Apenas hace pocas décadas, en España y en otros muchos países europeos, se suspendió el servicio militar obligatorio, la 'Mili'. Un servicio polémico y controvertido desde sus mismos inicios cuando las monarquías absolutas ponían sus primeros trazos y los estados liberales justificaban filosófica y legalmente el servicio (militar) a la patria, a la nación contemporánea.
A lo largo de los dos últimos siglos, las quintas (el llamado impuesto de sangre), junto a los consumos y otras imposiciones estatales, eran periódica y popularmente contestadas en motines y manifestaciones encabezadas por republicanos, socialistas y libertarios. El servicio armado a través de la quinta era lesivo para los afectados y sus familias, víctimas involuntarias de las aventuras coloniales de la naciente burguesía y del nuevo estado liberal.
Desde 1912, ante las protestas cíclicas y persistentes (recordemos la Semana Trágica de Barcelona o los "fets" de Cullera de 1911), las quintas dieron paso al reclutamiento universal, si bien aún persistían algunos privilegios para los "soldados de cuota" o aquellos que disponían de "influencias".
Precisamente, esa misma ley de reclutamiento, de 1912, fue la que utilizaron ambos bandos durante la guerra civil española de 1936-1939.
Ciertamente, de forma simultánea a la construcción, mantenimiento y potenciación de un estado-nación se evidenciaba, una vez más, la capacidad de movilizar soldados, de disponer de vidas y, cómo no, de aleccionar patriótica e ideológicamente. Al mismo tiempo, sin embargo, a una gran mayoría le daba igual cuál de los dos bandos ganara la guerra con la condición de que terminara.
En 2001, una década después del derrumbe pacífico de la URSS y de forma paralela a lo que habían hecho o harían Francia, Alemania o Suecia, el gobierno comandado por el Partido Popular, en buena parte impulsado por el alud de objetores insumisos y legales, suspendió la obligatoriedad del servicio.
Podía interpretarse esto como un triunfo de la civilización, de la preponderancia de la vida civil frente a la militar; de la contención de los instintos bárbaros frente a la racionalidad, la cultura y la vía pacífica para resolver los conflictos.
Sin embargo, parece evidente en estos momentos que los impulsos neofascistas, la política de la mentira institucionalizada y la explotación a través de internet de los sentimientos humanos más bajos, miserables y egoístas están mermando una tendencia positiva que habíamos vivido. Esta se podría identificar con el progresivo respeto por los derechos humanos y la búsqueda de una paz bien merecida después de las dos últimas guerras mundiales y de su prólogo en España. Asimismo, tras un progresivo control de la guerra fría a través de pactos en la reducción de la producción armamentística.
No sé si somos suficientemente conscientes del desastre que estamos produciendo cuando no sólo retroceden el estado del bienestar y las buenas formas en la praxis política. En realidad, somos también el conjunto de los humanos quienes, en el marco de 'nuevas tecnologías' e inteligencias (o tonterías) artificiales estamos retrocediendo hacia una inveterada bestialidad que no acabamos de sacudirnos y que recubrimos con la estética de tecnologías punta y ganancias en las bolsas.
En el fondo, quizás, no hay otra cosa que una lucha entre la integridad moral y el mal, aparente y engañosamente banal. El que se produce cuando por odio, envidia y otros sentimientos inconfesables votamos y nos identificamos con los líderes más impresentables, cercanos a la delincuencia y el fascismo. Ya se encargarán ellos, si mandan, de poner a prueba nuestro patriotismo en las trincheras.
Comentarios
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