a discursos que incrementarán las injusticias y el deterioro ambiental. Pero también podemos, sin embargo, tratar de tomar la iniciativa para apostar por el mundo que queremos. Tratar de ilusionar a una sociedad desencantada mediante distintas propuestas desde los principios de la solidaridad, la equidad y la sostenibilidad ambiental. De esta forma se reivindica el consumo como una importante arma política, que no sólo puede ejercerse de forma consciente, sino también transformadora.

A día de hoy existen proyectos que ya están practicando otro modelo de producción y consumo, y a los que es importante darles visibildad. Es el caso, en el terreno de la alimentación, de Madrid Agroecológico, una red que impulsa la producción sostenible de alimentos bajo el paradigma de la soberanía alimentaria, o la Ecomarca, un proyecto que distribuye productos ecológicos, facilitando los intercambios entre pequeña producción y grupos de consumo. El Mercado Social de Madrid, por su parte, es una red de producción, distribución y consumo de bienes y servicios en diversos sectores de consumo. Funciona con criterios éticos, democráticos, ecológicos y solidarios y está constituida por empresas y entidades de la economía social y solidaria junto con consumidores y consumidoras individuales y colectivos. Y  también hay alternativas en otros sectores, como Ecooo, que canaliza los ahorros de cientos de ciudadanas y ciudadanos para impulsar las energías renovables, o la revista Opcions, que lleva desde 2002 sirviendo de altavoz de aquellas personas que creen que repensar la sociedad de consumo es una de las piezas clave para aspirar un mundo mejor.

Son ejemplos que reivindican un modelo que priorice el pequeño comercio frente a las grandes superficies, la agricultura ecológica frente a la industria de la alimentación intensiva, la cultura de la reutilización frente a la cultura del "usar y tirar". Su margen de negocio no es muy grande, pero el comercio justo, la banca ética o las tiendas de productos ecológicos han conseguido hacerse un hueco y, a la vez, poner en entredicho el comercio convencional (no justo), la banca convencional (no ética) y la industria de la alimentación intensiva (no sostenible).

De esta forma, el cambio de modelo no parece tan utópico: cada vez que vemos nacer un proyecto de estas características, o comprobamos la participación de alguna persona en él, debemos pensarlo como un nuevo granito de arena. Nada más... y nada menos. Y es que ya lo dijo el imprescindible Eduardo Galeano, "dejemos el pesimismo para tiempos mejores".

Más Noticias