Otras miradas

Tenemos que hablar de X

Guillermo Zapata

Escritor y guionista

El magnate sudafricano Elon Musk, dueño de Twitter (X).- Europa Press
El magnate sudafricano Elon Musk, dueño de Twitter (X).- Europa Press

En las últimas semanas, Elon Musk ha roto su tradicional (risas aquí) imparcialidad en las elecciones estadounidenses del próximo noviembre y ha apoyado oficialmente a Donald Trump. También anunció que donaría 45 millones de dólares al mes a la candidatura del delincuente condenado y ex-presidente de los Estados Unidos. Trump hizo alarde de ello en varios mítines. Posteriormente, Musk dijo que no haría esa donación. Esta práctica errática no es nueva ni es rara. Es bastante habitual que Musk oscile entre el apoyo y el ataque sin solución de continuidad.

La periodista experta en tecnología, Marta Peirano, señalaba esta semana que la retirada del apoyo podría deberse a la animadversión entre Elon Musk y otro de los señores de Sillicon Valley que apoyan a Trump, Peter Thiel. Thiel fundó Paypal junto con Musk y forma parte activa del giro político de los gigantes de internet hacía las filas de Trump.

Lejos de volver a algún tipo de neutralidad política, esta semana hemos sabido también que la cuenta de X de la campaña para la presidencia de los EEUU de Kamala Harris está siendo saboteada. X limita la cantidad de personas que pueden sumarse a la misma.

Ayer mismo sabíamos que X ha activado sin avisar a nadie una función activada por defecto y que sólo se puede desactivar vía web, no aparece en los dispositivos móviles, para que los mensajes que se publican en la red sirvan como entrenamiento de la Inteligencia Artificial de Musk. Si en torno a 2011 decíamos que lo que estábamos haciendo en Twitter y otras redes sociales no era disfrutar de un servicio, sino trabajar gratis, hoy podemos confirmar que es exactamente así.


Ya sabemos que desde la adquisición de Musk, X se ha convertido en una caja de resonancia de odio planetario y de violencia digital. Es imposible listar en este texto todas las denuncias que se han repetido en los últimos meses: el racismo, la transfobia, la defensa de los golpes de estado, etc., etc.

También sabemos que la Unión Europea considera que Musk está engañando a sus usuarios de cuentas registradas (aquellos que pagan por tener más visibilidad en la herramienta) y podrían imponerle multas millonarias.

Lo sabemos todo, y sin embargo tenemos una enorme dificultad para luchar contra ello. ¿Por qué sucede algo así? Hay varios motivos.


Para funcionar correctamente, para tener atractivo como herramienta, una condición indispensable es que haya unos mínimos de pluralidad, de hecho el propio algoritmo de X alimenta la polarización y el enfrentamiento. Es perfectamente posible criticar la deriva de X o al propio Musk, confrontar con los discursos de extrema derecha en X, etc. Para muchísima gente esa crítica y esa discusión, ese "confrontar sus ideas", es el conflicto político mismo. Es el objetivo. Y no hay mejor lugar para hacerlo que X, que es dónde están. Esta idea, especialmente perversa y difícil de desmontar, lo que plantea es que la forma de ganar en esta pelea es a través de la oposición de argumentos y no de desactivar el poder de los espacios de enunciación de esas ideas.

A nadie, cero personas, le importan los comentarios de las noticias de los medios digitales. Nadie considera que haya una batalla de las ideas ahí. El motivo es que no pensamos que la opinión pública se produzca en ese lugar, al que damos cero valor de influencia. No siempre fue así. Hubo un tiempo en el que lo que se decía en los comentarios de los digitales traía de cabeza a todo el mundo.

Tampoco es cierto que la extrema derecha haya inventado nada en las redes sociales, simplemente han parasitado los territorios construidos por otros con el beneplácito y el apoyo de los dueños de las herramientas. Cuanta más relevancia social le demos a X, más fácil será que el discurso de la extrema derecha fluya alegremente.


¿Cuánta relevancia social le damos a X? Bueno, este año tres presidentes del gobierno han tomado importantes decisiones en su mandato: Pedro Sánchez, Macron y Biden. Los tres anunciaron sus decisiones a través de una carta publicada en X, que posteriormente recogieron los medios de comunicación.

Ese es otro de los motivos. Cuando planteas que es necesario buscar otras herramientas que, básicamente, no sean la infraestructura digital de la internacional del odio, una respuesta habitual es que la salida de esas herramientas de una o varias personas no es especialmente relevante porque se tendrían que ir, sobre todo, los medios de comunicación y las personas con poder, fundamentalmente personalidades públicas, políticos e influencers.

Lo curioso es que las personalidades públicas, los políticos y los influencers no aparecieron en twitter (ni en ninguna otra red) hasta que no había una masa crítica suficiente. Jamás llegan los primeros, más bien al contrario, suelen ser los últimos, pero si es cierto que eso también marca un cambio enorme en las culturas digitales de los últimos quince años. De modelos anónimos y horizontales, centralizados en las infraestructuras, pero muy distribuidos en la atención, con muchas cuentas con muchísimos seguidores, hemos pasado a un modelo de híper visibilidad basado en una economía de la atención que parte de una idea de acumulación y escasez. Pocas cuentas con muchísima visibilidad, millones con prácticamente ninguna.

De hecho, otra de las cosas que pasa con X es que nadie ve lo que quiere ver. Es imposible leer a la gente que quieres leer y que te lea la gente que te quiere leer. Sólo eso ya sería motivo suficiente para salir de allí sin mirar atrás.

No es una exageración decir que hoy por hoy X es una herramienta de desestabilización democrática, que va a interferir en las elecciones de EEUU (ya lo está haciendo). Reconocer la complejidad del problema no puede paralizarnos y debemos tomar medidas cuanto antes, porque sin ninguna duda, lo que está en riesgo es nuestra democracia.

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