Quién iba a decirnos a quienes crecimos en los 80 escuchando a la Bruja Avería pregonar su famoso eslogan "¡Viva el mal, viva el capital!" que, 40 años después del estreno del programa, dicho eslogan se convertiría en una inquietante profecía, traspasando fronteras hasta meterse en nuestras camas. La lógica mercantilista ha llegado a las relaciones para desenseñar a desaprender cómo se deshace la erótica.
"Estar en el mercado" se ha convertido en una expresión habitual para señalar la disponibilidad "erótica" de quienes no tienen un compromiso afectivo que impida nuevas interacciones o encuentros. Y como si del arte del escaparatismo se tratara, para "estar en el mercado", especialmente cuando hemos estado fuera de él un tiempo, realizamos una serie de acciones con las que aparecer de nuevo en el catálogo: preparamos nuestro cuerpo, cambiamos de look, exploramos nuevos hobbies, compramos ropa, subimos nuevas fotos a las redes sociales y activamos la aplicación de citas del momento.
Resulta curioso ver como hemos naturalizado el lenguaje propio de la economía para hablar de seducciones, interacciones eróticas o sexualidad, lo que se traduce en un desplazamiento de la lógica erótica por una mercantil y contractual. Una de las formulaciones básicas de lo que conocemos como "ley de la oferta y la demanda" indica que si la oferta supera la demanda, los precios disminuyen. Es esta la lógica que se ha instaurado en los procesos de seducción que, cada vez más, parecen haberse convertido en interacciones de mercadillo. La oferta, en lo que podríamos nombrar como la era Tinder, parece inacabable, por lo que no necesito pagar un precio muy alto para tener encuentros o parejas que nacen ya con fecha de caducidad. El low cost ha llegado a las relaciones. Si no funciona, si no es perfecto, o fácil, o rápido, lo descarto, no compensa reparar ni invertir mucho, "hay muchos peces en el mar". Las tres erres de la ecología: reutilizar, reducir y reciclar, parecen no tener sentido en la mercantilización de la erótica, cuyas premisas serían la antítesis de estas: utilizar (el otro o la otra no es más que un instrumento para nuestro placer), incrementar (el número de conquistas, de relaciones, de satisfacciones, de orgasmos, etc.) y desechar (tirar al otro/a, eliminarlo -en redes, literalmente- cuando ya no se considera útil).
Vivimos en un mundo apresurado, en el que exigimos respuestas inmediatas y una actualización constante de todo: solicitamos entrega urgente de artículos comprados en un clic, los necesitemos o no con urgencia, visualizamos series una vez que están todos los episodios disponibles, hacemos seguimiento permanente al número de likes en las publicaciones de redes sociales buscando ese refuerzo también inmediato. Cuando queremos algo, lo queremos ya. Trasladado a la erótica también intentamos acortar la distancia de los juegos de seducción, el "cortejo" se limita a la elección de imágenes de cuerpos y un intercambio rápido de preguntas y respuestas casi preestablecidas. Y puesto que la sexualidad es meramente recreativa, es suficiente con unos mínimos requisitos, habitualmente, estéticos, superficiales. Esta podría ser la lógica detrás de programas de citas en los que las personas participantes se eligen tras ver y analizar sus cuerpos desnudos, "empezar por el final para evitar decepciones". Pero ¿son solo cuerpos lo que nos atrae? ¿No hemos reivindicado, principalmente las mujeres, ser algo más que cuerpos? ¿No necesitamos, todos y todas, que esos cuerpos sean algo más que carne?
Así, en el deseo erótico, surge una y otra vez lo que podríamos nombrar como aporía. Este término es definido por la RAE como un "enunciado que expresa o que contiene una inviabilidad de orden racional", cuando partimos de premisas falsas, la cuestión se torna irresoluble. Buscamos pareja, anhelamos vínculos fuertes, relaciones que nos hagan sentir especiales, despertar el deseo en el otro o la otra, pretendemos experiencias eróticas excepcionales. Pero lo hacemos desde la ausencia del compromiso e implicación, desde la independencia y la aparente invulnerabilidad. Todo está en venta, nosotros, también. Nos vivimos, utilizando el término propuesto por Foucault, como empresarios de nosotros mismos, y en nuestra marca, en nuestra empresa, no puede haber fisuras: no hay hueco para la debilidad inherente a la condición humana, ni para la pérdida de soberanía que implica el amor o la vulnerabilidad propia del deseo erótico. Evitamos mostrar nuestra fragilidad y son las relaciones, los vínculos, los que se vuelven frágiles.
"La experiencia erótica es una de las que descubren a los seres humanos de modo más punzante la ambigüedad de su condición, pues en ella se experimentan como carne y espíritu, como el otro y como sujeto" escribía Simone de Beauvoir en El Segundo Sexo. Las premisas actuales dificultan la expresión de esta vulnerabilidad. La experiencia erótica forma parte del ámbito del ocio (también de su mercado) y se convierte así en un fenómeno neutro, intrascendente, que consiste básicamente en la instrumentalización del cuerpo del otro para la consecución de mi placer sexual. Puedo mostrar mi cuerpo desnudo, pero no puedo desnudarme ante el otro.
Este proceso de devaluación de la erótica hace que los encuentros, como señalaron Masters y Johnson, queden reducidos a una unión de partes anatómicas separadas y casi descorporeizadas, donde aprendemos no a tocar y acariciar a otro ser humano, sino a manipular otro cuerpo. Hace que permitamos a los valores de un mundo neoliberal (inmediatez, independencia, autosuficiencia, libertad) inmiscuirse en nuestra intimidad y hacer exigentes los vínculos según las reglas del mercado, no de Eros. Los vínculos eróticos se hacen difíciles de pensar, se vuelven frágiles, débiles e inestables: son tiempos de amores low cost, amores de usar y tirar, como si se tratara de productos baratos de un bazar anónimo.
Eros, de quien se suele señalar que es juguetón, también es obstinado y, pese a todo, ocasionalmente, nos enreda y hace surgir estos vínculos, pues el placer es vinculante. La erótica, no se vende ni se compra, se cultiva y se comparte. Eros no sigue las reglas del mercado sino las del juego, más propias de amantes y sus seducciones.
Comentarios
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