Otras miradas

La community manager de Marx

Andrea Momoitio

Periodista remasterizada y coordinadora de @pikaramagazine.

Andrea Momoitio
Periodista remasterizada y coordinadora de @pikaramagazine.

Si has puesto la lavadora durante el horario de trabajo, ¿cómo no vas a contestar a un correo a las once de la noche? Si has estado en el médico con tu padre sin avisar, ¿cómo te vas a negar a trabajar un sábado? Ninguno de tus compañeros de Universidad está trabajando ‘en lo vuestro’, ¿por qué te vas a quejar tú aunque te obliguen a trabajar como falsa autónoma? Y, mientras, por cierto, te preguntas qué será eso ‘de lo tuyo’ y por qué exactamente deberías estar contenta si todos los meses tienes que pedir dinero a tus padres para sobrevivir.

Tengo una amiga que lleva años trabajando en la misma empresa. Está sobrecualificada, pero su sueldo es anecdótico en su familia. Su compañero es quien aporta la mayor parte de los ingresos a la unidad familiar. Hace unos meses tuvieron una criatura y, desde entonces, ella está en pelea constante con sus jefes para poder trabajar más horas desde casa. Lo ideal para ella, dice, sería no tener que ir a la oficina, así podría estar cerca de su hijo, seguir con el pecho a demanda, tenerle cerca, verle crecer, ahorrarle el trago de ir a la guardería y ahorrarse, de paso, ese gasto. "Tengo derecho a estar con él", insiste. El padre del bebé no se ha planteado, claro, esa la opción. No perdona el café de las once con sus compañeros de trabajo. Ella es feminista no practicante e insistente. Seguro que pronto ceden y ella dejará de ver a diario a sus compañeras de trabajo. Andaba yo preocupada por esta apuesta de mi amiga por el aislamiento social, cuando cayó en mis manos un manual de social media en el que se afirma que una de las virtudes del trabajo como community manager la posibilidad de trabajar desde cualquier sitio y sola. Es muy beneficioso, dicen, para conciliar la vida laboral y personal. Ja, ja y ja, queridas. Este discurso nos acecha. ¿Se está utilizando la lucha por la igualdad de las mujeres como estrategia para la destrucción de la comunidad y de las clases? ¿Cómo a alguien le puede parecer beneficioso trabajar aislada? Las coordinadoras de Pikara Magazine estuvimos años trabajando en casa, comunicándonos por correo electrónico y WhatsApp. Años separadas, en pijama, currando todo el día, con poco contacto con el mundo que tratamos de explicar. Luego, nos cedieron una pequeña oficina y después, alquilamos nuestra redacción. Salir a la calle, tomar un café juntas, saludar a las vecinas, quitarnos las pantuflas, vernos y tocarnos, todo eso ha sido imprescindible no sólo para el bienestar del proyecto sino para nuestra propia salud mental. Aún recuerdo las chapas que pegaba a mis amigas cuando trabajaba así, lo sola que me sentía, la verborrea incontrolable que me entraba al salir a tomar unas cañas.

Es tal la precariedad laboral en la que vivimos y a la que estamos condenadas que estamos observando impasibles cómo el tejido social se desgasta poco a poco. El capitalismo -que no es nadie porque lo somos todas, a veces como víctimas; otras como verdugas- se aprovecha también de demandas sociales para perpetuarse en el poder. Si no es así, que alguien me lo explique, ¿por qué esa obsesión de resaltar lo positivo de trabajar en casa? ¿Podemos considerar esto un avance para las mujeres? Trabajar en casa implica no generar red con las compañeras y los compañeros. Perder la opción de generar conocimientos colectivos y, por otro lado, la posibilidad de compartir nuestra situación y, si fuera necesario, denunciarla en conjunto. Bye, bye, sindicalismo. Significa no poder distinguir entre espacio de trabajo y espacio personal; no respetar eso tan viejo de las ocho horas de trabajo, ocho de descanso y ocho de instrucción. Si se confunden los espacios se confunden los horarios; la posibilidad de acabar destruyendo la idea de lugares de empleo con su consiguiente ahorro para las empresas y más gasto para las familias y, sobre todo, y lo más preocupante, aumenta el aislamiento. Si no fuera suficiente con cómo construyen las ciudades para que no nos relacionemos entre nosotras, pronto dejaremos de tener la excusa del trabajo para salir a la calle. ¿Y cómo controlar que nadie deje de cumplir con sus obligaciones? Perfeccionar los sistemas de vigilancia y geolocalización. Si te abrumas, no te preocupes. Si te agobias por el último recorte en el sueldo, no sufras porque tu jefe, al que nunca has visto, estará siempre en línea para hacerte coaching por Skype. Mientras cuelgas la ropa, entre reunión y reunión, quizá puedas comentar con alguna de tus vecinas que la primavera ha llegado pronto este año.

Es difícil soñar solas

El teletrabajo en el Estado español aún no está demasiado instaurado, pero todo llegará porque, claro, sus beneficios son más que notables para las empresas. "Aporta flexibilidad a los y las trabajadoras", puede leerse en distintas webs en las que se da información sobre esta modalidad de trabajo. Flexibilidad para no hacer otra cosa que trabajar, para no vivir, para no poder apagar nunca el móvil, para creerte parte de una empresa en la que no conoces a nadie, que no existe, en la que no saben quién eres, en la que no pueden tejerse redes de solidaridad. Había asumido que el sindicalismo había muerto. Ahora, asistimos a su descomposición mientras una gran duda planea sobre mi cabeza, ¿quién pagaría el Wifi de la community manager de Marx?

Más Noticias