Madrid, 2023. Una enorme lona advierte de la intención de tirar a la basura a distintos colectivos oprimidos, así como otra serie de ideologías que son consideradas enemigas de la idea de patria de los que costean el lienzo. La cuestión quedaría en una anécdota de mal gusto si el ejecutor de dicha idea no fuera otro que Vox, la formación clave para dar el acceso a la Moncloa a Alberto Núñez Feijóo.
Las cartas hace ya tiempo que están sobre la mesa y el público partícipe ha perdido el derecho a escandalizarse y llevarse las manos a la cabeza ante un indudable pacto de los populares con Abascal. Los resultados de los pasados comicios autonómicos y municipales sirvieron para destapar ese penúltimo velo, no el de que estas dos formaciones pactarían como, de hecho, ya hicieron en Castilla-León y Andalucía; sino para confirmar un asunto de mayor calado más preocupante: que los populares no tienen ni fuerza ni voluntad para matizar las iniciativas más regresivas de su socio de gobierno. Pese a ser el socio minoritario, Vox se ha arrogado la capacidad de marcar la agenda del bloque que conforma y retorcer el brazo de un débil Feijóo, que no tendrá otra que acatar su escora hacia posiciones más conservadoras y reaccionarias.
El partido de Santiago Abascal se siente poderoso. El apoyo del poco más 7% del electorado lo ha convertido en el tercer partido más votado en los comicios municipales y autonómicos. Esto le ha permitido desplegar una serie de políticas que no constaban en su programa electoral, pero que se han ido haciendo efectivas a medida que se han formalizado los cambios de gobierno en ayuntamientos y comunidades autónomas: suprimir manifestaciones contra la violencia machista, descolgar banderas LGTBI de las instituciones, suprimir concejalías de igualdad y medioambiente, negar la violencia machista, censurar la programación cultural en la que hacen su aparición, aunque sea de manera anecdótica, temas como la igualdad, la homosexualidad o la memoria histórica.
Y aún hay más, las elecciones han dado poder institucional a militantes de Vox que niegan el cambio climático, incluso Santiago Abascal ha dicho que aboga por eliminar la AEMET (la Asociación Estatal de Meteorología) en un claro intento por anular de un plumazo la aplicación científica sobre los datos del aumento de las temperaturas y sustituirla por la superchería de la que hacen gala sus miembros, entre los que encontramos un buffet libre de teorías de la conspiración: antivacunas, terraplanistas, negacionistas; sírvanse a su gusto. Sin olvidar que después de una insostenible escalada de asesinatos machistas, 6 en 10 días, la recién estrenada presidenta de les Corts Valencianes Llanos Massó de Vox y el resto de su grupo parlamentario se apartó de la pancarta durante los tres minutos de silencio por el crimen machista de Antella. Pero no es que en su programa electoral Vox se quede corto, la formación de Abascal propone ilegalizar partidos políticos independentistas y quitar competencias a las Comunidades Autónomas como paso previo a su eliminación. Lo de la lona comparado con la realidad se queda en pecata minuta.
De hecho, la siguiente lona fue todavía más lejos. Esta vez no venía firmada por un partido político, sino por una empresa privada dedicada a desocupar viviendas con métodos que bordean la legalidad y el matonismo. La actividad de Desokupa ha sido promocionada por los medios de comunicación que han distorsionado los datos sobre ocupación ilegal para trasladar a la población una sensación de miedo e inseguridad. Según Newtral.es los datos oficiales sitúan las denuncias de la ocupación entorno a un 0,65% del total del parque de viviendas. En la pancarta de Desokupa se veía el rostro de Pedro Sánchez bajo el lema "Desokupa a la Moncloa, Sánchez a Marruecos". Su líder Dani ‘Desokupa’ pidió en declaraciones el voto explícito para las derechas. Haciendo uso de un lenguaje xenófobo y agresivo, Desokupa alardea sin tapujos de usar la mano dura como solución política a los problemas sociales. Su rol en esta coyuntura reaccionaria sería el de las camisas pardas, llegar hasta donde la policía no llega. Además de esta más que factible colaboración institucional, en su coqueteo Desokupa no descarta la idea de acceder a la primera línea política, de modo similar a lo que fue en Grecia el Amanecer Dorado de Nikos Mijaloliakos. Con una retórica autoritaria, apoyada en su lenguaje no verbal, Dani ‘Desokupa’ exige: "Que me den el Ministerio del Interior, que Bukele a mi lado va a ser papá pitufo"; aludiendo directamente al presidente de El Salvador Nayib Bukele conocido por su deshumanizante política penitenciaria.
La contestación por parte de la izquierda en esta llamada guerra de las lonas, vino por parte de una fundación que en la madrileña plaza Pedro Zerolo mostraba medio rostro de Feijóo, dejando aflorar en el otro medio la inquietante aparición de Abascal. El mensaje de la lona animaba a la participación electoral del 23J contra los pactos del odio de la derecha.
A esta lona le sucedió la lona de Greenpeace desplegada en la Puerta de Alcalá, en plena ola de calor, que mostraba la imagen de los cuatro candidatos a la presidencia sudando ante la pregunta abierta de: ¿el cambio climático os la suda? La diferencia sustancial se encontraba en los gestos, mientras que Yolanda Díaz y Pedro Sánchez parecían preocupados, las sonrisas desentendidas de Alberto Núñez Feijoó y Santiago Abascal aludían a su inacción respecto al reto civilizatorio más urgente que tenemos por delante.
Toda esta situación se conjuga con un elemento que propicia la tormenta perfecta: la desmovilización del votante de izquierda. En la falsa dicotomía ellos-nosotros, el populismo de derechas vence con su retórica porque identifica a un enemigo, mientras que la izquierda no se posiciona contra nadie, sino a favor del camino ya recorrido y el que queda por recorrer. A la izquierda la convocatoria de las elecciones y los resultados de las municipales le ha pillado a contrapié, estancada en un marasmo de desencanto y reproches mutuos.
De ahí que muchos nos sintamos como el científico que interpretaba Leonardo DiCaprio en aquella película llamada Don´t Look Up (No mires arriba) advirtiendo de lo que va a caer sobre nuestras cabezas, sin que nuestro público quiera prestar atención porque todo parece ya perdido de antemano o porque el calor produce espejismos de derrota anticipada y desilusión contagiosa entre aquellos que deberían salir de la desidia para evitar la hecatombe. Como ha dicho recientemente el humorista Manuel Burque: "votar por ilusión es una idea naíf, el motivo por el que hay que votar es la responsabilidad política". En el mismo programa los humoristas aluden a una metáfora bastante ilustrativa de la dinámica democrática al defender que votar no es lo mismo que un viaje en taxi que te deja en la puerta de tu casa, sino que se parece más a coger un autobús que te acerca a tu barrio. Igual que se dice que lo perfecto es enemigo de lo bueno, lo puro entorpece el camino de lo posible. Y lo posible ahora es frenar el envite reaccionario, siendo conscientes de que la derrota no dura solo cuatro años, sino que el desmantelamiento de derechos tarda décadas en revertirse.
Volviendo a la primera lona, ni su mensaje ni su iconicidad nos deberían resultar muy novedosas porque ciertamente no lo son, ya las empleó el fascismo histórico en la década de los 30 con la diferencia de que, si entonces el enemigo a batir era el judío, el comunista o cualquier disidencia política, hoy lo son las mujeres, los gais y los inmigrantes.
Estas expresiones que exaltan el cabreo, la violencia y el sentimiento de agravio de los Angry White Men, la masa de votantes masculinos de clase media que apoyan las tesis trumpistas, pretenden castigar a la mitad de la población para salvar, supuestamente, a la otra media. Y por eso, no cabe hablar de exageración al afirmar que el próximo 23 de Julio no se trata de una ocasión más para poner en práctica el juego de la democracia, sino que es la democracia la que está en juego.
El día en que se pierde la libertad no aparece en los libros de Historia. Casi nadie se da cuenta del minuto exacto en que toma forma el retroceso y en el que los márgenes de lo posible empiezan a estrecharse. Tal vez lo que ya hemos perdido y lo que ya estamos perdiendo, mientras estás leyendo este artículo, debería ser la señal necesaria para que cualquier persona demócrata y ciudadana reconozca que esto ya no es un juego, sino que los derechos más elementales, aquellos que tan duramente lograron nuestros mayores, son los que están en peligro.
La vida es tomar partido, decía la ilustradora Paula Bonet en su libro La Anguila. Hay que recordar que los momentos que definen nuestras vidas son también aquellos en que elegimos no decidir. Este es uno de esos momentos. Las únicas batallas que se pierden son aquellas que se deciden no librar. El verano y la participación democrática, a priori, no se llevan bien, pero, aunque algún eslogan pretenda augurar un "Verano Azul", si no hacemos nada, aceptando el marco de la apatía, la estación que le sucederá será un marrón en otoño y una vuelta a los grises en invierno.
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