La visión del xiísmo sobre el futuro inmediato de China se construye en torno al objetivo de corregir los desequilibrios del desarrollo de los últimos lustros y culminar el proceso histórico de la modernización del país abordando con arrojo los retos planteados por la cuarta revolución industrial.
Ahora, transcurrida una década desde la elección de Xi Jinping al frente del Partido Comunista (PCCh), el tercer pleno de su dirección que tendrá lugar a partir del 15 de julio plantea un ejercicio de inflexión con el horizonte de 2035, en la que será la primera gran zancada del xiísmo (la segunda alcanza a 2049, primer centenario de la República Popular China).
Contrariamente a la idea que asocia el xiísmo con el fin solapado de la reforma y apertura iniciada por Deng Xiaoping a finales de los 70, todo invita a pensar que nos aguarda otra vuelta de tuerca de dicho proceso sobre dos ejes principales.
En primer lugar, en lo económico. La profundización del reformismo apunta a una gran transformación estructural y productiva valiéndose de la innovación científica y tecnológica. Las experiencias acumuladas en los últimos años serán sintetizadas para alentar el desarrollo de lo que llaman las nuevas fuerzas productivas de calidad abarcando tanto las industrias emergentes como las tradicionales. La innovación afectaría a las tecnologías, pero también a las instituciones y los modelos de gestión.
Igualmente lejos de la imagen de recuperación de cierto maoísmo económico, las reformas institucionales que se anuncian tienen por objetivo completar la construcción de una economía de mercado socialista de alto nivel para 2035. Esto vendría a significar, por ejemplo, que la economía privada no verá mermada su importancia y, sobre todo, que las dinámicas de mercado ganarán proyección en la gestión de la economía. Pese a ello, no va a suponer en modo alguno la liquidación de los planes quinquenales. Muy al contrario, los dos que se adivinan en el horizonte (hasta 2030 y hasta 2035) hilarán muy fino en su diagramación, con hojas de ruta detalladas y ejecutables.
Esta revolución en curso, unida al incremento de las tensiones con Occidente, afrontará importantes retos sociales. Algunos sectores como el textil o la electrónica ya aprecian en carne propia los efectos de la reconversión, azuzados también por la deslocalización debido, entre otros, al aumento de los costes de producción. Las protestas se multiplican en las zonas costeras donde proliferan los casos de salarios impagados y los despidos por cierre o traslado de fábricas. Los incidentes se multiplicaron por diez el año pasado, según el China Labour Bulletin. La gestión de esa inquietud no es una cuestión menor.
En segundo lugar, en lo político, el mismo PCCh que promete abrir la mano en lo económico, sugiere un fortalecimiento mayor del papel de su militancia en la conducción general del país. Esto supone, de entrada, ninguna bajada de guardia en la lucha contra la corrupción, pero, igualmente, el incremento del blindaje ideológico. A la espera de conocer el alcance de las propuestas concretas en materia de gobernanza, la autoridad política del PCCh está fuera de cuestión y cualquier medida de impulso institucional servirá para elevar su liderazgo gestor. Esto afectaría también a Xi Jinping. En su tercer mandato actualmente, no se descarte su continuidad en la siguiente década.
Un retraso inusual
Si ese es el contexto general, en otro orden cabe significar que este tercer pleno es el más importante de los celebrados cada año, en parte porque llega con un retraso que el PCCh justifica en función de los estudios, informes y visitas llevados a cabo para ultimar un documento guía riguroso para la década que viene, un tiempo crítico para el xiísmo. Estamos ante la primera vez desde 1984 que no se realizó en el año siguiente al congreso del PCCh, celebrado cada cinco años (el último en 2022).
El mensaje anticorrupción, precedido por las expulsiones de los ex ministros de defensa Wei Fenghe y Li Shangfu, que se suman a la larga lista de 250 altos funcionarios que el PCCh ha condenado por este motivo desde 2013, sigue muy vigente. A la espera de lo que ocurra con el ex ministro de exteriores Qin Gang, las invocaciones de ejemplaridad y ética tratarán de compensar los dañinos efectos de fenómenos como la cooptación de clanes, la competencia intrapartidista o la más prosaica obligación de resultados que actúan como poderosos activadores de la corrupción.
¿Más mercado o más justicia social?
China está en vías de resolver con éxito importantes retos. La transformación tecnológica está siendo espectacular (invierte ya el 2,64 % del PIB en I+D, superando el nivel medio de la Unión Europea). En la cuestión ambiental, está en condiciones de alcanzar sus objetivos en materia de energías renovables para 2030 este mismo año, con seis de antelación antes de lo previsto en virtud del rápido crecimiento de la capacidad solar y eólica del país. Lo social requiere de un empeño idéntico.
Aunque siga bajo el gobierno estricto del PCCh, las medidas que estos días se aprueben con seguridad supondrán más holgura para el mercado en la gestión de la economía china. Esto no solo despejará dudas respecto a las hipótesis de involución neomaoísta sino también de estancamiento o pérdida de impulso. Importa asegurar que el profundo cambio que se avizora en el sistema económico no recaiga sobre los hombros de los mismos de siempre.
Comentarios
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