Somos de pueblo. Se nos olvida, pero somos de pueblo. Los que lo perdimos no tenemos que remontarnos mucho en nuestra historia para encontrar el nuestro. Y sí, los pueblos pueden ser infiernos o paraísos y podemos quedarnos o irnos, olvidarlos o quererlos; pero merecen existir, merecen mejorar, merecen lo mismo que el resto.
En verano se nos olvidan menos porque con el descanso buscamos lugares más amables donde recuperar ritmos humanos y poblamos la España despoblada. El 15 de agosto, el día de la virgen de cada pueblo, probablemente el día con más fiestas de pueblo del mundo, escuché en la radio a un alcalde panadero, que hace pan para 12 pueblos, contar que tiene tres móviles para poder tener cobertura en los tres sitios en los que la necesita para atender los pedidos.
Su denuncia me sorprendió porque hace años que nos cuentan que no hay una "España vacía", como la describió Sergio del Molino en su famoso ensayo de 2016, sino una vaciada que los gobiernos desde entonces intentan que se deje de vaciar. Según un reciente informe de la asociación Political Watch, la falta de cobertura telefónica y de internet sigue siendo una de las denuncias de los habitantes de este otro mundo, el rural, que también es nuestro.
Buscando los últimos datos resulta que España ha gastado muchos millones en solucionar este asunto que está previsto tener completamente resuelto, con el programa UNICO banda ancha, en 2025, con cobertura para el 100% de la población, hoy al 90%. Además, mientras eso ocurre con fondos Next Generation y con otros fondos nuestros, el Gobierno ha contratado a Hispasat para que dé cobertura por satélite a precios asequibles a los que la están esperando. Hispasat, por 35 euros al mes, la ofrece en el 100% del territorio despoblado, bajo el subtítulo "solución inmediata a la brecha digital en el mundo rural". Será por eso que el panadero citado puede permitirse tres móviles y por lo que el Gobierno saca pecho y declara que España ya es el tercer país de Europa con mejor conectividad, viniendo del desierto digital que en 2020 tenía sin conexión a todos los municipios de menos de 5.000 paisanos.
Con las dos cosas en la cabeza, se me agolpan las preguntas sobre hasta qué punto el periodismo ha perdido capacidad de información veraz y sobre hasta qué punto la política ha perdido capacidad de gobernar y, ya puestos, hasta qué punto las dos cosas juntas tienen a la democracia varada en mitad del océano de la historia.
¿De verdad los pueblos van para atrás o esa pieza radiofónica era solo fruto del desierto informativo de agosto?
¿De verdad tienen los gobiernos que gastar presupuesto en esto? ¿No se ha podido ni se puede obligar a las grandes empresas de telecomunicaciones, que hacen tanto dinero, a dar el servicio público que les da menos? ¿No tiene todo el sentido que ése fuera el precio por las licencias que les hacen ricos? ¿Tan difícil es gobernar para el pueblo –literalmente–? ¿Tan difícil está gobernar en el mejor de los sentidos? ¿Tan difícil conservar lo esencial de la política ante el "es el mercado, amigo"?
Observadas ambas derrotas, inmediatamente, como siempre, se presenta otra batalla porque la historia nunca para...
Otro alcalde pedía, por las mismas ondas, que se plantee el doble empadronamiento como una manera de repartir más justamente los impuestos. Él era uno de los dos empadronados en su pueblo. Los que pasan tiempo en estos municipios con menos recursos deberían pagar allí la parte proporcional de lo que aportan. No suena descabellado sino justo, aunque a los alcaldes de las grandes ciudades les quite un pico. Teniendo en cuenta que somos un país rico –la cuarta economía europea en PIB, la decimoquinta del mundo– y lo bien informatizada que está Hacienda, no parece ni difícil ni insostenible ni loco. Más bien parece el futuro.
Y, entonces, vuelven las preguntas: ¿Tan difícil es despojar a la democracia de puñetas y aplicar en ella los avances políticos y técnicos que la sigan mejorando? ¿Tan difícil, abstraerse de tanto ruido? ¿Casi imposible mantenernos enfocados?
Qué sencillo parece todo en verano desde la calma del pueblo; qué difícil darse cuenta de que uno puede parar y pensar en medio del jaleo.
Desde mi pueblo adoptivo, uno de mentira, uno adosado a la ciudad, uno ciudad dormitorio, pero con su silencio, su bosque, su cielo y con el descanso todavía puesto, todo parece más fácil, todo parece evidente, todo está clarísimo.
Una suerte sumar a eso en la pantalla una miniserie francesa como "La Fiebre", que también lo deja todo claro en el otro sentido. Cuenta cómo se mueve hoy la opinión pública. ¡Vaya tiempos que vivimos! ¡Cuánto necesitamos conocer sus mecanismos!
Comentarios
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