Imaginen que están viendo un documental de naturaleza salvaje de La 2 y el narrador dice: "Ya no necesitamos imaginar el estropicio que causaría un elefante entrando en una cacharrería. Ya no porque ahora asistimos, día sí y día también, a los desmanes del facha, una especie histórica e histriónica de tendencia paquiderma que cuando lleva a cabo una acción provoca diferentes daños y perjuicios a su alrededor. Sabemos que esta especie, de escaso raciocinio, hereda su instinto de una serie de doctrinas reaccionarias impuestas por unos líderes que, sin pudor, hablan de chiringuitos y de despilfarro del dinero público mientras el 64% de sus ingresos anuales son subvenciones públicas y el 36% restante llega a través de opacas aportaciones de afiliados y donaciones -que curiosamente suelen acabar en la cuenta de la turbia fundación privada con exenciones fiscales y libre de impuestos que ha creado el líder facha- y 'productos de actividades propias del partido', frase que podríamos interpretar de la misma manera que deducíamos las dinámicas de poder en la primera secuencia de El Padrino".
Digamos que el facha, en este terrible ecosistema ultraliberal favorable a su reproducción incontrolada, es a la democracia y al Estado de Derecho lo que Carlo Costanzia a la solidez de la familia Campos, entendiendo a Terelu Campos como esa derecha tradicional que sabe que el mamut facha va a destrozar la vajilla y la cristalería que ha ido colocando cuidadosamente en la mesa pero que para su propia economía y ambición va a ser más que rentable. El interés miserable de una derecha corrupta desde su origen -no olviden que, a diferencia del resto de derechas europeas, la española no tuvo que luchar contra el fascismo; al revés, fue fundada por un ministro fascista que firmó sentencias de muerte- a la que no le importa poner a la ciudadanía a los pies de los caballos mientras ella cabalgue al lomos del corcel.
Para la fermentación de la especie facha es importante crear el ambiente propicio para la activación de su instinto salvaje hasta que llegue el momento en el que ese instinto se convierta en automatismo. O sea, hablen, argumenten y ejecuten sin pensar. Eso podría ser un mero entretenimiento cómico circense si no fuera por la complicidad del derechista de traje y corbata, el que siente que el poder le pertenece por estirpe familiar, el conservador de apellido compuesto y consejo de administración, que es precisamente quien le abre la puerta al mamut para entre y arrase con todo. No es una conducta novedosa. El derechista siempre se ha aprovechado de la frustración, el desencanto, la precariedad y la desafección de la clase obrera para alimentar al paquidermo. Hay un ejemplo histórico en la Alemania de 1933 y con un poquito que uno haya estudiado ya se sabe cómo acabó aquello.
Antes de que el mamut facha entre en la cacharrería, el derechista se lleva a un lugar seguro los objetos que él considera de valor -o sea, aquellos que le son rentables económica y electoralmente (Presidencia, Economía y Hacienda,...)-, alejándolos de los movimientos torpes y las alteraciones del equilibrio del vetusto ejemplar. Lo que deja en los estantes siempre es la cultura, la educación, las políticas de igualdad,...todo aquello que no le es productivo, que no puede recalificarse, que no invita al tráfico de sobres llenos de euros. El siguiente paso es sencillo: dejar que el mamut torpe y fachendoso haga lo que mejor sabe hacer. Romper, quebrar, despedazar.
De ahí el reguero constante de despropósitos que todo gobierno ultrafacha comete contra la cultura. El mamut rompiendo el mayor elemento aglutinador que tiene una sociedad. Ellos lo llaman, con la boca llena de alcohol de quemar, "políticas culturales iliberales". O sea, rechazar la pluralidad y los derechos de las minorías en pos de un falso interés por la mayoritaria cultura popular. Porque si lo popular es Rosalía pero Rosalía escribe en X "Fuck Vox", entonces Rosalía no es cultura popular e inmediatamente se convierte en una progre elitista a la que combatir.
Desde acabar con el festival Periferias de Huesca, un evento con una trayectoria de más de 20 años, hasta la censura de obras de teatro como Orlando de Virginia Woolf. El mamut barrita y el derechista agacha la cabeza. Sin pesar, no se confundan. España no es Francia. Aquí no hay Emmanuel Macron. Aquí solo hay fachas en cacharrerías. Les apuesto una cena a que no saben quién es Raül Refree ni Pastora Filigrana. Voy más allá. Nunca han leído a Virginia Woolf. El mamut se mueve, respira, y rompe. Esa es su misión. No sabe hacer otra cosa. Toda su política se basa en romper la vajilla más frágil. Algo que, para su orgullo machirulo, ni siquiera tiene mérito.
Estrangular y asfixiar proyectos culturales es su debilidad. Se la pone dura que todo el mundo sepa que su visión de la cultura no acepta la diversidad ni el compromiso con un mundo mejor. Desvirtúan la propia esencia del acto cultural, como conjunto de bienes ideas que contribuyen a crear vínculos positivos entre los seres humanos, y lo convierten en un territorio misógino, homófobo, xenófobo, abierto a la humillación y el desprecio en nombre de una falsa libertad de creación. Herramientas de un neoautoritarismo necesario para, más delante, convertirse en el mecanismo de control social que toda fuerza ultra sueña con ejercer. En esa estrategia, el mamut bronco es fundamental. Bíceps y cuellos toro cuyo techo aspiracional era ejercer de portero o segurata de una discoteca de extrarradio convertidos en guardianes de la moral nacional a hostia limpia, como ya hemos podido comprobar en la Feria del Libro de Madrid y en los espectáculos cómicos de stand up.
El ejemplar prehistórico dijo que el Festival Periferias de Huesca solo servía para "regar a culturetas progres con cientos de miles de euros". Dice eso cuando ya son nueve los millones de euros en subvenciones que ha traspasado a Disenso, la fundación privada que preside Abascal. El mamut facha es torpe hasta para eso.
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