Otras miradas

Soy mileurista, ¿a qué quieres que te gane?

Julen Bollain

Doctor en Estudios sobre Desarrollo, profesor e investigador en Mondragon Unibertsitatea

Soy mileurista, ¿a qué quieres que te gane?
Un camarero atiende a una mesa en las Ramblas, a 15 de junio de 2022, en Barcelona, Catalunya (España).
Europa Press

Es un hecho innegable que en los últimos años se han observado grandes mejoras macroeconómicas en España, especialmente como consecuencia de las políticas económicas y laborales llevadas a cabo por el Gobierno de coalición. El Producto Interior Bruto sigue creciendo anualmente muy por encima de la media europea, la inflación es de las más bajas del continente y los datos laborales nos muestran que por primera vez se ha pasado de los 20,8 millones de personas afiliadas a la seguridad social mientras la tasa de desempleo cae a mínimos desde 2007. Sin duda, hitos muy importantes que muestran el papel tractor de la economía española en Europa. Sin embargo, a pesar de estos avances notables, persiste un problema profundo: España sigue siendo un país de mileuristas, donde el trabajador medio se enfrenta a la precariedad, la inestabilidad y la incapacidad para generar ahorros.

"De precariedad salarial... A SALARIOS DIGNOS", escribía en su cuenta de Twitter el presidente del Gobierno esta misma semana. Es cierto que en 2023 se ha conseguido situar el SMI en 1.080€ al mes y que supone un acierto. No obstante, y aunque no podemos olvidar que el SMI era de 735€ cuando Rajoy fue censurado en mayo de 2018 y, en menos de 5 años, ha incrementado un 47%, éste sigue sin ser suficiente para garantizar una vida digna a las personas trabajadoras. Aun y todo, y como decía, es de poner en valor este incremento salarial que ha beneficiado a más de 2,5 millones de trabajadores y en cuya negociación la patronal ni siquiera se ha sentado, pese a que los márgenes empresariales en España en 2022 se han incrementado un 7,9% cuando en la UE se reducían un 3,1% de media.

Pero vayamos a los números crudos, que siempre permiten hacernos una idea más fiel de la realidad. Según los últimos datos proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística, el salario más frecuente en España en 2021 era de 18.502€ brutos anuales. Es decir, 1.321€ mensuales brutos. El segundo salario más frecuente, por su parte, de 16.487€ anuales: 1.177€ al mes. Muy lejos del salario medio, que se sitúa en 25.896€ anuales. Esto, básicamente, quiere decir que la distribución salarial en España tiene un alto grado de desigualdad y que, la mayoría de los trabajadores y trabajadoras, tienen sueldos bastante inferiores al salario medio.

También es destacable que el salario más frecuente español se encuentra bastante por debajo de los salarios mínimos—repito, ¡mínimos!—establecidos en países de nuestro entorno, como pueden ser Luxemburgo (28.649€ anuales), Alemania (23.844€ anuales), Bélgica (23.460€ anuales), Países Bajos (23.213€ anuales), Irlanda (22.916€ anuales) o Francia (20.512€ anuales). Además, debemos tener en cuenta que los datos reflejan la realidad de 2021, mientras que en 2022 esta empeoró considerablemente. Es la propia OCDE la que ha corroborado que los trabajadores españoles sufrieron una pérdida de poder adquisitivo del 5,3%, 10 veces superior a la de Francia y más del doble que la de Italia. Porque, aunque la macroeconomía cuente con buena salud, España ha sido la gran economía de la zona euro donde más bajaron los salarios reales en 2022.


El hecho de que los salarios españoles estén un 25% por debajo de la media de los países de la Eurozona, junto al elevado precio de la vivienda, nos deriva, inevitablemente, a la imposibilidad de gran parte de la población de acceder a una vivienda digna. El mercado de la vivienda excluye a enormes capas de la población del derecho a una vivienda digna. Y, quien consigue acceder, lo hace en condiciones miserables: según el Banco de España, el 48,7% de los españoles que viven en alquiler se encuentran en riesgo de pobreza o de exclusión social. Se trata del porcentaje más elevado de toda la Unión Europea. Parece sensato pensar que, si los salarios han perdido un 12% de poder adquisitivo desde 2008 y los alquileres se han disparado un 41% en tan solo 5 años, la vivienda no es un derecho al alcance de todas las personas en España. Estamos inmersos en bucle perverso, en el que vivimos de alquiler porque no tenemos ahorros suficientes para comprar una vivienda lo que, a su vez y con sus precios desorbitantes, se come una gran parte de nuestro salario impidiendo que ahorremos y juntemos el dinero necesario para poder comprarnos una vivienda. Aunque los amantes de Mr. Wonderful te digan que no ahorramos por pereza, la realidad es que en España, tengas pereza o no, con un sueldo de 1.000€ no es que no puedas ahorrar, es que directamente no llegas a fin de mes.

Sí, quizá esté un poco harto de los discursos de esta gente que vive alejada de la realidad en sus mundos de yupi. Y quizá sea por eso que me parece asombroso cómo se ha normalizado el mileurismo en España. Hace dos décadas, el término mileurista tenía un tono despectivo. Era sinónimo de trabajo basura. Hoy en día, me aterra observar cómo el mileurismo se ha vuelto cada vez más común y aceptado tanto entre los trabajadores como entre los empresarios, hasta el punto en el que ser mileurista se ha convertido en la norma.

En lugar de reconocer el valor y el talento de los profesionales y ofrecer salarios y condiciones laborales acordes, muchos empresarios han adoptado una mentalidad conformista y de mantenimiento de sus privilegios que perpetúa esta situación de precariedad. En lugar de invertir en el desarrollo y la retención de talento, se han conformado con ofrecer salarios bajos e indignas condiciones laborales. Sin embargo, la normalización del mileurismo plantea importantes desafíos para el crecimiento y la competitividad empresarial, así como para el bienestar económico y social en general. Es fundamental apostar por un futuro laboral más justo y próspero para todas las personas. Es fundamental, por tanto, quitarnos de encima la inercia y el conservadurismo que han dominado las decisiones socioeconómicas de las últimas décadas y apostar por interpelar directamente, con políticas disruptivas y que mejoren las vidas de la mayoría, a aquellas personas que no se sienten representadas, que ven cómo, a pesar de la buena situación macroeconómica, tienen multitud de dificultades para llegar a fin de mes. Porque si no, vaya futuro de mierda nos espera.


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