Otras miradas

Vistalegre II. ¿Encerrarse o abrirse?

Eugenio del Río

Eugenio del Río

En el primer período de Podemos, tras su nacimiento en enero de 2014, se produjo un espejismo de unidad. O una unidad parcial que parecía más de lo que era.

La idea de lo que podía ser Podemos fue formulada principalmente por Íñigo Errejón, con el que coincidió Pablo Iglesias y un grupo de amigos. Esa idea triunfó rápidamente: no había otra para poner en pie Podemos, y, además, era una idea que tomaba en consideración la situación de crisis y los nuevos márgenes de actuación que esa crisis abría. Quienes se oponían a esa idea (especialmente Izquierda Anticapitalista) no contaban con algo equivalente que pudiera competir con el proyecto de Íñigo y Pablo.

Aparentemente, el proyecto esbozado por Íñigo Errejón logró un amplísimo apoyo, pero ese apoyo no era tan sólido, como luego se ha podido comprobar. Aquel Podemos contó con dos piezas fundamentales:

1) Tuvo entre sus características principales la vocación de llegar a gobernar.

Fue algo muy llamativo: una fuerza política con tan pocos meses de vida se proponía desalojar del gobierno al PP y ocupar su lugar. En ese propósito había mucho de audacia y de creatividad política, y de sentido de la oportunidad, pero tal vez no había suficiente conciencia de los propios límites para acometer tan ardua tarea. Se apuntó hacia unos objetivos para los que no se disponía de los mimbres humanos necesarios ni era probable que se pudieran reunir en el corto plazo, que es justamente cuando más aguda era la crisis de legitimidad de los poderes políticos y financieros que ofrecía una ocasión de oro para impulsar un cambio político. Haber llegado al gobierno con ese dispositivo humano, político, ideológico y profesional hubiera sido sumamente problemático.

Así y todo, esa voluntad de gobernar llegaba en el momento justo: cuando el 15-M y las mareas sociales, tras haber mostrado una vitalidad extraordinaria, habían ido quedando atrás. Surgía la necesidad de proyectar la fuerza social generada como fuerza política para completar la tarea. En 2014, con Podemos como expresión política, se iniciaba un nuevo ciclo.

2) Otro rasgo distintivo de aquel diseño del primer Podemos fue el empeño de ganar apoyos importantes entre las mayorías sociales, lo que implicaba no encerrarse en el territorio de lo que había venido siendo la izquierda (o, más precisamente, la parte de la izquierda situada más a la izquierda) y tratar de ganar a más gente no identificada ideológicamente como "de izquierda". A esto es a lo que se le vino llamando transversalidad: abrirse a las mayorías sociales en su diversidad; no encerrarse en una clase ni en un campo ideológico. Un gran acierto, a mi parecer.

La operación pronto alcanzó su primer éxito, con los brillantes resultados de las elecciones europeas del 25 de mayo de 2014. En el aspecto organizativo, la aspiración de llegar a gobernar tuvo gancho. Atrajo a los círculos a mucha gente, incluyendo militantes de izquierda y de extrema izquierda, de distintas generaciones, que se entusiasmaron con la propuesta de Podemos, pensando que había llegado el momento de dejar de ser perdedores.

Pero, muchas gentes de izquierda que acudieron en aluvión a Podemos ni habían hecho una reflexión autocrítica sobre sus identidades ideológicas anteriores ni sobre su trayectoria política, ni la hicieron después. Y esa gente, con experiencia militante, generosa, dispuesta a comprometerse, pero sin haber alterado sus ideas anteriores, y sin haberse alejado de la cultura política a la que habían pertenecido toda su vida, ha sido una bomba de relojería a la hora de poner en sintonía a Podemos con las mayorías sociales de 2017.

Se puso en marcha una empresa que trascendía las fronteras ideológicas de las izquierdas pero contando con un caudal humano que en buena medida seguía inmerso en culturas de izquierda de otra época. En referencia a este hecho, se ha dicho certeramente que un empeño político del siglo XXI estaba siendo llevado a cabo –y condicionado– por un conglomerado humano una parte del cual seguía sumergido en la izquierda del siglo XX. Era un handicap serio.

Además, un sector de quienes fundaron Podemos, agrupados en Izquierda Anticapitalista, no compartía la perspectiva a la que me acabo de referir en los dos puntos que he enunciado brevemente.

Para colmo, la crisis de legitimidad en los planos político y socio-económico, estaba en su punto álgido. Había que actuar con rapidez ante una situación que ofrecía unas posibilidades de cambio que podían durar poco tiempo.

¿Cómo llevar a la práctica un proyecto cuando bastantes de las personas organizadas y muchos de los seguidores o no entienden o no aprueban del todo ese proyecto? Ante ese cuadro, el grupo que había promovido el proyecto optó por una solución jacobina: marginar a Izquierda Anticapitalista y crear una estructura sumamente centralizada, vertical, dando muy poco juego a los círculos de base y a los territorios.

Aunque lo que voy a decir ahora entra en un terreno contrafáctico, nunca sabremos a ciencia cierta qué hubiera ocurrido si se hubiese hecho algo distinto de lo que se hizo.  Tiendo a pensar, y admito que lo que digo es solo una conjetura,  que si se hubiera procedido de una forma democrática "normal", y, por lo tanto, con una velocidad más lenta y con una mayor dificultad para definir criterios y prioridades,  Podemos no habría podido actuar con la rapidez con la que lo hizo y seguramente no habría  conseguido el éxito que alcanzó con su lanzamiento.

Hay que mencionar también el factor tan decisivo que fue el hiperliderazgo de Pablo Iglesias. Al comienzo, como tantas veces se ha señalado, era más conocido que Podemos y una parte del impacto que tuvo se debió al prestigio que había ganado en su labor en las televisiones.

Emergencia de las disensiones

En estos aspectos, relacionados con el funcionamiento interno y con el hiperliderazgo, se alcanzó una evidente eficacia. Pero aún admitiendo la idea, a efectos de mi razonamiento, de que fue eficaz la forma en que actuó el entonces núcleo dirigente, lo cierto –y aquí es donde quería venir a parar–  ha tenido efectos negativos en el período posterior.

Una de las cosas más difíciles en política es tomar decisiones tácticas que, además de proporcionar los resultados buscados a corto plazo, no dejen en pie legados problemáticos que pueden acabar manifestándose en el futuro. Este es el caso. Han permanecido vivos hábitos no democráticos que entorpecen un tratamiento adecuado de los problemas actuales.

Y la figura de un secretario general con amplias competencias así como el evidente culto a la personalidad constituyen un factor de degradación de la vida asociativa difícilmente compatible con la maduración y la autonomía de las personas comprometidas con Podemos. Dada la naturaleza del proyecto –un proyecto ganador–, cuando han surgido obstáculos serios en el camino, ha sido todo Podemos el que se ha puesto a prueba.

Estos obstáculos han sido variados. No tardó en desvanecerse el sueño de obtener una mayoría absoluta del que habían hablado algunos dirigentes. Hubo que participar en sistemas de alianzas complejos, no siempre exentos de problemas. En la fase de investidura que siguió a las elecciones del 20 de diciembre de 2015, tanto los barones del PSOE como Podemos, con el conocido comportamiento de Pablo Iglesias, convergieron en hacer imposible un acuerdo para apear del gobierno al PP. Actuaron como contrarios complementarios. Luego se abrió un largo período, que incluye las elecciones de junio de 2016, en el que la presencia pública de Podemos perdió fuelle. El acuerdo de Podemos con IU, en Unidos Podemos, en estas últimas elecciones, a pesar de obtener una cifra tan importante como son cinco millones de votos, se saldó con la pérdida de un millón de voto

Desde diciembre de 2015, si no desde antes, empezaron a mostrarse públicamente los desacuerdos en una dirección que hasta entonces había aparecido unida. Las diferencias afectan a puntos destacados:

1) La voluntad de convertirse en una fuerza determinante en las instituciones, apuntando hacia la conquista de un electorado que permita acceder al gobierno. La tendencia de Íñigo Errejón defiende la necesidad de una política activa en las instituciones para hacer algunos cambios beneficiosos para la sociedad y para ganar respaldos sociales mostrando que Podemos tiene capacidad para actuar eficazmente. La corriente de Pablo Iglesias, por su parte, resta importancia a la labor institucional, llamando a consagrar menos esfuerzos a ese ámbito y a dedicarse en mucha mayor medida a la actividad en la calle;

2) La actitud hacia las mayorías sociales y el problema de la transversalidad. La corriente de Errejón mantiene a este respecto una coherencia con lo que defendió desde el comienzo y entiende que Podemos debe tratar de llegar a sectores más amplios de la sociedad, mientras que Pablo Iglesias propicia una reafirmación de Podemos en un campo ideológico con vínculos con las izquierdas (radicales o no tan radicales) de una época anterior.

 Es difícil saber qué margen de posibilidades hay de atraer a los que Íñigo Errejón ha venido denominando los que faltan. De ello se ocupa Sebastián Lavezzolo en dos valiosos artículos publicados recientemente (eldiario.es, 15 de diciembre de 2016 y 3 de febrero de 2017). Su conclusión es que no está claro hasta qué punto es posible consolidar lo ya ganado electoralmente y, a la vez, abrir brecha entre quienes han votado a otros partidos o se han abstenido, y que se  sitúan más hacia el centro de la escala ideológica izquierda derecha. Conservar lo ganado y ganar a sectores nuevos no son dos empeños armoniosos sino que chocan en cierto grado entre ellos. Lo que sí cabe pensar es que, si desea desempeñar un papel más decisivo en la política española Podemos habrá de intentar atraer a esos sectores.

3) La política de alianzas, en particular en lo referente al PSOE. Como está tan arraigada entre quienes vienen del PCE o de la izquierda radical la animadversión hacia el PSOE, esta cuestión es muy difícil de abordar desapasionadamente y atendiendo a razones políticas. Aun así, se logró hacer en buena medida tras las elecciones autonómicas de mayo de 2015.

En la actualidad, la defenestración de Pedro Sánchez y el posible control del partido por Susana Díaz hacen especialmente difícil concebir un acuerdo de Gobierno entre Podemos y el PSOE. Lo que predomina hoy son los acuerdos entre el PP y el PSOE para debilitar a Podemos.

Sin embargo, todavía hace unos días, Pablo Iglesias aseguraba con buen criterio que, para que Podemos pueda gobernar, será preciso un acuerdo con el PSOE. Afirmaciones como esta cuadran mal con una conducta hacia el PSOE dominada solo por la hostilidad, que, además de dificultar cualquier pacto, favorece a quienes en el PSOE se oponen más rotundamente a cualquier forma de colaboración con Podemos, como es el caso de Susana Díaz y sus aliados.

No obstante, a menos que estemos pensando en que Podemos por sí solo  llegue a atraer a un 35% del electorado o más, lo que no parece nada probable, es difícil imaginar un gobierno que sustituya al PP que no cuente con el apoyo simultáneo, con una fórmula u otra, de Podemos y del PSOE.

Como digo este es un problema difícil de abordar no solo por las pasiones que están a flor de piel sino porque estamos hablando de políticas difíciles de diseñar y de llevar a cabo, políticas que no pueden dejar de combinar la crítica y hasta en ocasiones el enfrentamiento, con formas de entendimiento e iniciativas apoyadas por las dos partes.

La escenificación de Vistalegre II

Así pues, el aparente consenso en relación con las ideas que definieron al primer Podemos no ha resultado muy consistente. Las dificultades experimentadas y la insuficiente comunidad de criterios de fondo han provocado que la unidad primera se haya quebrado. Vistalegre II lo ha mostrado a las claras.

Lo primero que pudimos percibir en el proceso de esta Asamblea es que hay una minoría importante (alrededor de un 33% de quienes han votado) que perseveran en las líneas maestras del primer Podemos. Aunque no es la mayoría, es un porcentaje importante,

La mayoría se inclina por respaldar a Pablo Iglesias: sus documentos, sus candidatos para el Consejo Ciudadano, su papel como secretario general, al estilo presidencialista, lo que incluye su capacidad para convocar plebiscitos.

Hablé con muchas personas en Vistalegre que no tenían más que elogios para lo que allí sucedió. Personalmente, celebré que tanta gente se reuniera el fin de semana para apoyar una fuerza cuya existencia es hoy de primera necesidad.

Me ha alegrado también que no se haya producido un estallido de Podemos. Pero no puedo compartir ese entusiasmo sin reservas ante el desarrollo del Congreso. He aquí algunas de las cosas que me parecieron menos estimulantes.

No fue un Congreso mirando a la sociedad; no fue un instrumento para abrirse a las mayorías sociales que estaban fuera, incluyendo a quienes, aun coincidiendo con Podemos en algunos aspectos, lo miran con recelos.

En muchas de las intervenciones se dejaba sentir un preocupante vacío de ideas y de razonamientos, que contrastaba con la exagerada gesticulación y con un recurso abusivo a esa nueva oratoria que consiste en encadenar un grito tras otro. Pero lo peor es que, a menudo, eran precisamente las subidas de tono las que cosechaban mayores aplausos, no del conjunto de quienes allí estábamos pero sí de mucha gente.

No faltaron los recursos demagógicos como el de restar mérito a "los jefes" y ensalzar a los modestos militantes que son los que hacen posible Podemos; o el pintoresco y no muy preciso llamamiento a "cambiarlo todo"; o la misteriosa invitación "no solo a conquistar el poder, sino a conquistar la vida"... Todo esto suscitaba un benevolente entusiasmo en buena parte del público.

Por no hablar de observaciones tan originales como aquella de "las leyes no se cumplen si no se hace fuerza por abajo" o la de que "nadie renuncia a sus privilegios por las buenas", destinadas a privar de valor a la labor institucional. Esta música fácil y  aparentemente "radical" provocó reacciones de aprobación de un sector importante del público.

Al presenciar aquel espectáculo me reafirmé en la percepción de que no estamos ante un conflicto entre radicalismo y moderación, sino entre una palabrería gratuita y altisonante, destinada al consumo interno, por un lado, y la voluntad de aproximarse a las mayorías sociales. Se comprende que traten de cercarte los adversarios, pero es un mal asunto cuando una fuerza con voluntad transformadora levanta un muro a su alrededor.

Vistalegre II no nos ha acercado al logro de una nueva mayoría política ni al gobierno del cambio. Representa un paso atrás con respecto a lo mejor del primer Vistalegre.

El sábado se reúne el nuevo Consejo Ciudadano Estatal. Veamos qué traen en la maleta quienes han de asumir las principales responsabilidades; cómo se proponen encauzar la pluralidad existente; a qué iniciativas políticas van a dar prioridad; si piensan introducir algunos cambios en su lenguaje y en su modo de comunicarse con la sociedad; qué política de alianzas van a promover.

Tiempo al tiempo.

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