El 24 de junio de 2022, Bette Midler tuiteaba, gritando en mayúsculas: "GET READY GAYS, YOU’RE NEXT". Los marcos mentales de la ultraderecha se nos han instalado en la conversación pública y el sentir social totalmente a traición y mucha gente no se ha dado cuenta. Cosas que hasta la pandemia se daban por seguras vuelven a estar en cuestión y ganando cada vez más adeptos en manos y mentes de personas que incluso podrían haber parecido progresistas. Hay una fórmula instantánea para reconocer que una persona está adoctrinada por un marco mental de ultraderecha internacional (Banon) y que no piensa lo que dice: es incapaz de elaborar un discurso propio, carece de reflexión, repite argumentos, consignas y bulos –por lo general ya viejos y manidos– acríticamente. La carcundia, como la carcoma, está devorando los espacios de convivencia dejando agujeros cada vez más grandes, que esperemos que no provoquen colapsos estructurales irreparables. Lo más perverso del asunto es que, si bien todo su aparato retórico y de pensamiento provoca vergüenza ajena, han conseguido la muy notable proeza de hacer que potenciales víctimas de su forma de pensar acaben por ser soldados contra colectivos de personas más vulnerables. Es el caso de las "feministas" transodiantes o de las personas en el umbral de la pobreza defendiendo políticas oligárquicas y ultraliberales.
En el día previo a la inauguración de los pasados Juegos Olímpicos, la conversación "feminista" ultra, que se vio después eclipsada por el affair Kheliff, se centraba en el hecho de que, entre las cuarenta personas escogidas por el ayuntamiento de Paris para llevar la antorcha olímpica por la ciudad, hubiese una drag queen, Minima Gesté. La selección de Anne Hidalgo, que llamó una por una a las personas seleccionadas, era absolutamente paritaria y mediante un concienzudo ejercicio de representatividad. La drag queen a todos los efectos contó como un hombre, es decir, no le quitó el puesto a ninguna mujer. Arthur Raynaud no fue escogido solo por su arte drag, sino por ser un activista en favor de los derechos y contra el estigma de las personas con VIH y un referente comunitario de la escena queer parisina. Pues bien, las "feministas", en tromba y como cacatúas se dedicaron a decir que era intolerable que un hombre hubiese quitado el puesto a una mujer en algo tan simbólico. Lo que querían dejar entrever era que solo ese clip de vídeo, de apenas un minuto, era toda la ceremonia de la antorcha en la ciudad de París y que, por lo tanto, se había menoscabado la presencia a la mujer por poner a una drag.
No suelo entrar en polémicas de ningún tipo en redes sociales, pero aquella tarde de julio, frente al ventilador, decidí que tenía energía suficiente para tratar de hacer ver desde la calma a aquella senadora del PSOE y portavoz de igualdad que no estaba siendo rigurosa con la realidad de los hechos. Le mandé un link a un artículo de prensa para hacerle ver que el vídeo sobre el que arengaba era solo un fragmento de todas las sucesiones de relevos de la antorcha que se hicieron en París, que en esa sucesión de relevos había habido veinte mujeres y que en cualquier caso, que estuviese Minia Gesté totalmente montada (palabra del argot drag para referirse al artista que tiene todo su alter ego incorporado al cuerpo: maquillaje, peluca, vestuario, calzado, etc.) para llevar la antorcha me parecía sencillamente un gesto de representatividad para mi colectivo y que no creía que hiciese ningún tipo de daño al feminismo ni a las mujeres. La senadora hizo todo tipo de malabares para hacerme quedar mal en público, se hizo la ofendida en un par de ocasiones por cosas que yo no había dicho, dejándome muy claro que el espacio retórico de las personas que basan su identidad en el odio (que no saben reconocer como odio, sino como auto-reivindicación) al más débil es tremendamente claustrofóbico. Por el camino, alguna otra "feminista" entró al trapo y una de ellas me hizo una pregunta sonrojante que no contesté porque ya no me quedaba energía para entrar en otro lance con molinos de viento: ¿De qué manera una drag queen podía ser representativa del colectivo LGTBIQ+?
Pues mire, señora, el drag se ha puesto de moda y ha entrado por la puerta grande del mainstream a raiz del talent show norteamericano RuPaul Drag Race, que se ha convertido en un verdadero fenómeno global, con 16 temporadas regulares, 9 temporadas de All Stars y franquicias internacionales en al menos 12 países. La gran habilidad de RuPaul Charles ha sido decodificar todos los resortes de la sociedad tardocapitalista, ultraliberal, competitiva e individualista y aplicarlos a lo que, hasta ahora, para el gran público (hetero), era un mundo silenciado, clandestino y atravesado por el estigma de lo escandaloso. El medio es el mensaje y como sociedad demostramos que este gran reconocimiento del arte drag solo ha sido posible cuando nos han puesto delante un producto tardocapitalista, ultraliberal, competitivo y, afortunadamente, no tan individualista. Porque si en algo se afanan los productores del show en todos sus países, es en que los concursantes cuenten su historia –muchas veces desgarradora– en cámara para que sirvan de ejemplo y consuelo para las juventudes queer que sienten, todavía por conformar su identidad, que no van a ser capaces de vivir de acuerdo con lo que empiezan a sentir y que no encaja en los moldes de una sociedad binaria y heternormativa. Esto ha generado, con los años, un sentimiento de pertenencia y una sensación de comunidad que hace que referencias a momentos estelares del programa unan a personas que pueden perfectamente no conocerse de nada. De repente, por un artefacto capitalista, disponemos de una mitología común, en un programa de televisión que no solo no nos hace querer pasar desapercibidos, sino que lucha por abanderar la propia singularidad. Las "feministas" radicales, con un razonamiento de lo más ramplón, atacan el drag porque consideran que denigra y hace mofa de la mujer biológica, sea lo que sea eso, y acusan a las dragqueens de hipersexualizarlo todo. En EEUU ya hay estados donde, como con el aborto, el drag está en una situación de desventaja legal, si no de auténtico veto. Y es que el plan trazado por la carcundia reaccionaria internacional es claro, como último vómito del patriarcado quieren volver a controlar los cuerpos de las mujeres, la pluma de los maricas, el butch de las lesbianas y todo aquello que haga sentir a los hombres heterosexuales de mal que no todo gira en torno a ellos y a su patético deseo sexual. Porque la libertad sexual de todos los que no somos hombres heteros de mal les confronta con su propia pequeñez y no están acostumbrados.
Esta sería la respuesta fácil, la de cultura popular de rabiosa actualidad, que le hubiese dado a la palmera de la senadora si hubiese tenido fuerza. Sin embargo, la liturgia drag es una cuestión con una enjundia mucho mayor, que atraviesa la historia de las artes escénicas, desde los hombres que hacían papeles femeninos en el teatro porque a las mujeres no se les permitía actuar, pasando por los personajes masculinos en ópera cantados por mezzosopranos (Cherubino, en Le Nozze de Figaro, Octavian en Der Rosenkavalier), hasta llegar a tradiciones escénicas asiáticas que también han contado con personajes travestis. No hay espacio en este artículo para hacer una historia del transformismo. Pero, tal y como lo entendemos hoy en día: el surgido a raíz del auge de los espectáculos de variedades del cambio al siglo XX, recomiendo dos libros interesantísimos: The Big Reveal, de Sasha Velour, que aborda una historia general e internacional del arte drag desde una perspectiva dialógica con la propia biografía de éxito y fracasos del propio autor y Eres tan travesti de Anto Rodríguez, editado este año por la editorial Egales, que aborda de una manera muy rigurosa toda la historia del drag en España desde finales del XIX hasta la actualidad.
Para mí, la liturgia drag consiste, sobre todo, en el poder transformador de la imaginación, en el desafío a las lógicas bienpensantes que nos arrinconan en torno a lo decente, a lo discreto, a lo que no llama la atención. Reivindico que cualquier tipo de representación y máscara para abordar la vida diaria, cualquier tipo de tensionamiento de los sistemas mediante una actitud ficticia o impostada, cualquier tipo de comportamiento que no sea sumiso y que se replantee de cero todo lo que nos han impuesto. Eso, al final, también es drag. Pero como especie y como sociedad, aunque seamos disidentes, necesitamos iconografía, y no hay mayor iconografía que recordar a las transformistas que imitaban a folclóricas en el franquismo en tugurios de Sitges o Torremolinos; sonreír al pensar en los chicos mariquitas que se ponen vestidos de sus madres a escondidas porque es la única forma en la que encuentran de encarnar lo que les está pasando por dentro y no saben todavía nombrar; en admirar a las mujeres cis con cuerpos no normativos que han visto en el drag una forma de sacarse partido que nadie les había enseñado. Porque el drag es hacer posible lo que parece imposible y desde ese punto de vista, cómo no va a enfadar a las personas sin imaginación y más literales que un abecedario. Porque, simplemente, la imaginación es libertad y la libertad (sexual o de pensamiento) asusta a los que no la tienen y por eso hacen todo lo posible por intentar erradicarla. Aunque ni que decir tiene que nunca, jamás, lo van a conseguir.
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