La sociedad contemporánea tiende a utilizar valores de mercado para cualquier cosa. Incluso para tasar el impacto social de los propios valores de la vieja cultura occidental. Falsos valores para Nietzsche. Las nociones de ‘bondad’ o ‘empatía’ nada tienen que ver hoy con aquellas que me inculcaron en la infancia de siglo XX. El siglo XXI está siendo tan áspero porque es profundamente nihilista. Si nada tiene sentido, ¿por qué debo invertir un segundo de mi vida en sentirme responsable de algo?
Eso pensaba mientras asistía al espectáculo, propio de tragedia griega, que se ha montado este verano en torno a tres personajes mediasetánicos que son Maite Galdeano, su hija Sofía Suescun y la pareja de ésta, Kiko Jiménez. Si no saben quienes son, no se alteren. Puede ser hasta lógico. Piensen que estos personajes solo habitan en un planeta llamado Mediaset, en otro sistema solar, y solo tienen repercusión bajo esa atmósfera ya que, fuera de ella, se consumen como residuos biodegradables.
Descubrí esta historia durante el verano, en la casa familiar. Mi madre es una de esas personas a las que Telecinco y Cuatro le entretienen. En el fondo, es una cadena de televisión que emplea todo su potencial en crear eternos culebrones que, a diferencia de los escritos por Delia Fiallo, están protagonizados por personajes reales. No hay mucha diferencia entre lo que yo sentía ante un nuevo capítulo de "Mi reno de peluche" y lo que experimenta mi madre viendo esos programas. En ambos casos, liberamos dopamina y nos sentimos bien. Aunque lo que estemos viendo sea la representación del drama de otros.
La historia familiar en cuestión es un cruce entre clásicos. Nos cabe la Medea de Eurípides, el Macbeth y el Hamlet de Shakespeare y hasta "Sonata de otoño" de Ingmar Bergman. Sofía Suescun es una chica de 28 años que se ha ganado la vida participando en realities de Mediaset. Ella conoce a su actual pareja, Kiko Jiménez, un tronista de 32 años, en el plató de "Mujeres, Hombres y viceversa". Algún día os explicaré qué es eso de ‘tronista’ porque seguro que tenéis alguno a vuestro alrededor. Y si no lo tenéis, cuidado porque lo mismo el tronista eres tú. Al principio, la relación no cuajó pero, con el tiempo, se dieron una segunda oportunidad y en ello están. Cuando se participa en cualquier reality de Mediaset, el programa lleva a alguien que te defienda en plató. En el caso de Sofía, ese alguien era su madre, Maite Galdeano, una mujer de 55 años que es una mezcla entre Clitemnestra y la Bim Bam Bum de "Aída".
Ahí nace este fenómeno madre constrictor que, como la Doris Mann de "Postales desde el filo", eclipsa a la hija yendo sin bragas al plató. El drama veraniego ha consistido en que la hija no ha podido soportar más la presión e intromisión de la madre, que vivía con la pareja, y la ha echado de casa. Y la madre hace vídeos de Tik Tok quejándose y responsabilizando a Kiko de todo el mal rollo que hay en casa. Maite lo mismo llora desconsolada, que amenaza con furia que bromea hablando en francés. Y aquí es donde la historia comienza a no tener gracia.
Las declaraciones de Sofía y Kiko acaban poniendo el foco en algo que todo el mundo veía pero nadie quería identificar porque reconocerlo era dejar de ganar dinero. Porque Maite Galdeano es una mujer con serios problemas de salud mental pero que no conmovieron a nadie cuando eran rentables. Para ella y para la cadena. Ojo, que Maite ha ganado 30.000 seguidores en redes en un solo día.
La estrategia nihilista de la televisión actual, en especial de Mediaset, consiste en fingir estar comprometida con un tema -por ejemplo, la violencia de género- para acabar banalizándolo, de tanto usarlo en contextos inapropiados, y así desactivar el compromiso que, como sociedad, tenemos todos en la erradicación de esos comportamientos y en la atención y ayuda que precisan. Como el aguafuerte de Goya, los sueños de la televisión producen monstruos. Si los celebramos a todos nunca aprenderemos a separar el grano de la paja. Los equipos de redacción de estos formatos buscan perfiles conflictivos, excéntricos, a veces ridículos, para crear espectáculo televisivo. Algunos fuerzan el rol para alimentar las fobias y filias que mañana les serán rentables económicamente. Otros, vienen con un problema serio de casa. Y la tele juega a ser psicólogo. Muestra su vulnerabilidad a cambio de rentabilidad. Y el espectador no sabe si está ante un tipo jugando a ser canalla o ante una persona enferma.
Mediaset es una cadena que metió en la casa de Gran Hermano a un maltratador como Carlos Navarro, el "Yoyas". Celebraba frases, en toda su programación, como "te meto dos yoyas que te van a temblar las orejas" o "pa chulo, chulo...mi pirulo" haciéndole creer a los espectadores que eso que veían era gracioso. Vacuo. Y no lo es. El maltratador ya estaba ahí, hacía gala de su predisposición a la violencia, pero a nadie le pareció mal si ese comportamiento era rentable. Entiendo la frase de Paolo Vasile, ex CEO de Mediaset España, cuando decía que él no tenía la obligación de educar a nadie. Es cierto. Pero sí tiene la responsabilidad de no maleducar. Y es difícil que alguien que vea a un maltratador fugado de la justicia tratado como si fuera una estrella de rock pueda discernir entre valores positivos y negativos cuando eso no importa si es beneficioso económicamente.
Con la salud mental está sucediendo lo mismo. Verónica Forqué dio claras señales de su enfermedad en su edición de "MasterChef Celebrity" y nadie hizo lo que debía hacer. Todos sabemos lo sencillo que es expulsar a un concursante de un programa como "MasterChef". No lo hicieron. Y dejaron que Verónica mostrase, en prime time, los destrozos de la dolencia. Porque más conflicto es más audiencia. Y más audiencia es más dinero. Siento que es lo mismo que ha sucedido con Maite Galdeano. Se ha usado su inestable salud mental para hacer espectáculo. Ha sido rentable hasta que han saltado las alarmas. Literalmente, las de la casa de su hija, que asaltó una noche. Pero ahora, todo son balones fuera. Ningún colaborador de los programas de Mediaset ha dejado entrever la responsabilidad de la cadena en la exaltación de estos perfiles a los que ahora abandonan a su suerte. Eso sí, hasta que los 30.000 seguidores en redes en un día sean la señal que necesita la cadena para llevar a Maite a un plató. Todos vivimos al lado de un Auschwitz al que preferimos ignorar.
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