Uno de los grandes inconvenientes al que nos enfrentamos en esta era de capitalismo anarcoliberal es el de la resignificación interesada de las palabras. El sistema capitalista tiene sus propios términos que, como en las máquinas de empuje de monedas, se van lanzando con la esperanza de que uno impulse al otro y acabe cayendo la catarata de euros. Palabras como "éxito", "esfuerzo", "objetivos" o "perseverancia", convertidas en calderilla aspiracional. Todo por 1 euro. El abracadabra que solo funciona si desconoces el truco. Y el truco es la mentira admitida a cambio de la mínima esperanza. La mayor perversión de la Humanidad. Desea una vida mejor y déjate la vida intentando alcanzarla.
La palabra "objetivos" siempre responde a libertad financiera, a dinero, a consumir bienes materiales, y la palabra "éxito" es llenar el Bernabéu cuatro noches seguidas o comprarte un casoplón y enseñarlo en AD. Mal vamos si el mensaje que estamos transmitiendo es que el éxito es eso. Como escuché decir a Martín Vallhonrat, bajo de la banda Carolina Durante, llenar el Bernabéu no puede ser el baremo del éxito porque entonces el 99% de los cantantes o bandas son unos fracasados. Pero esas son las palabras mágicas del capital. El capitalismo hace con ellas lo que quiere, que para eso las ha dotado de un significado que excede la etimología.
Estas derechas del siglo XXI sonríen cuando las definimos como fascistas. Porque saben que son aún peor que eso y se burlan de nuestra ingenuidad. Son la eugenesia de la identidad ultra, una mutación de aquellos valores rancios de la antigua extrema derecha mezclados con el abuso indemne y chic del yupi ultraliberal, vestido de Gucci y perfumado por Tom Ford, de la Escuela de Economía de Chicago. Es como si Pilar Primo de Rivera y Patrick Bateman se hubiesen reproducido como conejos. El arma letal perfecta.
Como todo es poco para la fiera depredadora, desde hace años que trabajan para hurtarnos las palabras sobre las que hemos edificado nuestra histórica lucha y apropiárselas para sus controvertidos intereses. Parto de la base de que soy un firme defensor del travestismo en las palabras. Que las palabras evolucionan, que aparecen significados nuevos o ampliamos los que existían y no pasa nada. El lenguaje está vivo y del mismo modo que matrimonio hace cuarenta años era la unión entre un hombre y una mujer, ahora es la unión entre dos personas, independientemente de su sexo y género. Y no pasa nada.
Pero a lo que me refiero en esta columna es al uso no inclusivo, casi hostil, incluso segregacionista, de determinadas palabras respondiendo no a un bien general, a un cambio social, sino a un interés muy particular, sectario en ocasiones, y a la larga, peligroso. Porque hay palabras que cuando las resignifica un partido político con discursos excluyentes, por ejemplo, impide que esas palabras sean inclusivas, como realmente son, porque ellos mismos ya te dicen que tú, no.
Lo han hecho con la palabra "respeto". Hasta ahora todos teníamos claro las connotaciones de esa palabra. Sabíamos que abrigaba un trasfondo positivo, de convivencia, de cordialidad, de diálogo, de tender puentes y no quemarlos, porque en el momento en el que se falta al respeto, se pierde ese principio básico de la convivencia. Las derechas se han apoderado de la palabra y la han convertido en un escudo que les proteja ante sus discursos de odio, frente a las consecuencias de su peligroso negacionismo. La manera de blanquear el discurso racista, machista, xenófobo, homófobo, capacitista, desde ese "respeto a los que piensan y opinan diferente".
Lo han hecho con la palabra "radical". Ahora se emplea la palabra "radical" para calificar opiniones, conductas, propuestas, que ni por asomo son extremistas y, curiosamente, le damos carta de naturaleza a aquellas que sí lo son. Por ejemplo, mi opinión contra los abusos de las empresas energéticas o sobre las medidas que habría que tomar contra la especulación de la vivienda y el precio de los alquileres fueron consideradas radicales en un programa de televisión. En ese mismo programa, la presencia de un señor inscrito a la maquinaria del fango fue considerada pluralidad.
Las ideologías, a nivel mundial, se han ido escorando hacia posturas más conservadoras y eso ha hecho que lo que ayer era la lucha social por la igualdad y el bienestar, ahora resulte un planteamiento "radical". Ahora, visibilizar tu indignación ante la injusticia, ante la opresión, ante el abuso y la humillación es ser "radical".
Lo han hecho con la palabra "libertad". Desde las derechas y sus ramificaciones mediáticas se habla de libertad cuando en realidad se está hablando de ultraliberalismo. Sabemos que libertad, en las derechas y la economía, es la excusa para justificar el individualismo, el yoísmo, el yo primero y los demás que espabilen. No es que hayamos diseñado un sistema en el que obrar mal, o crear desigualdad en la sociedad, forme parte de la libertad individual de cada cual; es que hemos instaurado que eso es lo correcto, que ese es el proceder adecuado. En nombre de la libertad de obrar mal estamos justificando obrar mal.
Que la derecha más peligrosa de los últimos doscientos años nos está hurtando las palabras es una realidad. Animan a las generaciones más jóvenes a autoinmolarse en nombre de la causa anarcocapitalista seduciéndoles desde redes como Tik Tok. ¿Qué otra cosa son los finfluencers o las tradwifes si no los y las gurús que te enseñan a crear un cinturón explosivo con el que dinamitar toda la lucha por los derechos civiles y humanos del siglo XX? El eje del mal ya tiene sus terroristas suicidas en una generación de adolescentes y veinteañeros que cree que si lo deseas con todas tus fuerzas es suficiente, que aunque tu padre sea pobre tienes las mismas posibilidades de lograr tus objetivos que las hijas de Amancio Ortega, que la libertad es tu soberana facultad de arruinarle la vida a los demás y las dramáticas consecuencias de esa elección deben quedar impunes o que la mujer sumisa es más atractiva para el matrimonio.
Defendamos nuestras palabras como defendemos nuestros principios. Ellas, con su significado histórico, con su evolución inclusiva y con su afán fraternal, han adoquinado la calzada de nuestras manifestaciones y luchas. Si dejamos que las derechas nos las roben y las prostituyan, habremos perdido la batalla. Si es que no la hemos perdido ya.
Comentarios
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