Recuerdo que en mi instituto estaba prohibido jugar a las cartas, tanto en las aulas como en la cafetería. Algunos compañeros intentaban sortear la prohibición, pero la mayoría de las veces eran pillados con las manos en la masa en alguna esquina del patio. Yo leía poesía y no apreciaba en absoluto el juego. Solo en contextos familiares o con amigos, fuera del instituto, jugábamos al chinchón, la brisca o la escoba, sin apostar.
Mi amigo Pablo, profesor de Inglés jubilado hace unos meses, recuerda los trozos de papel con mensajes escritos a mano. Los envolvían muy pequeños, diminutos, y los dejaban en los rincones de la clase para después lanzarlos por los aires cuando el profesor no miraba. Eran los mensajes de WhatsApp de otro tiempo.
En todos los institutos en los que he trabajado como profesora, aquí, en Andalucía, el uso del móvil está prohibido para el alumnado. Desde mucho antes de que la Junta hiciese pública su Instrucción del 4 de diciembre de 2023 sobre el uso de los teléfonos móviles en los centros educativos los alumnos saben que no pueden usar el teléfono móvil en horario lectivo, a riesgo de tener una amonestación leve, si entregan el teléfono al docente, o grave, si se niegan a hacerlo. La sanción puede acarrear tan solo una pérdida de puntos (el Carnet por Puntos es una medida generalizada para contabilizar las amonestaciones del alumnado) o acabar en expulsión uno o varios días. Hoy como ayer, son muchos quienes intentan sortear las prohibiciones.
El principal problema de los móviles en la jornada escolar es que propician la falta de concentración. Los móviles son una fuente de distracciones. Si nos vibra en el bolsillo, queremos saber quién nos habla, quién nos etiqueta o nos menciona, qué sucede en nuestros grupos de WhatsApp. Difícil atender a la profesora, seguir una explicación o realizar una tarea cualquiera de clase. Sigilosamente hundimos la mano en el bolsillo y comprobamos la notificación. ¿Quién sabe si nuestro gesto pasará inadvertido?
"El problema son las dieciséis o diecisiete horas siguientes", sonríe Juan Díaz, psicólogo de la asociación malagueña Adiados, para la prevención de adicciones en adolescentes y jóvenes. Hablo con Juan sobre algunas cuestiones que ocupan mi cabeza últimamente. "La adicción es al móvil como último instrumento, pero sería como decir que la adición a la bebida es a la botella. Claro que no, lo es a lo que está dentro de la botella. Y lo que está dentro de los móviles es cada vez más adictivo. Se trata de una adicción de diseño, como las drogas. Los programadores y psicólogos que trabajan en redes como Instagram o Tik Tok saben lo que hacen. Tik Tok es más adictivo que Instagram e Instagram tiene elementos más adictivos que Facebook. Y si la adicción es multicausal, no solo son importantes la sustancia y objeto de adicción, sino también las características de la persona. Los niños y adolescentes están aún desarrollándose y son muy vulnerables."
En las últimas campañas del programa Piensatic, Adiados ha trabajado con más de cuatro mil estudiantes de Secundaria de la provincia de Málaga. Los participantes realizan unos cuestionarios de autoevaluación de su comportamiento online y reciben un consejo personalizado preventivo y motivacional. Juan ha estudiado la relación que tiene el uso problemático del móvil con los trastornos emocionales. "Según nuestro estudio es muy alta. Sobre todo en la tríada niñas, depresión y redes sociales. Tiene un impacto en la salud emocional por todos lados. Los videojuegos se relacionan con la ansiedad y el déficit de atención en los niños. He estudiado la bibliografía y lo que nos ha salido a nosotros ha salido en otros estudios."
Pero Juan Díaz no quiere ser catastrofista: "También es necesario recalcar que más de la mitad de los chavales tienen un uso del móvil que no es problemático y se ve que esa mitad de niños que tienen un uso del móvil de baja intensidad tienen menos problemas emocionales que la cuarta parte que sí tiene un uso compulsivo."
Coincido con Juan en que deberíamos ponernos serios con las empresas tecnológicas: "Durante mucho tiempo el tabaco era lo más normal del mundo. Llegué a fumar mientras pasaba consulta en mi despacho y aún recuerdo ver con mi mujer la ecografía de nuestra hija y el ginecólogo con el cigarrillo en la mano y el cenicero. Así fue hasta que la sociedad reaccionó. Creo que va a suceder eso en algún momento." Yo también quiero creerlo.
Camino por la ciudad y veo a jóvenes y no tan jóvenes pegados a su smartphone. En las cafeterías, mientras pasean o se detienen delante de una tienda. Pienso en lo que tardé en sucumbir al móvil. Me resistí a comprar mi primer teléfono móvil, sí, que en aquella época solo servía para hacer llamadas y enviar mensajes de texto. Me parecía una necesidad creada artificiosamente. Al fin y al cabo, había cabinas en las calles, en los bares, tenía teléfono en casa y una agenda de papel. ¿Para qué otro teléfono? Mis reticencias eran una excentricidad.
María Vidal, médica que forma parte de la asociación malagueña Educación Digital Responsable (centrada en la educación y prevención de los riesgos del uso de smartphones y pantallas en menores de dieciséis años), se resiste, como tantas otras madres, a que empezar el instituto (el primer curso de la ESO se comienza a los doce años) esté unido a la obligación social de tener un smartphone. Contacto con ella para que me cuente el origen de su asociación. Parte del movimiento ciudadano promovido por madres y padres Adolescencia libre de móvil (Adolescència Lliure de Mòbil), que nació en el barrio Poblenou de la ciudad de Barcelona a través de grupos de Telegram y WhatsApp. En pocos meses, ha conseguido replicarse en diferentes ciudades de la geografía nacional. Educación Digital Responsable se creó en diciembre de 2023 y colabora activamente con el Ayuntamiento de Málaga y el Colegio de Médicos. María Vidal no cree que el asunto sea exactamente no tener móvil sino tenerlo de una manera responsable. Cree que son importantes las instrucciones de la Junta porque ayudan a que quienes retrasan la edad de tener su primer smartphone no se sientan unos bichos raros. Si deja de normalizarse el tener móvil en el instituto, se ayuda a esos chavales y chavalas. También es importante porque homogeniza el comportamiento de los institutos, respalda los Planes de Centro que ya recogían la prohibición de los teléfonos móviles en los centros escolares y anima a aquellos que aún no lo hacían.
María me dice que los críos pueden tener un móvil con llamadas, al estilo de los Nokia o tener el Whatsapp en el teléfono de los padres, quienes "pueden ayudarle a ver los contenidos y a hacerlo con empatía, porque en los grupos de WhatsApp los niños son muy crueles unos con otros y se enlazan contenidos inapropiados".
Como profesora sé que no puedo arropar a mis alumnas y alumnos y retirarles amistosamente el teléfono de las manos para que duerman las horas necesarias. Muchos llegan somnolientos a clase porque han estado con el móvil hasta muy tarde. Resuenan en mi cabeza las palabras de Juan: "En la historia no ha habido una época en la que las crías humanas hayan dormido seis o siete horas, incluso menos, como hacen ahora. Es una locura." Sé que es necesaria una educación responsable del uso del móvil en casa. Me pregunto de qué manera podría yo también remar con más fuerza en esa dirección desde mis clases.
La asociación Educación Digital Responsable ha colaborado con el Colegio Médico de Málaga en la campaña Mejor educar que curar, que pretende concienciar de los riesgos del uso indiscriminado de las pantallas y empoderar a los padres y madres para tomar medidas, a pesar de las propias contradicciones que los adultos tenemos en nuestro uso de las pantallas.
María me da a conocer el Pacto de Estado en el que ha trabajado intensamente el movimiento ciudadano de madres y padres de adolescentes, que se centra en el riesgo que pueden tener el uso de Internet y las redes sociales en los menores de edad. "La gente muchas veces no ve el peligro. No es prohibir, es ir más lento. No es todo o nada, sino que hay pasos intermedios."
El enganche a los móviles no es únicamente un problema de los más jóvenes, aunque son ellos quienes tienen menos herramientas para combatir sus potenciales peligros.
Quizás los padres deberían involucrarse más en la educación del uso responsable de los móviles de sus hijos. Al menos deberían conseguir que sus hijos tuvieran mejores hábitos de sueño.
Si comprendiéramos al docente como un educador, como un formador de estudiantes y no solo como transmisor de contenidos de las diferentes materias, la educación en el uso de la tecnología sería esencial para aquello en lo que se están convirtiendo nuestros jóvenes, ciudadanos digitales de una sociedad ya en marcha. Es cierto que a los docentes se nos pide involucrarnos en muchas cosas. Celebramos todas las efemérides. Hacemos carteles, organizamos eventos e incluso nos disfrazamos en Carnavales, si nos lo piden. Guardo unas alas de hada madrina justiciera de los últimos. Pero lo peor es la burocracia. ¿Añadir otra cosa más, Noe? Quizás se ha convertido ya en una obligación, queramos asumirla o no.
¿Qué sucedería si socialmente empezáramos a tomarnos en serio los problemas que acarrea el uso de la tecnología? ¿Podrán los poderes públicos hacerse cargo, aparte de progenitores, docentes y profesionales médicos? ¿Tendrían algo que temer las tecnológicas? ¿Llegará pronto ese día?
Comentarios
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