Confieso que en el mismo instante en el que tuve conocimiento de la detención de Nacho Cano por contratar, presuntamente, inmigrantes en situación irregular para su musical Malinche, en Madrid, las bromas empezaron a correr como la pólvora en el grupo de wasap de las amigas. Poníamos titulares a la noticia con canciones de Mecano. La fuerza del destino, El blues del esclavo o Busco algo barato. Ese mismo día, hasta bien entrada la medianoche, seguíamos descojonados de la risa. "Te dije Nacho hazme un contrato y tú contestastes que no".
En España tenemos la capacidad de hacer bromas ingeniosas con temas conflictivos pero, a las horas, siento que hemos convertido la tragedia o el escándalo en un meme, en un chiste que desvaloriza la mala acción. Si nos reímos, si da para broma, no puede ser tan malo. Y nos equivocamos.
Ese mismo día empezaron a llegarme mensajes de chicos y chicas que habían sufrido a Nacho Cano y aquello dejó de tener gracia. Lo primero que sentí es que estábamos ante un nuevo ejemplo de ese tipo de empresario del espectáculo que levanta un imperio a base de imponer el terror al despido y la precariedad en sus condiciones laborales. No hace falta que dé nombres, ¿verdad?
Las historias que cuentan las personas, todas muy jóvenes, que se han cruzado con Malinche en algún momento de su trayectoria son denunciables en Inspección de Trabajo. Todas. Y lo más indecente, como siempre, es el abuso de poder sobre los trabajadores más vulnerables, en un contexto laboral complejo e inestable. O lo que es lo mismo, el uso miserable de esa fórmula abusiva que se dio en llamar "contrato en prácticas" o "en formación". Un cajón de sastre en el que cabían tantas injusticias e ilegalidades que el Gobierno tuvo que meter mano y crear un insuficiente Estatuto del Becario con el que Nacho Cano, al parecer, solía asearse todas las mañanas.
Porque en este país, los empresarios consideran al becario, mano de obra barata. Es la persona que va a cuadrar la plantilla cuando llegan las vacaciones. Y si es posible, con escasa o nula remuneración. Eso sí, el nivel de exigencia al máximo, que así es el mundo laboral en el que se forjan los futuros emprendedores. Arcada. Y si a eso añadimos que esas personas "becadas" son personas migrantes, ya tenemos lista la tierra fértil para que el empresario sin escrúpulos siembre la semilla de la esclavitud 4.0. Porque en Malinche, emulando el más puro de los procederes colonialistas, se vende la explotación como emancipación. Se ofrece una beca de formación, preparándote para actuar con un nivel de exigencia máximo pero cobrando 300 euros mensuales. Mano de obra barata. Con ensayos de diez horas al día, de lunes a sábado, impidiéndote así buscar un trabajo extra fuera de la producción, pero -¡oh, qué bueno es el señorito blanco!- permitiendo que pongas copas en el Templo Canalla del patrón para sumar 500 euros mensuales. "Durururú, lo de ser esclavo, durururú, no lo trago, durururú, me tiene frito, durururú, tanto trabajar, de sol a sol, las tierras del maldito señorito", que cantaba Mecano.
No es un caso puntual. Es el modus operandi de la producción. De ahí que se le investigue por un delito contra los derechos de los trabajadores y por un delito contra los derechos de los ciudadanos extranjeros. Por eso ya se conocía en la profesión el caso de los bailarines que, después de dos horas y media de espectáculo, tenían que hacer de gogós en el Templo Canalla, un local de copas adjunto al show, sabiendo que si se negaban correrían la misma suerte que la bailarina que empezó a sentirse mal durante un ensayo, con fuertes vómitos, y cuando dijo que se iba a casa le respondieron: "Pues ya no hace falta que vuelvas". O sea, a la profesión no le ha sorprendido nada la noticia. "Mucho han tardado", es la respuesta más común. De ahí que los castings de Malinche sean constantes. No porque eso sea lo habitual en los espectáculos musicales, que lo es, sino porque las condiciones laborales son tan infames que hay más trabajadores huyendo que público pagando entrada.
Pero aquí Nacho Cano no es el único responsable. Hay una corresponsabilidad en sus jefes de producción, de contratación, en los cargos de responsabilidad del staff del musical. Juegan el papel de colaboradores necesarios en esas malas prácticas. El día que entendamos que un cargo de responsabilidad en la empresa no significa que dejes de ser clase obrera y que el respeto de las condiciones y derechos laborales de tus compañeros, sea cual sea su escala laboral, es tan importante como el tuyo, quizá podamos empezar a luchar contra este perfil de empresario.
Si ya era un despropósito, en plena época de conciencia global anticolonialista, montar un musical que habla de la violación de una cría de quince años a manos del colonizador como una historia de amor entre México y España, emular al gran salvador blanco a base de tener a personas migrantes en precario, entrando en España con visado de turista, viviendo en un hostal, en habitaciones compartidas, trabajando a destajo, cobrando en efectivo (apuesto que en un sobre), creyendo que se están formando, engañadas porque sus permisos de residencia están caducados, es repugnante. Celebrar la diversidad, dice Nacho Cano. La diversidad en B. Como los invernaderos de Almería.
Cuando alguien se aprovecha de la situación de vulnerabilidad de un trabajador para sacarle rédito económico a su empresa solo se puede sentir una vomitiva repulsa. Pero, oye, si no te gusta, ahí tienes la puerta. Nadie te obliga a estar aquí. Esa es la libertad que predica Nacho Cano. La misma que aplaude Javier Milei y que premia Isabel Díaz Ayuso. Y que en la bochornosa rueda de prensa, como quien desata el amok, diga en su defensa que todo esto lo provoca una bailarina problemática... ¡acabáramos! Que resulta que si le dices a tu jefe que te haga un contrato y que tienes unos derechos como trabajadora, eres problemática. Durururú.
Ver a diecisiete jóvenes, en la rueda de prensa, obligados a dar la cara por el patrón, respaldando sus desvaríos, asumiendo, con su presencia, las ilegalidades del jefe, rompía el corazón. Era una estampa propia de Los santos inocentes. Por cierto, que la letra de El blues del esclavo no es de Nacho Cano. Es de José María Cano. A ver si su hermano ya nos estaba avisando...
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