Otras miradas

La calle y la patria

Nega

Ricardo Romero ()Integrante de Los Chikos del Maíz

Ricardo Romero (Nega)
Integrante de Los Chikos del Maíz

El nuevo anuncio de Campofrío era cuestionable por varios motivos, el principal porque nos insta a eludir y rechazar el conflicto en aras de un amor profundo que, en unas fechas tan señaladas como las navideñas, se eleva magnánimo y puro para ablandar nuestros ya de por sí maltrechos corazones. A mí, sinceramente, me cuesta eludir el conflicto mientras mi país sufre una tasa de pobreza del 34% o uno de cada tres niños no puede reponer sus gafas o comprar libros de texto (según UNICEF). Ello ocurre mientras, simultáneamente, el número de millonarios aumenta y la venta de artículos de lujo se dispara como nunca habíamos visto en nuestro país.

Con lo datos sobre la mesa, el anuncio de Campofrío puede pasar de cuestionable a nauseabundo, pero si sabemos leer entre líneas dentro el lacrimógeno mensaje que nos invita a olvidar y resignarnos, encontramos un detalle que quizá haya pasado desapercibido para muchos pero no para Antonio Hernando. Nos encontramos a una pareja que se ama pese a sus diferencias ideológicas, un barrendero y una oficinista. Pero lo verdaderamente revelador es que frente a la pepera de derechas «de toda la vida» no está el PSOE; está Podemos. Lo que hace Campofrío, probablemente por pura inercia y de forma inconsciente, es legitimar a Podemos como el único partido de la oposición. ¿Qué sentido tendría representar al barrendero como militante del PSOE cuando el partido de Susana Díaz ha facilitado el gobierno de Mariano Rajoy?

Llegar hasta aquí -y convertirse en el primer partido de la oposición- no ha sido fácil. Municipales, autonómicas y hasta dos elecciones generales. Durante el proceso hemos jugado con una mano atada a la espalda, con toda la prensa en contra y haciendo frente a innumerables calumnias y escándalos fabricados: de la beca de Errejón, a la financiación iraní pasando por las acusaciones a Victoria Rossell. Pese al ruido constante, todas y cada una de las demandas interpuestas a Podemos han sido archivadas. Y mientras las acusaciones llenaban portadas y editoriales, el sobreseimiento de las mismas apenas tenía repercusión mediática. El ansiado sorpasso no se produjo pero la formación morada se colocaría en una posición de poder que, como terminó sucediendo, comprometería al PSOE hasta extremos inimaginables (golpe de PRISA incluido). Y entonces llegó  la segunda edición de Vistalegre.

La entrevista tuvo lugar en Espejo Público, magazine especializado en cuestionar decisiones judiciales, ningunear a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y recordarnos, a través de su presentadora Susana Griso, que comer Pastas Gallo los 365 días del año, es saludable. Centrado en el periodismo de rapiña vía constantes especiales sobre el caso Marta del Castillo, los padres de Nadia o la desaparición de la joven Diana Querr, también alberga un espacio para la discusión política cuya tónica general es criminalizar a Podemos hasta límites insospechados. Y entonces apareció Susana Griso, armada con su test de la vergüenza y perpetró la entrevista-masaje contra el número dos de la formación morada ante los ojos del mundo. Y de alguna manera todo cambió, perdimos la inocencia. Un espectáculo bochornoso que podría resumirse en algo parecido a «usted es un tipo sensato mientras que Iglesias es un psicópata en potencia». Fue profundamente doloroso ver a una mente tan brillante como es Errejón, enfrentándose a un test maniqueo que hasta un niño de 10 años podría responder y superar con solvencia. Un escándalo mayúsculo, no sólo porque se trataba del mismo medio que durante años ha estado insultando, manipulando y escupiendo sobre Podemos (cabría recordar al respecto su papel en la famosa ‘beca de Errejón’), no sólo porque se ahondaba en una caricaturización pueril que pervierte el debate (Errejón es el yerno ideal moderado mientras Pablo es un radical de bandera roja y cóctel molotov); lo verdaderamente escandaloso fue que Íñigo Errejón se prestara a esa caricaturización y callara mientras la periodista convertía a su Secretario General en un fantoche trasnochado. En otras palabras, la máquina del fango disparaba en nuestras narices mientras el Secretario Político de la organización callaba (y otorgaba).

Que los grandes medios han elegido bando, es un hecho: Enric Juliana, director adjunto de La Vanguardia y poco sospechoso de leninista radical, nos lo recordaba recientemente en Twitter. Y salvo un excéntrico Paco Maruhenda -que acusa directamente a Errejón de pretender hacerse con la Secretaría General-, la tónica pro-errejonista es general. No tiene secreto, apuestan por la opción más débil -a priori- con la meta ultima de debilitar al partido. Sabemos que, termine como termine Vistalegre, la corriente ganadora será machacada una y otra vez por un cada vez más engrasado Poder mediático. La novedad y lo revelador es que el errejonismo parece ahora sentirse cómodo bajo esa circunstancia, la alimenta sin disimulo y se encuentra decidido a jugar el peligroso comodín de la prensa. Hace apenas unas semanas, durante las primarias madrileñas, repudiaba tal apoyo y se aferraba a «la máquina del fango», hoy Germán Cano nos dice en Facebook que quizá «tenemos las caricaturas que nos merecemos». Pero con las caricaturas ocurre que tienden a deformar la realidad, a exagerar las protuberancias hasta desdibujar por completo el objeto representado, su meta última es la risa. Y nuestro país, la verdad, no está para muchas risas: precariedad laboral extrema, corrupción desmedida o dos millones y medio de niños españoles bajo el umbral de la pobreza son motivos suficientes para salir a la calle a protestar. Entonces se nos repite el mantra, manido y lejos de la realidad, que nos recuerda que la protesta y la movilización nos convierte en un partido de resistencia, marginal y destinado a ser testimonial. ¿Desde cuándo la protesta es resistir? La gente en este país tomó las plazas, se movilizó en las mareas blanca y verde y evitó que sus vecinos fueran desahuciados, ¿estaba resistiendo? ¿Condenándose a ser minoritarios y marginales? ¿O más bien se trató de un pueblo que, harto de injusticias y saqueos, decidió tomar las riendas de su destino y pasar a la ofensiva? ¿Tiene sentido que Podemos se desvincule ahora de toda esa ola de movilizaciones y las tilde de «movimiento de resistencia» destinado al fracaso y a la marginalidad? Obviamente no, sería muy injusto.

El desprecio a la movilización social alcanzó su clímax esta semana cuando, distintas voces desde la Secretaría Política, se burlaban de nuestro Secretario General por pertrecharse, megáfono en mano, en la puerta de la Comisión Nacional del Mercado y la Competencia para defender los derechos de nuestros compatriotas. Yo he estado en desahucios en los que había mucha menos gente y desde luego nunca dejamos de sentirnos movimiento popular. Decía un revolucionario (de los ganadores) que «una sola chispa puede incendiar la pradera». El problema es que algunos quieren los galones y las glorias del fuego sin tener que bajar al barro a prender la mecha. Es hacerse trampas al solitario: la Historia recuerda a los que prenden la mecha no a los que corren a hacerse la foto cuando la pradera ya está incendiada. Lo digo con todo el respeto. En cualquier caso y viendo el desarrollo de los últimos acontecimientos, habría que dilucidar si gente como Jesús Jurado y el resto de pléyade errejonista que hizo mofa de la protesta, quiere realmente incendiar la pradera o llenarla de centros comerciales.

«La primera es llevar la democracia al interior del proceso de producción, al seno de la empresa, al espacio en el que la cooperación necesaria para la producción entre los distintos agentes que intervienen en la misma ha sido sustituida por una relación jerárquica que concentra el poder de decisión en los órganos de dirección y, con él, la capacidad de decidir sobre cómo se distribuye el resultado de la producción y de los incrementos de la productividad entre trabajadores y empresarios. Ese es el conflicto distributivo original y, al mismo tiempo, es el más velado, el más normalizado e interiorizado por la población como algo natural. Frente al autoritarismo de la gestión empresarial tradicional es necesario proponer la democratización de los procesos de producción con el fin de que el producto social se distribuya de una forma más justa y equitativa ya desde la producción». Democratizar el proceso mismo de producción. ¿Quién ha sido el leninista totalitario que ha propuesto semejante disparate propio del siglo XIX? ¿Qué brujería es esta?

El texto está extraído del documento de Íñigo Errejón, medidas económicas.

Lo cual nos debe hacer pensar en tres direcciones o sentidos: ni Errejón es el PSOE, ni las caricaturas ayudan o enriquecen debate alguno y, la más importante: ¿cómo pretenden conseguir los errejonistas que, nuestro pueblo, -el mismo que tiene interiorizado y normalizado las relaciones de producción abusivas y jerárquicas de un modo natural-, comprenda que esas relaciones pueden ser de otra manera (más democráticas), limitándonos a ser un partido centrado en el trabajo institucional? ¿Cómo pretenden conseguir que nuestro pueblo asuma una medida tan polémica como es la Renta Básica siendo un partido-institución y no un partido-movimiento que esté presente en las protestas, en las universidades, en los centros de trabajo y en el tejido barrial? Jorge Moruno la explica muy bien pero no es suficiente: Podemos no puede limitarse a ser un partido-institución que se dedique a ofrecer actos y charlas (siempre verticales, el experto habla y el profano escucha) o discursos institucionales. Podemos debe estar presente en la panadería, en la cola del INEM, en la manifestación por los servicios públicos, en las tertulias de bar. En definitiva, en el día a día y en la cotidianidad de nuestro pueblo. Estar, como nos dijo Olmo en Novecento, en todas partes. Porque el partido eres tú que lees estas líneas, y tu vecino, y la abuela Teresa, y el joven que vota por primera vez con ilusión, y el joven que está emigrado y no le dejan votar, y el viejo sindicalista, y la joven precaria que nunca se ha sindicado, y el optimista, el pesimista agorero y el periodista que gana 700 euros al mes, y la madre soltera y el pensionista que se cansó de votar al PSOE, y la feminista enfurecida y el transexual machacado, y el artista sin trabajo, el albañil en paro y el policía honesto. Y Podemos también es Íñigo Errejón en la calle con los Teleoperadores en huelga, y Rafa Mayoral e Irene Montero con las espartanas de Coca- cola en lucha. Y Diego cañamero con los jornaleros andaluces. Y Jorge Moruno explicando la Renta Básica. Y Teresa Rodríguez valiente denunciando la agresión machista. Y Rita Maestre demostrando nuestra solvencia en las instituciones reduciendo la deuda e incrementando el gasto social. Y Miguel Urbán en Bruselas.

La grandeza y el potencial ilimitado de Podemos reside en su heterogeneidad, en su unidad de distintos actores, en haber sido capaz de articular un movimiento político y social capaz de albergar en su seno sensibilidades tan dispares y de tan distinta procedencia. No obstante, no debe el tramposo confundir esa diversidad o unidad de distintos actores, con la unidad de la izquierda; Podemos hace tiempo que superó ese estigma por mucho que algunos se empeñen en recuperarlo para ganarse así la bendición de la prensa.

Yo trincheras no he cavado ninguna, zanjas con pico y pala unas cuantas. Es un trabajo muy duro y agotador. Pero absolutamente fundamental: sin zanjas bajo nuestro suelo urbano no tendríamos agua corriente, electricidad o gas natural. O internet ¿imaginas la vida sin internet? Una vida sin zanjas sería volver a las cavernas y a mí, como a Errejón, me encantaría que Podemos fuera útil a nuestro pueblo desde ya, sería fantástico ponernos a legislar y a tomar medidas populares de forma inmediata, incluso, Carlos Marx nos ampare, intervenir la economía y democratizar el proceso de producción. Pero para que eso se materialice no tenemos los suficientes diputados: «los que faltan» no es una frase hecha ni un eslogan, es una realidad dolorosa. Si Podemos no sigue creciendo es absurdo plantearse el trabajo parlamentario como eje central de nuestras tareas, es puro idealismo político. ¿Cómo? ¿Con el mismo PSOE que gobierna en coalición con el PP y permite que la luz suba un 33% en plena ola de frío? ¿Con la cacique de Susana Díaz que gobierna Andalucía con Ciudadanos o con Patxi López el mismo que fue Lehendakari con el apoyo del PP y elegido Presidente del Congreso con los votos de Ciudadanos? Ha quedado demostrado que el PSOE sólo se acuerda de la S y la O cuando está en la oposición o cuando obtiene menos votos que Podemos (Madrid, Barcelona, Cádiz...)

Cuando era joven gritábamos aquello de «La lucha está en la calle y no en el parlamento», puede sonar a perogrullada de radical de tres al cuarto, pero esconde una poderosa verdad: sin músculo, presión y presencia en la calle, los parlamentos se convierten en burdeles de provincias donde no hay prostitutas libres sino extorsión, trata y chulos. La lógica parlamentaria es perversa y una opereta vulgar que se repite en bucle, por todo ello no se trata sólo de alcanzar las instituciones sino de cambiarlas completamente. Cavar trincheras es una expresión horrible, militarista y arcaica, pero resulta obvio que para seguir creciendo y ser útiles a nuestro pueblo es absolutamente necesario crear una base, unos cimientos firmes sobre los que construir redes y tejido político, tanto barrial y urbanita como rural. Estar en todas partes como decía Olmo Dalcó. Limitarnos a ser un partido institucional nos convertirá en un partido más, que actúa como un partido más, viste como un partido más y, lo más terrible, terminará pensando como un partido más. Hablar de normalidad institucional con dos millones y medio de niños bajo el umbral de la pobreza y los niveles de miseria y precariedad que sufre nuestro pueblo, no sólo es contraproducente en términos políticos, también es obsceno.

La patria no es, desde luego, la pulserita con la bandera en la muñeca del que cotiza en Suiza, pero tampoco puede convertirse en un espantajo vacío, en un comodín manoseado al que recurrir para no asustar a la gente cuando la maquinaria mediática intensifique su fuego. De la misma forma que no se moviliza a las clases populares a base de repetir conceptos como «clase obrera» o «los de abajo» sino pareciéndose a ellos, compartiendo espacios y escuchando sus necesidades y aspiraciones, la patria no se construye por repetición, proclamándola incesantemente como loros: la patria se construye compartiendo frío en la calle con nuestro pueblo, con nuestros vecinos, con nuestra gente cuando sale a protestar, a reflexionar o incluso a evadirse. La patria son símbolos y banderas pero también (y más importante) que nuestros niños hagan tres comidas al día y nuestros jóvenes pueden estudiar una carrera y no tengan que emigrar a países extraños donde se les insulta o agrede por su procedencia (Brexit incluido), que nuestros ancianos sean cuidados y no sean ellos los que tienen que cuidar, económicamente y a duras penas, a sus hijos y nietos, que nadie muera sola en su piso porque una multinacional eléctrica le cortó el suministro de luz, en definitiva, que ninguno de nuestros vecinos o amigos se quede tirado en los márgenes del sistema.

Por ello la patria es infancia, fraternidad y sobre todo, cotidianidad. Lo cotidiano puede ser maravilloso. Lo cotidiano se refleja en un parque con niños jugando al escondite y ancianos que vigilan obras, en los gritos y sobresaltos de un domingo de liga, en la terraza de un bar de tapas un sábado por la noche. Parecen nimiedades, nimiedades cotidianas que se convierten en quimera cuando los Derechos Humanos dejan de cumplirse y aplicarse. Si existe una antítesis de lo cotidiano, si existe un espacio que representa mejor que ninguno la no cotidianidad, se trata sin duda de un parlamento. Lleno de gente extraña, esa que viste a diario con corbata, desconoce lo que es el transporte público y no sabe lo que es disfrutar de un partido de fútbol si no es en un palco. Por ello es lógico que no nos encontremos cómodos en los parlamentos. Y así debe seguir siendo: si dejamos de ser gente normal haciendo política, la gente nos tomará por políticos profesionales.

Y cuando llegue ese día estaremos perdidos.

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