Otras miradas

Vox Plus Ultra

Guillermo Fernández-Vázquez

Doctor en ciencia política y profesor en la Universidad Carlos III de Madrid

Vox Plus Ultra
Europa Press

A Vox le gusta verse reflejado en los eslóganes de sus encuentros multitudinarios. Se presentó ante la opinión pública en Vistalegre con el lema La España Viva, enviándonos el mensaje de que la vanguardia nacionalista española estaba de regreso, tras alcanzar el procès su punto álgido. En otra ocasión, el partido de Santiago Abascal utilizó la expresión La Alternativa, manifestando su voluntad de hablarle cara a cara al PP y, eventualmente, superarlo en número de votos. También para decirnos que, frente al consenso progre, ellos eran la única alternativa. Sin embargo, el eslogan más celebrado, el que tocó la fibra más íntima de la idiosincrasia del partido, fue aquel que proclamaba Vox Plus Ultra, haciendo referencia al pasado imperial de España, pero sobre todo expresando que Vox nunca retrocede.  

Esta idea es fundamental para entender lo que ha sucedido estos días con los gobiernos autonómicos de coalición entre el Partido Popular y la formación de Santiago Abascal. Si bien es cierto que todos los partidos tienen tics y rasgos de carácter, en el caso de Vox este rasgo es aún más pronunciado. La formación "verde" reacciona de acuerdo con el temperamento de quienes la han forjado y esculpido: un pequeño núcleo de personas entre las que destaca Santiago Abascal. El talante de este núcleo reducido se precia en afirmar: "El que resiste, gana"; lo cual se traduce en ocasiones bajo la fórmula: si nos acorralan, embestimos. O, lo que es lo mismo: si a alguien se le ocurre chantajearnos, intimidarnos o incluso querer hacernos una OPA, no puede esperar que nos rindamos o que retrocedamos. Al contrario, la respuesta siempre será el contragolpe.    

Este carácter castrense le puede jugar malas pasadas a Vox. Bajo determinadas circunstancias, la audacia y el "resistencialismo" tienen opciones de ser premiadas, sobre todo en comparación con la fragilidad o el carácter pusilánime de la hirientemente catalogada como derechita cobarde. Sin embargo, en otras ocasiones, esa falta de cintura, ese "dos tazas" como respuesta permanente, puede conducir a situaciones estratégicamente poco favorables. Vox lo sabe, pero le da igual. Es perfectamente consciente de ello, pero es marca de la casa: fidelidad a un temperamento grupal. Un modo de conducirse en el mundo regido por la épica de Los Últimos de Filipinas: héroes si vencen, mártires si son vencidos.  

Lo llamativo es que Vox luchó mucho para conseguir esos gobiernos autonómicos de coalición que acaba de romper. Hace un año estaba dispuesto a tensar la cuerda todo lo que hiciera falta para conseguirlo. No le hizo falta: en la mayoría de los casos, el PP aflojó pronto. Donde eso no ocurrió, como en Extremadura, Vox puso toda la carne en el asador para doblegar a María Guardiola. La consigna era entonces clara: hacerse respetar. Evitar que el PP tuviese la tentación de tratarlos como un subalterno. También, simultáneamente, tocar poder, credibilizarse, convertirse en un partido de gobierno. La formación de extrema derecha consiguió lo que se proponía: repetir en Aragón, en la Comunidad Valenciana, en Murcia y en Extremadura el modelo de Castilla y León; esto es: consejerías —preferentemente relacionadas con el sector primario o, en términos más generales, con el mundo del "campo"— y vicepresidencias regionales.  


Menos de quinientos días después Vox rompe la estrategia consistente en hablarle de tú a tú al PP y en acceder a los gobiernos regionales bajo la premisa de cereales, vacas y gallardos. Y todo por un asunto objetivamente menor: la acogida de 347 menores migrantes no acompañados en todo el territorio peninsular. Hay que tener presente que en varias de las CCAA concernidas no hay un debate público relacionado con la inmigración, sino más bien con la despoblación; y, de modo más general, con el futuro económico y demográfico de esas regiones. Igualmente es preciso tomar en cuenta que el aparato de Vox en aquellas autonomías no tenía ninguna gana de dimitir; y que, precisamente por ello, se tomó muy mal la decisión del Comité Ejecutivo Nacional. 

Todo esto revela precipitación, pero sobre todo una notable desorientación estratégica, que se prolonga desde julio de 2023. Vox no termina de reponerse de aquello: no lo hizo con el Noviembre Nacional y tampoco termina ahora de encontrar la tecla. Por eso tartamudea y va improvisando. Hace pruebas dentro de un ambiente significativamente menos luminoso que el previo a la cita electoral del pasado estío —el clima en Vox, más que de borrasca, es de calima—, donde recurrentemente emergen dudas a propósito del dilema táctico por antonomasia: qué hacer 

De modo que, más allá de la excusa de los "menores extranjeros no acompañados", en la formación de Santiago Abascal hay nerviosismo ante la posibilidad de verse encajonados entre la moderación del PP y la rebeldía de Se Acabó La Fiesta. Y, muy en particular, ante las libertades que se puede tomar uno y otro. Es decir, ante la desenvoltura de Ayuso invitando a Javier Milei y recibiéndolo con honores de presidenta del Gobierno; y, al mismo tiempo, ante la ligereza ideológica de Alvise Pérez que, manteniendo intacto todo su impulso antagonista contra el gobierno de Pedro Sánchez, no posee los corsés ideológicos del neoconservadurismo, por lo que puede declararse favorable al matrimonio igualitario sin suscitar reproches internos.  


Vox teme que le asfixien. No le gusta estar en el medio. Así que busca aire y libertad de movimientos; como lo buscó también recientemente Podemos en el Congreso de los Diputados. El grupo que rodea a Santiago Abascal estima que esa independencia de criterio y esa autonomía estratégica se encuentran y se ejercen mejor en la oposición. Y, por tanto, que hay que dejar de estar constreñidos. Porque fue precisamente ese rock and roll  —ese inconformismo comunicativo y esa destreza en la puesta en escena— lo que hizo despegar a Vox, dejando de ser el aburrido y previsible partido de Alejo Vidal-Quadras.   

Este soltar lastre tiene además una ventaja añadida de carácter psicológico: permite enlazar con el ideal del yo sobre el que se proyecta el partido ultra. La ruptura autonómica con el Partido Popular habilita para regresar a la imagen de una formación política que no recula, que resiste, que persevera. Que no tiene miedo a cumplir sus amenazas si se siente acorralada. Que pone por delante de todo esa manera numantina de estar en el mundo y de comprender la política.  

Seguramente no le va a salir bien, si de lo que se trata es de hacer crecer al partido, o de ponerlo al nivel electoral de algunos de sus homólogos europeos. Ahora bien, tampoco cabe esperar un colapso, ni una lenta evaporación. Vox, por mucho que se haya repetido en los últimos días, no va a ser un "Ciudadanos 2.0". Lo que sí está claro es que ha decidido regresar al núcleo matricial; y que, por el momento, en esos cuarteles de invierno, se va a sentir políticamente a salvo.  


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